4. Con el militar ambicioso
La vida podría haber seguido siendo apacible para el promisorio oficial del ejército, tal y como él mismo se percibía, un profesional que trabajaba de 9 a 5 en una oficina, dentro del cuartel del Ejército. Era uno más del complejo militar conocido como Campo de Mayo, cerquita de la Capital Federal. El que estuviera en medio de un cuartel no era más que una circunstancia -reflexionaba a veces mientras manejaba su automóvil por las mañanas-.
Había roto con la maldición familiar: “nadie terminará los estudios terciarios”. Él tenía el título universitario equivalente y el grado militar. Si se seguía acurrucando entre los pliegues de los oficiales que gustan de estar en la primera fila, sólo se trataba de pasar el tiempo.
Pero no. Un día lo llamó el jefe del batallón. Apenas entró en la oficina, el superior rompió todo el protocolo y parándose lo tomó con firmeza de los brazos.
Medio petrificado por esa muestra de afecto repentino no atinó a sacarse la gorra. Así, con gorra y sorpresa fue impulsado a sentarse en la cómoda silla al lado del escritorio del jefe.
“El Ejército Argentino se forjó en las invasiones inglesas, allí obtuvo la verdadera razón de ser, el pueblo armado se organiza para repeler al invasor y lo logra. Dos veces intentó uno de los ejércitos mejor organizados y más poderosos de la tierra: el ejercito inglés, pero encontró al pueblo argentino que tomó las armas y lo expulsó”. El jefe dijo todo esto de un solo tirón, con un tono de voz levemente por encima de lo normal mientras el tipo sentado lo miraba atónito.
El jefe quedó de pie o se sentó en el borde del escritorio, de a ratos rodeaba la habitación plagada de banderines que daban cuenta de los diversos destinos militares en donde había recalado, medallas de la larga carrera militar que gustaba mostrar. Lo que le dijo no generó alegría, ni tristeza, sí un poco de desazón.
“Las guerras de la independencia fueron puebladas lideradas por los mejores soldados formados en Europa, este espíritu está presente en cada soldado de hoy en nuestro Ejército, es por esa razón que es necesario que usted continúe su formación en Córdoba”.
Lo mandaban a un destino nuevo. Algo de eso era parte de la vida militar y él lo sabía, pero le gustaba su casa cómoda en las afueras de la Capital Federal -lejos del puerto con su agitada vida de trabajo en el día y olvido, tango y después-.
El militar ambicioso amaba su barrio tranquilo, al estilo de las ciudades dormitorio que se veían en las series norteamericanas que miraba a la tarde en la televisión.
Lo que no alcanzaba a entender aun era porqué habían elegido para él la ciudad de Córdoba. No guardaba buenos recuerdos por el paso de la ciudad mediterránea. Había sido el refugio ideal elegido para huir de la casa paterna y de las reglas estrictas de padre y madre. Eligió una carrera de la universidad para que todos lo dejaran que hiciera su vida tranquilo. Mientras él se dedicaba a administrar el dinero que recibía, que nunca era suficiente, así fue como encontró algunas trastiendas donde se podía ganar dinero fácil -pensaba entonces-. Todo empezó a desbarrancarse cuando ocurrió aquella pelea. Se tocó la espalda y busco el hueso que paró el puntazo que su cuñada curó. Gracias a eso ahora tengo la Beretta calibre 22 en casa, se dijo evocando cuando la recibió de manos de su cuñada.
Como buen militar, acató la orden, desarmó su casa, guardó todo en un camión de mudanzas, puso la casa en alquiler y se marchó a su nuevo destino: la Escuela de Paracaidismo en la ciudad de Córdoba.
Supo por algunos libros que leyó en el cuartel de Campo de Mayo que la escuela había sido creada después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que leía no sonaba ni parecido a lo que le había anticipado el jefe. Tendría que verificar eso de que a mediados de los ’60 ya estaba invadida por la idea dominante de una nueva modalidad de guerra.
En una parte del libro decía que… “la preocupación central del poder político en tiempos de paz ha sido la desmovilización militar. Desde la antigüedad desarmar a sociedades movilizadas en pos de un objetivo común no ha sido una tarea fácil para el poder político. Según el emperador romano Alejandro Severo, del segundo siglo después de la muerte de Cristo, estas preocupaciones se resumen en que: ‘No hay que temer a los soldados mientras estén adecuadamente vestidos y bien armados, tengan un par de botas sólidas, la panza llena y dinero en la bolsa’.
Había encontrado en esos libros algún fundamento que lo sacara de esa sensación de ser llevado de la nariz sin entender por qué. El Ejército Argentino, luego de pasar por la larga guerra interna y hasta la derrota de Rosas, comenzó un proceso de formación profesional para los años en que se creó el Colegio Militar de la Nación.
Leía y le latía el corazón con intensidad al recordar su paso por el prestigioso y elitista colegio. Ahora iba camino a sumarse a la especialización en esa escuela de Córdoba y sentía que estaba en la misma senda que los próceres de las primeras camadas salidas del histórico colegio.
Imbuido de ese sentimiento de gloria pasó por alto los capítulos en que se mostraba como el poder político central desarmó y licenció a los que pelearon por la independencia de lo que había sido el virreinato dejando sólo a los oficiales funcionales al poder central de Buenos Aires.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.