¿Cómo escapar de la corriente del tiempo? El gran truco. ¿El tiempo puede matar o da vida?
Tiene que haber alguna manera de escapar de la corriente del tiempo. Como náufragos en el río del tiempo, braceamos desesperadamente contra la corriente que nos arrastra indefectiblemente hacia ¿dónde? ¿Hacia la muerte? ¿Hacia el umbral de otro mundo? ¿Hacia otra dimensión?
Inútilmente intentamos mil artilugios para vencer este designio: algunos recurren a la cirugía y se estiran la piel como si con ese método carnicero pudiera detenerse el reloj biológico que a todos señala la decadencia y final de la vida del cuerpo.
Otros recurren a recetas naturistas, vegetarianas, de yerbas o granos que tendrían el poder mágico de devolver la lozanía y la elasticidad a los miembros y de frenar el avance del reloj en el cuerpo y la mente.
Otros aun se masacran con gimnasia, aparatos, carreras, camas solares, dietas inhumanas, masajes y todo tipo de bombardeos externos a los que someten a sus cuerpos para devolverles la apariencia de la juventud.
En todos y cada uno de estos casos, el resultado provoca siempre los mismos incisivos comentarios de parte de los demás, y muy poca o nada satisfacción de parte de quien se sometió a tan costosas como inútiles torturas.
Nadie, absolutamente nadie en la historia de la humanidad, ha logrado volver a aparentar veinte o treinta años cuando en realidad tiene cincuenta o sesenta.
No tenemos que confundir el mal gusto, la vulgaridad y hasta la monstruosidad tan difundidas en nuestra sociedad, de considerar “hermosa” a una persona que exhibe un rostro más propio de una estatua de museo de cera, una boca que pareciera una víscera de vaca adosada a la cara y una cantidad de protuberancias sintéticas distribuídas en el cuerpo como las hubiera localizado un fabricante de muñecas inflables en un estereotipo de mujer que muy poco tiene que ver con la naturaleza humana.
Si bien estos parámetros de “belleza” están muy difundidos en nuestra sociedad y los vemos permanentemente en la televisión, por ejemplo, donde estas especies de criaturas del doctor Frankenstein se lucen como si fueran la Eva de la Creación bíblica, no se trata para nada de personas que hayan logrado vencer al tiempo, ni siquiera que hayan conseguido hacer un pacto con él.
No, sin lugar a dudas no se trata de la manera más eficaz para escapar del tiempo.
Si pudiéramos dejar de lado la apariencia corporal, que a nuestro parecer es el indicador más claro y cruel del paso del tiempo, ¿qué otra parte de nosotros mismos quisiéramos rescatar de esta corriente implacable que nos arrastra?
Porque si reflexionamos profundamente, si pensamos en lo importante, nos vamos a dar cuanta que si lo único que nos interesa es nuestra apariencia exterior, entonces es muy superficial nuestro espíritu como para que ni siquiera nos preocupemos en la incidencia del tiempo, porque al parecer el tiempo, que también trae madurez y sabiduría, no habrá hecho mella en nosotros.
Entonces, si dejamos de lado el espejo, ¿existe algo de nosotros mismos que queramos rescatar de la corriente del tiempo? Si existe, ¿no se trata acaso de algo interior, espiritual, mental, un ámbito de nuestra alma?
Si es así, ¿qué intentamos rescatar del tiempo, si es el tiempo la fragua en la que se modela y crece nuestro espíritu? ¿Acaso no es el tiempo el que madura nuestro intelecto, el que templa nuestra alma? ¿Qué sería de nosotros sin este plazo indispensable para crecer?
El tiempo nos forma, somos tiempo, porque el tiempo modela nuestros recuerdos y esculpe nuestra personalidad.
Sí, podemos aducir entonces que el tiempo nos lleva a la tumba. Pero es necesario comprender que lo que el tiempo se lleva a la tumba es el cuerpo, la apariencia, la materia gruesa, aquélla en la que tanto se gasta para mantenerla con una apariencia joven.
Lo demás, la fuerza interior y la madurez espiritual, son parte de la energía que no se pierde en la economía del universo, sino que se incorpora nuevamente a la corriente vital de la creación para reformularse, transformarse, y tal vez liberarse definitivamente de lo que aquí en esta breve existencia llamamos tiempo.
Deberíamos agradecer al tiempo que nos permita crecer… En cambio de tratar de engañarlo con una apariencia que en el fondo, no modifica ni siquiera la biología de nuestro organismo.
Análoga reflexión realizó el poeta español Jorge Manrique cuando en su copla número XII dijo:
“Si fuese en nuestro poder
hacer la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan gloriosa,
angelical.
¡què diligencia tan viva
tuvéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cautiva,
dejàndonos la señora
descompuesta!”
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).