El escondite del tiempo. Extracción del tiempo de la sintaxis. El tiempo en el lenguaje. Supervivencia y triunfo del tiempo.
¿Dónde se esconde el tiempo? ¿En los pliegues de la piel? ¿En las páginas de un libro? ¿Debajo de la cama? ¿Podemos extirpar el tiempo de las cosas?
Cuando abrimos un viejo cuaderno, o un viejo libro que hemos usado muchos años atrás, podemos hasta oler el perfume del tiempo: es el olor del pasado que ha quedado entre esas páginas. Pero no está intacto, ha vuelto el papel amarillo y quebradizo, ha llenado de polvo los renglones y ha ajado las tapas, ha convertido nuestro cuaderno o nuestro libro en un sobreviviente de nuestra propia prehistoria, tan sujeto al desgaste del tiempo como nosotros mismos.
El tiempo ha actuado, y si bien ese libro o ese cuaderno pueden traernos recuerdos, abrirlos nos producirá la sensación aún más neta de que han pasado los años, de que lo pasado es irrecuperable, y de que todas las cosas marchan indefectiblemente en la misma dirección que nosotros en el camino que nos marca el tiempo.
La moda de nuestros días de estirar la piel, inflar partes del cuerpo con siliconas, bótox, colágenos o quién sabe qué, es sencillamente una muestra más del triunfo del tiempo sobre las cosas y las personas.
El deseo enfermizo de aparentar juventud donde ya no la hay, es el reconocimiento de que el tiempo no puede volverse atrás, y que se trata de combartirlo con muy precarias y patéticas armas que sólo apuntan a la apariencia.
Debe ser muy horrible imaginar el cuerpo de una persona de ochenta años, con algunas partes infladas por las incorruptibles siliconas.
El tiempo sigue triunfando, y nada puede hacer el hombre para detenerlo.
Pero tal vez, si trabajamos con una materia que sea creación del mismo hombre, podríamos intentar detener el tiempo, o extirparlo, como un cirujano extirpa una parte indeseada o cancerosa de un organismo.
La única creación que hace al hombre un ser superior, es su cultura, y la manifestación más importante de este logro es el habla, la palabra.
Tal vez si manipulamos esta materia, el habla, podamos a su vez manipular al tiempo, al menos en una suerte de experimento de laboratorio que ciertamente no va a detener la expansión del universo y la flecha unidireccional del tiempo, pero al menos nos puede dar la satisfacción de hacernos sentir que tenemos poder sobre algo, y que somos dueños de lo que hemos creado.
Tomemos por ejemplo una frase que diga: “cuando me miré en el espejo comprobé la verdad: todo lo vivido en ese período había dejado su marca en mi rostro”.
Tenemos una frase con más de una referencia temporal. Ahora trataremos de extirpar el tiempo de esta frase, tratando de que no pierda su coherencia gramatical y su sentido. Empecemos por el principio: si queremos extirpar el tiempo, debemos eliminar el adverbio temporal “cuando”, que nos daba una ubicación en el momento en que realizábamos la acción. De esta manera la frase seguiría siendo coherente, y quedaría: “me miré en el espejo y comprobé la verdad: todo lo vivido en ese período había dejado su marca en mi rostro”.
Hubo que hacer modificaciones: al quitar el adverbio temporal fue necesario agregar el conector “y” entre las dos acciones: mirarse al espejo y comprobar la verdad. La primera amputación del elemento temporal ya nos ha obligado a modificar la estructura de la frase y a echar mano de nuevos nexos para mantener su coherencia.
Extraeremos ahora el indicador de tiempo más evidente: el sustantivo que menciona un elemento temporal determinado: período. Para hacerlo, también deberemos quitar “en” y “ese”, preposición de tiempo o lugar, y pronombre demostrativo, respectivamente. Nos quedaría entonces: “me miré en el espejo y comprobé la verdad: todo lo vivido había dejado su marca en mi rostro”.
Sin duda, con esta operación de extraer los elementos indicadores de tiempo, la frase ha perdido en extensión y explicitación, pero ha ganado en sugestión y síntesis.
Pero ¿qué sugiere esta frase, qué contenido se ha potenciado en ella, sino el sentido mismo del tiempo? Al extirpar las referencias explícitas al tiempo, no hemos hecho otra cosa que potenciar su presencia, ratificar su efecto, convertirlo en el protagonista y causa absoluta de la idea. “Todo lo vivido” es nada más ni nada menos que lo que queríamos evitar: el tiempo.
Podríamos proseguir nuestro experimento, pero nos toparíamos con un problema imposible de resolver: el próximo elemento temporal presente en la frase (y en todas las frases de nuestra lengua y de todas las lenguas humanas) es el verbo conjugado. El verbo implica persona y número, pero esencialmente define una acción inscripta de manera indeleble en la materia que estamos manipulando: el tiempo.
“Miré” y “había dejado” tienen distinto sujeto (“yo” para el primero y “todo lo vivido” para el segundo), e indican dos acciones diferentes. Pero ambas formas están atrapadas por una misma sustancia de la que no pueden liberarse: el pasado. Y el pasado es el tiempo. El pasado es mucho más consistente para los seres humanos que el futuro, que no conocemos, porque el pasado es nuestra historia, es el autor de esos rastros que el primer sujeto de nuestra frase descubre en su rostro al mirarse al espejo.
Al llegar al verbo conjugado nos damos cuenta de que no se puede escapar de la prisión del tiempo, y que la eliminación de elementos indicadores de tiempo en nuestra lengua tendría como efecto solamente el predominio incontrastado del gran tiempo, o sea aquel tiempo emanado por el verbo, sostén y acción de la idea expresada.
Este sencillo experimento nos demuestra que el tiempo está infiltrado en todas las cosas, porque domina desde nuestra lengua todo lo que hacemos, creamos, pensamos, y por supuesto expresamos como ideas, conceptos, reflexiones.
Si miramos desde este punto de vista cualquier obra literaria, cuento, poesía, obra teatral, novela, vamos a poder comprobar que se trata de obras construidas en un entramado de verbos, o sea de “broches de tiempo” que las mantienen sujetas a un tiempo, que siempre es pasado.
Incluso una obra de ciencia ficción o fantaciencia pertenece al pasado, porque no importa de lo que hable o lo que describa, aunque la acción esté situada en un futuro muy lejano, el primer verbo en pretérito que se encuentre en su redacción va a catapultar toda la obra hacia un pasado aún más inaferrable que aquel futuro que había planteado en su fantasía.
Apenas un personaje hable y la acotación del narrador agregue el verbo “dijo” para aclarar la narración, toda ella se inscribirá en la corriente del tiempo pasado, en la cual se sustenta la historia humana y de la cual vivimos, aunque pretendamos proyectarnos hacia el futuro a través de la imaginación.
No hay escape de la red del tiempo.
El tiempo trae la decadencia, la muerte y la disolución de todas las cosas y los seres, pero también el reciclaje y el empuje de la vida que triunfa permanentemente y demuestra que no existe la muerte, sino el cambio, la metamorfosis, la transformación en el permanente movimiento del universo.
Y para reflexionar sobre estas ideas, nos despedimos con una breve y conocida frase que sin embargo quiere decir mucho: “hay que darle tiempo al tiempo”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).