Conmovido aún por la noticia de la muerte del periodista, poeta y escritor Raúl Silanes, polemista formidable y hombre de trato amigable, a su colega José Luis Menéndez -también poeta y escritor- le nacieron estos versos. Apuntes para contrariar la muerte, como si tal cosa fuera posible o, al menos, para que el corazón se expresara ante lo inevitable. Encontrarnos de frente con la parca suele conmovernos a extremos que deberíamos tener internalizados.
En esta sociedad “occidental y cristina”, donde el valor de la vida se halla por debajo de la importancia que tengamos activado nuestro código de barras, el vate irrumpe con las palabras precisas que desnudan el comienzo del silencio. Me refiero a aquellos términos que no han sido fruto de ninguna especulación. La belleza es el contexto a pesar del desangelado y huidizo transitar de la huesuda. Una mañana cualquiera en una esquina de la aldea que reniega convertirse en ciudad.
De ese asombro de un día cualquiera a este que incluye términos postreros, quizás el deseo de apurar un nuevo café, armar un proyecto o decirle al Raúl que no estabas de acuerdo con algo que decía, aunque te animara esa media sonrisa que lo caracterizaba. La finitud sigue sorprendiéndonos y entre esa novedad puede nacer un poema. Así ya no sea posible volver el tiempo atrás, nos buscamos en las muecas de lo que fuimos antes de nuestra propia despedida.
Adiós Raúl
Cada cual andaba por su lado
pero hay veces que sucede la casualidad.
Así que nos cruzamos hace un tiempo
en la esquina de Las Heras y Mitre
y charlamos de unas cuantas cosas
mientras se enfriaban los cafés.
Mi memoria solo guarda fragmentos,
mucho John Berger de su parte
y de la mía como se llevaba con Dios.
Su respuesta fue igual que la un niño
que se asombra del mundo
pero no pierde el pin de sus juguetes.
A veces creo, me dijo, y otras veces no
depende de los hechos.
Y quedamos de acuerdo
como arropando la metafísica
para dejar que duerma debajo de la cama.
Apenas si me habló
con la sonrisa de la despedida.
de unos problemas de salud.
Y eso fue todo hasta recién
cuando la tapa de un diario me lo dijo.
Ahora es cuando siento ese reloj que marca
la mudez de los poemas.
Y ya lo veo sin horas ni saludo
yendo al beso del último relámpago.
José Luis Menéndez