Si comenzamos por considerar el significado de “libertad” según la Real Academia Española, implica la capacidad del ser humano de poder actuar por voluntad propia. Es decir, el sujeto que actúa sin ser obligado por otro de manera coercitiva. De todos modos, ello no le quita responsabilidad a sus actos.
También hay una acepción que ubica la libertad como un valor superior en los Estados democráticos, reconociendo que se trata de un componente inherente al ser humano acompañado de la lógica responsabilidad moral de la persona. Por ello, la libertad no sólo hace referencia al actuar del ser humano sin opresión alguna, sino también que su actuar es conforme a valores y principios, incluso algunos de carácter universal, como la verdad y el bien.
Pero la libertad pura, carente de limitaciones, resulta una utopía. Y ello es así, en tanto el ser humano además de su propia personalidad y don para el manejo de sí mismo, es una criatura que vive y se desarrolla en comunidad. Y la comunidad, viene a ser la unidad común que a todos nos contiene y que además, debe contenernos, en un proyecto común de Nación; sabiéndonos libres y a la vez pertenecientes a ese proyecto común, que nos puede brindar una idea de desarrollo personal y colectivo, porque el bienestar del conjunto, también depende de las posibilidades de desarrollo de cada uno.
Viene a ser entonces que en las comunidades organizadas políticamente, conforme a reglas democráticas y republicanas, la libertad se organiza en base a reglas que la misma comunidad determina, a un sistema de representación popular. Así, nuestra Constitución Nacional estableció en su origen que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. En la reforma de 1994, se establecieron nuevos derechos y garantías, incorporando la iniciativa popular y la consulta popular; de manera que nuestra democracia es ahora semi directa. Por lo tanto, la libertad estará siempre limitada, sea por leyes de la naturaleza o de los Estados. En este último caso, lo importante es que esa limitación responda a un Estado democrático y no totalitario. Es decir, al sentido político del Estado-Medio y no del Estado-Fin; siendo este último el que se agota y sirve a sí mismo. Y tengamos presente además, que la regulación dentro de un Estado libre y democrático, tiene por objeto proteger la libertad y dotar de herramientas al ciudadano para hacer valer esa protección, aun contra el propio Estado; y ello es así en cuanto las decisiones políticas no se basan únicamente en datos objetivos, sino también sobre juicios de valor que incluyen al ser humano en forma individual y en comunidad. Por otro lado, la libertad no es en ningún caso una libertad de indiferencia, sino algo que se ejerce siempre a través de los condicionamientos vividos y es por ello que el ejercicio de la libertad, no es consecuente con la decisión de hacer lo que se quiera, de cualquier modo, en cualquier momento y lugar. Resulta falso concebir al ser humano como un sujeto cuyo único interés resulta ser nada más que su propia autosuficiencia y que busca nada más que su propia satisfacción, como un ser que apela a su libertad pero termina despersonalizado al negar la realidad de la vida social.
En una sociedad en que los bienes de que se dispone son menos que las necesidades que se deben satisfacer, las personas tienden a buscar por sí mismas el mayor número de ventajas por sobre los demás. Y es allí en donde se necesita un Estado y normas que regulen y armonicen los intereses; considerando a la ley como la expresión normativa del respeto por el prójimo.
Conforme lo señalado, la libertad implica el libre ejercicio de la persona dentro de parámetros que impidan la dominación. Este concepto es generalmente compartido por liberales y también por otras corrientes políticas, que podrán diferir en cuanto a dogmatismos económicos, pero no en el terreno de la libertad cívica y política. Sin embargo, los enrolados en la corriente libertaria van más allá y contraponen la idea de la libertad contra cualquier tipo de organización política a través de un Estado, al punto de manifestarse e identificarse como anarquistas, aunque con preponderancia de la exaltación del capitalismo. Es decir, un capitalismo sin reglas, algo que en ningún país del mundo desarrollado existe y que la historia misma demuestra, pues el capitalismo se desarrolló precisamente con un Estado presente que dispuso de sus medios para ello.
Además, la exigencia natural de la libertad humana se halla ligada al encuentro de la persona con su comunidad, dándose así las dos caras de la misma moneda. Es el encuentro de cada persona con esa pertenencia a una identidad, a un proyecto común.
En nuestro devenir histórico, la cultura colectiva tiene arraigado el criterio de un nexo entre las contingencias individuales y lo que atañe a todos. Asimismo se encuentra en nuestra propia Constitución Nacional y leyes que en su consecuencia se han dictado. Y además, así lo expresa el preámbulo de la Constitución, que es nada menos que la expresión de los objetivos de su articulado, precisamente en donde manifiesta “promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad”. Como he señalado anteriormente, las dos caras de la misma moneda; sentido de comunidad y libertad individual, no son oponentes sino elementos necesarios que se complementan y sobre cuyos intereses debe haber un Estado para armonizar esos desafíos.
Ante lo dicho, las expresiones libertarias resultan incluso anacrónicas, contrarias a nuestra historia constitucional, al pensamiento mismo de Alberdi y la generación del ’80. En síntesis, representan una absoluta malversación de la libertad.
Columnista invitado
Guillermo Juan Sueldo
Abogado. Docente universitario en Derecho Aduanero y Derecho Constitucional. Ex docente de Derecho Internacional de los Conflictos Armados, en la Escuela Superior de Guerra del Ejército. Miembro del Partido Demócrata Cristiano desde 1983 a 2019, al que renunció. Hoy no se halla afiliado a ningún partido político. Escritor.


