Una mujer sobre el escenario, sola allí en esa inmensidad dialéctica, en ese lugar donde han transcurrido tantas historias ficcionales, con el deseo de encarnar la que le exige el personaje. La tarea es por demás importante pues no es menor encarnar un unipersonal. Concentrar todas las miradas a los largo de una obra de teatro y llevar el hilo de un relato con vocación de espectáculo.
Siempre es un placer ir a ver obras en Mendoza. La larga mano de Galina Tolmacheva, como mensajera del gran Konstantín Stanislavski y su método de trabajo, ha tallado la calidad como marca en el orillo. Hay escuela, es de vieja y buena data. De ahí que uno vaya relajado y se entregue al disfrute de la historia. La mano experimentada del director, Fabián Castellani, va en el mismo sentido.
Alejandra Kasjan ocupa sobradamente el espacio escénico. Su creación cuenta un transitar desgarrado, poblado de fantasmas. El deber ser y lo que ya es una costumbre, echar mano a la farmacopea para soportar el drama existencial. También se atisban sus esperanzas, pero el contexto es el de un sistema ingrato. Sin artificios, lo que se cuenta es sustentable y atrae.