Lo que el tiempo no puede cambiar.
Nos sorprendemos de que dos mil quinientos años atrás Sófocles haya escrito sus geniales tragedias y que Edipo o Antígona conserven intacta su vigencia como arquetipos humanos.
Pero no nos sorprende que en dos milenios y medio el hombre no haya cambiado en absoluto en sus pulsiones básicas, en su pensamiento individual y en su actitud social.
Por este motivo las obras de Shakespeare serán siempre actuales: el poeta inglés describe claramente las pasiones que mueven al hombre, y estas pasiones siguen y al parecer seguirán siendo siempre las mismas en la historia de la humanidad.
El tiempo, entonces, ¿avanza y provoca cambios sólo en el universo y en la historia, por lo tanto, mientras deja al hombre y a su índole más íntima absolutamente incólumes?
Crecer, envejecer y morir son nada más que pasos normales de evolución biológica, pero no implican evolución mental.
Por supuesto no puede tomarse una vida humana como parámetro de evolución, sino como muestra de la humanidad en su totalidad en tal o cual período. Y en todos sus períodos la humanidad ha demostrado exactamente las mismas características mentales: matar a sus semejantes, someterlos o esclavizarlos, predominar sobre ellos y devastar paulatinamente su propio hábitat. Por supuesto el arte, que también acompaña al hombre desde sus principios, es la expresión más alta de su espíritu, pero no detiene estos instintos que priman sobre todas las cosas en la carrera histórica de la humanidad a través del tiempo.
En cuanto a la tecnología, ésta, obviamente, no puede ser tomada como signo de evolución, sino como la consecuencia lógica del estudio científico y del desarrollo material de la sociedad. Las computadoras, en efecto, no han detenido ninguna guerra.
Si la tecnología significase un avance en la evolución humana, no se la utilizaría para asesinar, someter y esclavizar a las personas.
Lo que antes se hizo con palos y piedras, después se hizo con fusiles y cañones, y hoy se hace con misiles y bombas nucleares.
Nada en la idiosincrasia humana delata el paso del tiempo por la raza, sólo su aspecto exterior, o sólo, siendo pesimistas, el deterioro de la convivencia, la intolerancia y el individualismo cada vez más exacerbados.
Por lo tanto debemos preguntarnos, ¿hay un grado de evolución aún posible para el ser humano?
La historia del tiempo da inmediatamente una respuesta negativa.
Algunos esperan un evento cósmico para la transmutación del hombre, ya que la vida humana está estrechamente vinculada con la vida de todo el universo, y por lo tanto cada cambio en el cosmos incide en cada una de sus partículas, de las cuales todo y todos estamos conformados.
Pero los eventos cósmicos suceden cada millones de años, de manera tal que un paso hacia delante (o hacia atrás, ¿por qué no?) en la evolución de la raza, puede haber sido en el pasado remoto un hecho indocumentable, si tenemos en cuenta que nuestra civilización ni siquiera puede certificar la factura de obras arquitectónicas o artísticas de épocas anteriores a la historia escrita.
El tiempo, en consecuencia, incide en el hombre de maneras diferentes y paradójicas. Urde su historia, escande con hechos su paso por el mundo, pero no modifica la mente humana.
Por lo tanto, podemos deducir que tampoco acrecienta su espíritu.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).


