Los lunes no son días buenos para trabajar.
Dejé el departamento que estaba pintando para continuar al día siguiente, total la señora me había aguantado tantos días que… ¡que le hace una mancha más al tigre! Me demoré en salir de casa, escuchaba la radio, había rumores que Perón estaba siendo atendido por su médico de cabecera. Y la radio nos confunde a todos, sin dinero la pasare mal…
Tendría que haber ido al laburo, a ver si me pagan lo que me deben por la pintura, necesitaba una campera para el frío. Por suerte había sol en la ciudad y según decía mi mamá estábamos pasando el veranito de San Juan.
Me vestí para ir a la escuela con mi camisa de siempre, una blanca con charreteras que había conseguido en una casa de rezagos del ejército, le sumé una camiseta de algodón… “por si refresca en la noche llévate un pullover”… dijo mi madre desde la cocina.
Comimos sentados a la mesa del comedor, mis padres y yo. Los más chicos estaban ya en la escuela y los más grandes habían volado del nido desde comienzos de la década del ’70, cuando llegamos a Buenos Aires.
Solo comentamos lo que venían diciendo en las radios. Papá estaba sumido en un sopor similar al que le conocí cuando la muerte de mi bisabuelo. “Perón se va a morir”, dijo y a mi me pareció una obviedad.
Mientras el colectivo me zamarreaba de camino a la escuela fui rearmando la obviedad de la muerte, aunque específicamente de la muerte de Perón.
Algo de lo que había leído en una recopilación de testimonios de los hacheros que trabajaban en la Forestal: “estando Perón, obrero cobrando” simple y rotundo. La otra era una de mi madre: “gracias al peronismo ahora las mujeres podemos votar”.
Llegué a la escuela cuando el timbre de entrada ya había sonado, nada nuevo para mi. El señor que limpiaba, al que todos seguíamos llamando portero, me atajó en la vereda que repasaba con un escobillón más pesado que él mismo: “me dijo la directora que pases por su oficina, que te quiere hablar”. No podía escaparme, porque el despacho de la vicerrectora daba al pasillo que me llevaba a las aulas del primer piso. El rector ya no estaba más, así que ella fungía el cargo sin tenerlo. Lo habíamos encontrado vendiendo títulos a los alumnos a los que el estudio les resultaba esquivo, algunos de ellos habían sido compañeros míos en grados anteriores. Nunca más los vi y luego aparecían con el secundario completo. Fue un gran revuelo y el Centro de Estudiantes había sido el que llevó el estandarte en la denuncia y la remoción del cargo.
“Prepárese Briones, porque se está muriendo el presidente y si Perón se muere usted tendrá que hablar como responsable del Centro de Estudiantes”… me largó en cuanto asomé a su puerta.
El pasillo hasta las aulas al lado del patio se mi hizo eterno. Me esperaba la clase de matemáticas, la profe era antiperonista hasta los huesos y no me podría quedar callado ante la felicidad que anticipaba le desbordaría.
Muy por el contrario, cuando entré al curso, en vez de una reprimenda por la hora tardía –la habitual cantinela repetida todos los días-, me invitó a que nos sumáramos a una reflexión colectiva, ya que “…la muerte de Perón dejará un vacío difícil de llenar…”, dijo con sabiduría de anticipación. Quizás ella sabía más por vieja que por antiperonista.
Fueron muchos los que hablaron. En esa década era muy fácil estar involucrado en la cosa política, más por el contacto con los otros, ya que en todo ámbito la realidad político social estaba ubicada en el centro de atención.
Antes de que terminara la clase, pasadas las dos de la tarde entró la vicedirectora para anunciar que había hablado Isabelita por la radio anunciando oficialmente lo que ya era un rumor imposible de parar: Perón había muerto.
“Debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y la no violencia” dijo Isabel Perón por la cadena de Radio y Televisión y después de recuperar el aliento culminó diciendo que asumía constitucionalmente la primera magistratura del país.
No recuerdo exactamente qué fue lo que dije ante mis compañeros de colegio reunidos en el patio. No había mucha expectativa, todos los alumnos habían sido avisados que las clases se suspendían por la muerte del presidente, pero que antes de salir habría un acto en el patio. Los revoltosos, que siempre se juntaban al fondo lo único que ansiaban era salir.
Cuando la Vice me presentó, quizás por lo inesperado de un alumno hablando al frente del colegio o por el efecto “grupo de pares”, logré un minuto de atención. Quizás fue lo que alcance a balbucear, o el tono de mi voz o el recuerdo de lo que habíamos venido haciendo por los últimos años en la escuela, pero la respuesta de todos fue respeto, atención y silencio.
Se que compartí el recuerdo de mi madre acerca del voto femenino y el recorte testimonial del obrero de La Forestal. Ahí fue cuando mi compañera que estaba en la primera fila, me hizo un gesto o yo entendí que lo era y aprobé con un movimiento de cabeza y ella arrancó con la marchita en la parte en que dice: ¡…Perón, Perón, que grande sos…! y todo el patio se prendió a cantarla a viva voz.
La vicerrectora me dijo al oído que le tendría que agradecer por el acto. Tanto como ella me agradecía su puesto, podría haberle dicho, pero aún tenía que terminar la escuela. La profe de matemáticas se tragó el sapo de la marcha. Un poco más atrás la profe de historia sonreía satisfecha por el aporte que hizo en mi formación y la de francés también, sobre todo porque sé que le resultaba un tipo simpático, como mínimo.
Salimos de la escuela con tono sombrío, ya en la vereda se armaron grupos, algunos me preguntaban como seguía esto. “Tenemos todos que ir al Congreso” arengué. Allí se estaban armando las filas que anticipábamos para el velorio. Había que estar en las calles, sostener el gobierno y no caer en la tentación de seguir cantado, como habíamos hecho en la Plaza de Mayo el Dia del Trabajador; no podíamos seguir sosteniendo …“no rompan más las bolas, Evita hay una sola”.
Con La C… nos fuimos abrazados por la Avenida Entre Ríos caminando lentamente, en las primeras cuadras me puteó porque yo insistía con los Particulares 5, los cigarrillos cortitos y sin filtro que aprendí a fumar con Juan Manuel A.M.
A ella le molestaba todo, la falta de filtro, el que fueran cortos, el tabaco que se pegaba en los labios y sobre todo el aroma. Pero después se le pasó y se acurrucó buscando el cobijo que sentíamos todos necesitar desde las 13,15 del 1 de Julio de 1974.
Toronto, 1 de Julio 2024
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.