Todo lo que tiene que ver con su vida forma parte de una suerte de novela de la Argentina año verde, cuando ciertos predicamentos tenían otro motor y asimismo avanzaba la actividad creativa, así fuera empuñando un carbón con el que hacía aparecer el dibujo en una superficie de madera. Aquello de la fortaleza de los caminos del destino, que finalmente se impone a pesar de los pesares. Su existencia, por oposición, es un retrato del país que teníamos en relación al arte.
Todo era más casero, mas personal y, desde ya, muy manual. No sólo por tratarse de pinturas que sí o sí dependen de la voluntad y el deseo del artista, frente al lienzo. Me refiero a épocas en las que la propia construcción de la argentinidad demandaba estos hombres y mujeres, poniéndose el país sobre los hombros y avanzando sin más, buscando el propio lugar en el mundo, como sintetizara con inteligencia emocional Adolfo Aristarain en una de sus películas más señeras.
No es casual que cite al gran realizador del cine argentino, que hace días nada más nos exhortara a defender la Democracia y las instituciones. Benito Quinquela Martín resulta ser otro de los hijos de un país próspero que, a partir de experiencias de gobierno radicales, primero y peronistas, después, buscaba contener a todos en el trazo de un objetivo en común. Hay mucho por aprender de este enorme artista que se hizo así mismo y reflejó su tiempo como pocos.
(viene de la edición aterior)
“Nuevas amistades
“Benito se encontraba en el puerto con Facio Hebequer, un pintor con ideas afines sobre el arte. Sostenían que la pintura aprendida en la escuela no es la que está incorporada en el alma y el mensaje transmitido es más importante que la técnica. Ellos junto a otros colegas fundaron Artistas del Pueblo con la idea de incentivar el descubrimiento del arte entre personas de recursos insuficientes que no podían concurrir a institutos privados.
“Con Hebequer pintaron en la nueva casa ubicada en Magallanes 887, a donde Benito se fue a vivir con su familia. Además siguió colaborando en las tareas domésticas y con el trabajo del carbón de su padre, aunque la mayor cantidad de horas se la dedicaba a la pintura, generalmente con su nuevo amigo.
“Hebequer le presentó además a Pío Collivadino, director de la Academia Nacional de Bellas Artes que lo conduciría por el circuito de las grandes galerías y en viajes. Collivadino se asombró con la pintura de Quinquela, sobre todo con los cuadros de La Boca y cuando le comentó a su secretario Eduardo Taladrid sobre lo que había visto le contagió la curiosidad de conocer al famoso pintor carbonero.
“Cuando el padre de Quinquela vio a Taladrid en la puerta de su casa preguntando por un pintor y al ver que era de buenos modales y bien vestido tardó en comprender que ese pintor era su hijo. Cuando se dio cuenta tomó un palo de escoba, como acostumbraba, y golpeó varias veces el techo diciendo, “Benito, te busca un señor de guantes”. Benito abrió una escotilla en el techo y bajó por una escalera de mano de madera. Por esta escalera tuvo que subir Taladrid para conocer el estudio del pintor. En este momento nació la amistad entre ambos. A Taladrid le agradó su personalidad humilde y educada a pesar de ser un artista talentoso.
“Taladrid le recomendó pintar en telas grandes y financió de su bolsillo a Quinquela, pues se dio cuenta de que le sobraba voluntad de trabajo pero le faltaban recursos económicos. La beca consistió en materiales, telas, pinturas, marcos y una sala de exposición alquilada para realizar su primera muestra individual. A partir de este momento Benito cambió su forma de trabajar, sus técnicas de pintura. Utilizó exclusivamente la espátula y el pincel lo usó para firmar solamente.
“Aunque la beca obtenida lo obligaba a dedicarse firmemente a su labor de pintura, fundó junto con sus amigos Facio y Stagnaro la Sociedad Nacional de Artistas Pintores y Escultores para promocionar la actividad cultural y proteger a los autores.
“La primera muestra individual de Quinquela tuvo lugar en la Galería Witcomb ubicada en Florida 364 el 4 de noviembre de 1918, a dieciocho meses de otorgada la beca y de un trabajo constante, que él vivió como una oportunidad de progreso. Fueron expuestas cuarenta y ocho obras, los catálogos se agotaron el primer día y en total se vendieron diez cuadros. Collivadino compró la primera obra y la de mayor precio fue comprada por un señor llamado Francisco Baldino a un valor de mil pesos, un monto muy superior a lo que podía haber ganado Quinquela trabajando en el puerto. Esta vez la prensa se mostró a favor del artista, fue considerado el embajador de La Boca y del puerto.
“Primera exposición en el Salón Nacional de las Artes
“En el año 1919, después de mucho tiempo de enviar sus obras al Salón Nacional de las Artes, el jurado aceptó una de ellas. Había enviado dos obras: Día de sol en La Boca y Buque en reparaciones pero solamente fue admitida una. Este dictamen enojó tanto a Benito como a Filiberto. Este último propuso presentarse en la exposición armados con cuchillos, robar las telas de ambas pinturas y llevarlas al Salón de los Recusados. Benito aceptó el plan pensando en la publicidad que traería pero al presentarse en el Salón para cometer el hecho se encontraron con las dos obras expuestas. Eduardo Taladrid les había ganado de mano y había convencido a sus influencias de presentar ambos cuadros. Esa fue la entrada de Quinquela al Salón Nacional de las Artes que continuó con los cuadros Rincón del Riachuelo en 1919 y Escena del trabajo, premiado en 1920.
“Después de este éxito, Taladrid empezó a organizarle una segunda exposición individual, contando con la ayuda de un artículo del diario La Nación de Julio Navarro Monzó con el cual se presentó en la Sociedad de Beneficencia de la capital presidida por la señora Inés Dorrego de Unzué. Con estas referencias, la nota y la recomendación de Taladrid, la señora de Unzué se encargó especialmente de conseguir un lugar para la segunda muestra individual de Quinquela. Ese lugar fue el salón del Jockey Club, lugar de reunión de la clase alta porteña.
“El día de la exposición se entremezclaron con el público banqueros, terratenientes, industriales y otros miembros de la alta sociedad con carboneros, navegantes y vagos del puerto amigos de Quinquela. Los cuadros se presentaron en marcos de alta calidad, costeados por Taladrid acompañados por una orquesta con piano y violín que interpretaba obras de Schubert, Schumann, Beethoven y Filiberto. A pesar del lujo, Quinquela nunca se olvidó de sus amistades y de su barrio.
“Chinchella por Quinquela
“Para evitar confusiones, Quinquela Martín castellanizó su apellido y lo empezó a escribir con “q” para mantener el sonido original en italiano, en el que, a diferencia del castellano, la “ch” se pronuncia “k”. Por medio de un abogado realizó el cambio ante la Justicia. El trámite tardó en hacerse, cuando consiguió la audiencia con el juez aprovechó para cambiar su nombre: de “Benito Juan Martín Chinchella” pasó a ser “Benito Quinquela Martín”, eliminando el segundo nombre y pasando el tercero al apellido para simplificarlo y conseguir que en su país natal nadie se confundiera. Esto, sin embargo, provocó que en sus viajes a Italia pronunciaran su apellido “Cuincuela” al ver “Quinquela”.
“El debut oficial de su nuevo nombre fue en 1920 con un premio a su tela “Escena de trabajo”, exhibida en el Salón Nacional y en su tercera exposición individual en la galería Witcomb de Mar del Plata donde presentó veinte obras. A esta presentación se le sumó un viaje en avión a esa ciudad, su primer vuelo. Desde la ventanilla pintó las nubes vistas desde arriba. No se conoce el paradero actual de ese cuadro. En esa ciudad balnearia pintó las vistas de la playa y disfrutó del dinero que obtuvo por esa exposición, el cual invirtió para alquilar su primer taller que fue solamente suyo en la calle Almirante Brown.
“Giras en el extranjero
“En 1921, ya con treinta y un años, empezó a hacer viajes por el mundo, que se extendieron por diez años. Empezó por Brasil, donde su amigo Taladrid fue nombrado representante internacional de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes en la ciudad de Río de Janeiro para incentivar el intercambio cultural entre ambos países. En ese entonces el pintor que mejor representaba al espíritu argentino era Quinquela. Se mudó a esa ciudad brasileña por seis meses donde pintó los paisajes autóctonos. Según sus propias palabras en Río de Janeiro no había tantos pintores porque el cuadro natural era tan hermoso y perfecto que no podía copiarse y mucho menos mejorarse.
“Su estancia en Río de Janeiro fue de seis meses porque el salón donde pensaba exponer estaba ocupado por los reyes de Bélgica primero y por la muestra anual de arte brasileño después. Taladrid se ocupó de mantenerlo durante su estadía. El 8 de noviembre de 1921 se realizó la muestra en la Escuela de Bellas Artes (patrocinado por la Sociedad Estímulo de Bellas Artes), contó con la presencia del presidente Pessoa, quien fue invitado por Quinquela en una audiencia privada en la sede presidencial. La comitiva presidencial estaba compuesta por el Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Acevedo Márquez y otras personalidades cariocas de la política y la cultura. Uno de los cuadros vendidos se exhibe en el Palacio de Guanabara, sede presidencial.
“Al regresar, su triunfo como artista fue celebrado en La Boca por sus vecinos que lo sintieron como un éxito propio. Cambió nuevamente de taller, junto a Manuel Victorica y Fortunato Lacámera alquilaron uno amplio en la calle Pedro de Mendoza 2087, esquina Coronel Salvadores con vista al Puente Avellaneda y además lo convirtió en su casa abandonando definitivamente su hogar paterno, porque debía pintar de día y de noche para preparar una exposición en Europa”.
(continuará)
Texto: De la red de redes


