Las curiosidades de la historia en un texto con la firma del director de Tu-Humor Benigno -líneas abajo-, publicación con la que nos acompañamos tres veces por semana. La curiosidad y el deseo como yunta clave para mantenernos vivos y alegres, hasta el último umbral de la vida. Como también el hecho de regodearnos con nuestros mejores recuerdos. Me refiero a todo lo que tiene que ver con la revista Humor Registrado, que caló hondo en millones de argentinos y argentinas.
Algunos asomábamos la nariz a la pubertad y nos encantaba tirarnos en la cama para conocer la lista de Innombrables de la edición de cada semana, o las frases divertidas que decoraban la parte superior de muchas de sus páginas. Cada nuevo columnista, cada pluma que sumaba Andrés Cascioli, quien dirigía ese barco memorable del que generalmente se hacía cargo de la ilustración de cada tapa. ¿Quién no se entretenía observando los trazos tan diversos de sus múltiples humoristas gráficos?
Todo ocurría en la ya mítica redacción que al menos durante algunos años estuvo en calle Venezuela, lugar que visité hace algún tiempo como quien avanza en procesión de fe. Muy bien que hice, puesto que en ese lugar se concentraron buena parte de los creativos más divertidos de la Argentina… ¡y del Uruguay! Como es el caso de Jorge Andrés Barale Álvarez. a cargo de nuestra nave insignia. Placer de placeres son aquellos que nos damos aquí en nuestro diario evocando aquellos trotes.
El rojo comunista: un invento uruguayo… (o como ir de Rivera a Mao)
Durante el sitio de Montevideo, bautizado “La Nueva Troya” por su asedio de once años, el presidente interino Joaquín Suárez recibió a mediados de 1841 una inesperada visita. Luego de una larga entrevista, Suárez terminó aceptando los servicios militares de un joven italiano, aventurero e impetuoso; el itálico le ofreció con toda convicción sus escasas pero leales tropas, fogueadas en la rebelión de los “farrapos”, en Río Grande do Sul, para pelear en defensa de la ciudad. La capital se encontraba entonces sitiada por fuerzas rosistas, apoyadas por los ejércitos leales a Oribe, quien procuraba recuperar la Presidencia del Uruguay y de la cual había sido desplazado por el general Fructuoso Rivera. El joven en cuestión era Giuseppe Garibaldi.
En el Río de la Plata operaba una flota al mando del Almirante Guillermo Brown, que intentaba bloquear el puerto. En 1842 el Gobierno de Montevideo designó a Garibaldi sustituto del Comodoro Coe, jefe de la Armada. Garibaldi dirigió una escuadrilla naval, al frente de la cual logró impedir que las naves de Brown ocuparan la Isla de Ratas, en la bahía de Montevideo (que pasó entonces a llamarse Isla Libertad). En 1843, Garibaldi organizó una unidad militar que fue denominada “La Legión Italiana”, al frente de la cual se puso al servicio del Gobierno de Montevideo, conocido como el “Gobierno de la Defensa”. Entre las acciones militares en las que participó Garibaldi al frente de su Legión Italiana se destaca la que tuvo lugar en las afueras de las murallas de Montevideo, llamada El Combate de Tres Cruces, por haberse realizado en el paraje así denominado, el 17 de noviembre de 1843.
Ese día, las tropas italianas vestían camisas rojas, para que no existieran dudas de su filiación al Partido Colorado de don “Frutos” Rivera y los sitiados montevideanos, un 80% de los cuales eran ciudadanos extranjeros. También se cuenta que las camisas fueron halladas entre los restos del incendio de una tienda o que fueron confeccionadas o provistas por hilanderos de Montevideo, partidarios de la divisa federal. Lo certero es que, por este triunfo, Garibaldi es nombrado general oriental, pero que, alentado por las rebeliones populares europeas de 1848, sobre todo en Italia, fuente de sus preocupaciones nacionalistas, el flamante general regresa a Europa con parte de sus fieles tropas. Para entonces, el uso de la camisa roja estaba impuesto entre sus seguidores. El reencuentro con su amigo, el revolucionario Giuseppe Mazzini, a quien había conocido en 1833, cuando éste había fundado el partido denominado Joven Italia, fue más emocionante de lo esperado: Mazzini le hizo conocer el Risorgimento, movimiento que promovía la liberación y unificación de Italia, dividida aún en varios estados independientes.
Garibaldi reunió a 3.000 disciplinados combatientes, cuyo prestigio en el combate fue tal que comenzaron a ser conocidas como los “camisas rojas”, hasta hacerse legendarias entre el enemigo. Del pecho, el rojo rápidamente se mudó a las banderas. Sin embargo, luego de las derrotas a manos de los austríacos y de la obligada fuga de Garibaldi a América del Norte, se produjo un distanciamiento entre ambos líderes: en opinión del llamado “Héroe de Dos Mundos”, la alianza con el rey de Cerdeña resultaba imprescindible para manejar la posibilidad de un triunfo militar; Mazzini, siempre más radical, descartaba todo arreglo con fuerzas conservadoras que implicaran ceder en su posición revolucionaria.
Cercado por la crudeza de la propia realidad y llevado de derrota en derrota, Mazzini fue encarcelado en Gaeta, pero nunca perdió el ánimo. En Inglaterra, entretanto, acicateados por la crisis de las hilanderías en ese país, una derivación directa de la Guerra Civil norteamericana y la escasez de algodón, los obreros británicos iniciaban un período intenso de luchas que llevó a Carlos Marx a idear la Primera Internacional Socialista, un congreso donde se unificaran ideas y se ideara un movimiento sindical y político que traspasara las fronteras nacionales y que se convirtiera en un referente para todos los explotados del mundo.
Liberado de su prisión, Mazzini se enteró de tal congreso internacional, pero estaba demasiado lejos y muy necesitado como para alcanzar la isla. Sin embargo, el destino comenzó a jugar sus inescrutables fichas: los obreros ingleses realizaron enormes mítines de masas exigiendo la extensión del derecho al voto, protestando por la conspiración del primer ministro Palmerston para intervenir en la Guerra Civil norteamericana contra el Norte y, como medida provocativa final, invitaron al molesto y siempre polémico Mazzini a visitar Londres como miembro de la Primera Internacional.
En 1864 Mazzini llegó a la capital inglesa dispuesto a participar activamente en el congreso obrero mundial que se realizaría ese mismo año. Ante la curiosa vista de los marineros, bajó la rampa teatralmente, vestido con una “camisa roja” y envuelto en una bandera del mismo color, en medio de los aplausos y vítores de los anfitriones proletarios que lo esperaban en el muelle. La bandera estaba bordada de tela dorada y tenía cosidas letras de igual tonalidad que rezaban: “Viva L´Italia libre”.
El 28 de setiembre de 1864, Carlos Marx pronunció el Discurso inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, en el mitin del St. Martin’s Hall de Londres. En la audiencia del Comité, compuesta por alrededor de 50 delegados, la mitad de los cuales eran obreros ingleses, también estaba Giuseppe Mazzini con su inseparable bandera roja. Entusiasta y jovial como siempre, propuso que el estandarte a usar por las organizaciones obreras internacionales fuese la camisa y la bandera roja. Marx y el resto de los concurrentes vitorearon la idea por unanimidad y a partir de este día el socialismo y “el color de la sangre y de la pasión” pasaron a ser inseparables.
Lo que seguramente no sabía Giuseppe Mazzini fue que, con su propuesta, el rojo invadiría el mundo a través de los partidos socialistas y comunistas, y que luego se instalaría en las banderas de superpotencias como la Unión Soviética, y hoy, en China. Pero otro detalle que seguramente se le pasó por alto, por más que su amigo Garibaldi se lo haya narrado alguna vez, quizá como anécdota de guerra, es que el origen de ese rojo comunista provenía de un ignoto país sudamericano y de un aún más remoto partido político, de ideas libertarias no tan opuestas, al menos por entonces.
Columnista invitado
Jorge Andrés Barale Álvarez
(Montevideo, 7 de octubre de 1956) es un humorista, periodista, guionista y escritor uruguayo. Es hijo del dramaturgo uruguayo Washington Barale, quien por razones políticas debió emigrar con su familia desde su país natal a la Argentina en el año 1975. Comenzó su carrera de lingüista en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1976, egresando en 1983. Desde el año 1980 comenzó a publicar en diversos medios gráficos, entre los cuales se destaca El Porteño, con dirección de Gabriel Levinas (donde tuvo como compañeros a los periodistas Eduardo Aliverti y a Jorge Lanata, entre otros) y en 1981 publicó su primera nota en la prestigiosa revista Humor, de Ediciones de la Urraca y dirigida por Andrés Cascioli. En esta revista escribió diversos guiones ilustrados por las plumas de Alfredo Grondona White, Tabaré, Maicas, Ceo y otros artistas. En el año 1989, junto a Aquiles Fabregat (Fabre) y Julio Parissi dirigió un suplemento de humor llamado BERP! para el matutino uruguayo La República, dirigido por Federico Fassano. En 1997 se hizo cargo de la revista SexHumor, bajo su dirección editorial. También se desempeñó como libretista del programa televisivo HiperHumor junto con Andrés Redondo, Julio Parissi y Eduardo D´Angelo. Fue fundador de varios emprendimientos y publicaciones de humor como Pingüinos (2004), HumorSA (2003) y otras. También creó y dio forma a la Agencia del Humor, única agencia de noticias de contenidos humorísticos conocida. Actualmente dirige publicaciones en De pe a Pa Editora y también es docente en Lengua y Literatura, Historia y Filosofía. Barale es partidario de un nuevo concepto educativo donde propone agregar dos elementos: el uso pedagógico del humor y la utilización del celular en clase como herramienta de aprendizaje. En la actividad docente ha desarrollado varios programas informáticos con la lengua castellana que aún no han sido probados en la actividad de la enseñanza, como Lector Doctor (un lector inteligente que interpreta textos automáticamente) y Corrector Juvenil (un programa para redactar textos desde cero).