(viene de la edición anterior)
Solamente comprendí el tema de la vida perdurable cuando nos despedimos con el papá de mi hija mayor esa vez en que dijimos con la mejor onda: “Haremos el amor por última vez” con el tema “El lado oscuro de la luna” de Pink Floyd, en amor tántrico… Y entonces sentí que regresaba el almita o el espíritu de mi hijita primera, en ese amor total. Se lo dije a Ale, que por supuesto me miró diciendo ¿cómo que sentiste que estás embarazada?
Entonces comprendí que si por un lado estaba el cuerpo, que es el conjunto de genes entrecruzados; el espíritu o el alma o qué se yo, no muere. Transmigra, dirían los budistas, viajando por el cosmos para reencarnar cerca de quien más nos ha amado.
Pero eso que lo sentí hace mucho, lo entendí hace muy poco, cuando vino Pitágoras, mi gatito tan bello y mimoso, pero con el mismo espíritu rebelde de Turkestán, mi gato tan amado. Lo supe cuando, al viajar, se va. Como hacía Turkestán. Y que sé que va a regresar cuando yo esté nuevamente en casa.
Entonces comprendí que la vida perdurable era eso. Como lo cantaba Violeta Parra en el “Rin del angelito”:
“Cuando se muere la carne, el alma busca su sitio / adentro de una amapola o dentro de un pajarito”.
Y por eso cuando murió mamá se fue también ese mismo día, Tiburcio, su canario tan querido.
Una vez le había preguntado a nuestro médico acerca de la medicina antroposófica -el Dr. Robertpo Crotogini, autor de “La tierra como escuela”- qué pruebas tenía de la reencarnación, me dio un pilón de razones científicas. Que nada se pierde, todo se transforma. Que si no fuera así, el peso de la tierra, con la gran cantidad de habitantes sería imposible… Que estamos siempre los mismos en una escala evolutiva.
Pero como buena virginiana, escéptica como Santo Tomás, el apóstol -el de “si no lo veo, no lo creo”-, recién lo entendí hoy, clarísimo, en el credo de la misa por la tele pública: es la vida perdurable. Es la energía que se transforma, cambia, muta, pero sigue… Y la continuidad de la vida está en nosotras, en nuestros óvulos.
Por eso nosotras debemos decidir, a conciencia, cuándo estamos absolutamente seguras de que vamos a amar a nuestro bebé, desde el comienzo de su vida en nuestro interior.
Sabemos que lo ideal es que tenga el amor del padre y de la madre y la contención social. Pero a veces basta solamente con la firme decisión de su mamá. Y cuando no podemos o no queremos, la decisión debe ser muy firme, porque es muy doloroso sentir que esa vida está dependiendo del amor de su mamá. Y peor es que un niño sienta las puteadas de su madre ya desde antes de nacer y las miradas de odio “Sos igualito al h de p de tu padre”.
Después de una meditación con el Avemaría de Bach-Gunot llegué a la conclusión que ha sido el amargo filósofo Shopenhauer, que en Canal@ describen otros filósofos, que comprendí el secreto de la vida.
Los opuestos se atraen como el imán. Es por eso que lamentablemente han sido nuestros genes los que se llamaron… De opuestos antagónicos nacen nuestr@s hij@s, síntesis superadoras, de acuerdo a la más pura concepción hegeliana de tesis, antítesis y síntesis.
Es lo mismo que había expresado Wilhelm Reich y los reichianos anarcos brasileños de “Utopía y pasión”: las pasiones son de la cintura para abajo y no del pescuezo para arriba.
Por eso difiero profundamente de los amores de almas gemelas tan new age. Pero eso no kiere decir que debemos dejar que las pasiones nos dominen. Porque está el libre albedrío, la decisión de decir simplemente esto sí y esto no, que es la base de la filosofía existencialista.
Pero es además la certeza de que somos las mujeres kienes podremos lograr el “otro país que es posible”. Porque nosotras podemos tener una limitada cantidad de hijos en nuestra vida fértil. En cambio los hombres pueden seguir engendrando hasta sus últimos días. Entonces muchos están con esa onda me ne frega si se muere éste o aquél, otros habrá.
En cambio nosotras tenemos el secreto de la vida. Sabemos que en nuestros óvulos está guardada como un tesoro la base de la vida, que aún no ha podido ser inventada por los seres humanos. Y no lo podrán hacer, tampoco, porque en cada óvulo está guardada la historia ontogenética, absolutamente toda la historia de nuestras ancestras desde la hominización, hace un millón de años.
Es por eso que las mujeres tenemos otra misión: la de cuidar la vida. Que también implica que si no estamos seguras de poder hacerlo lo mejor posible, digamos este embarazo ahora no, porque nuestros hijos llevan la simiente de las generaciones futuras. Por eso pertenezco a las católicas con el derecho a elegir, que defendemos el derecho al aborto, sabiendo perfectamente lo terriblemente doloroso que es… Porque nuestros óvulos nos han acompañado durante toda la vida. Y así debemos cuidar a nuestros hijos, mascotas, vegetación, base de la alimentación. Y saber poner límites a quienes no lo hacen.
Para el 11-12 de oktubre, los artistas populares, vayamos a la Plaza de la Madre de Catriel, la que inauguramos luego del parlamento mapuche en la noche del 11 a 12 de oktubre de 1992… Porke la ÑUKE MAPU es la tierra madre, de todos los que la amamos y respetamos, cualkiera sea nuestro origen… Porke como muestra la naturaleza, estamos donde el viento sur, el pampero, nos junta y amontona… Los nacidos y criados y los llegados y kedados… Porque así es la naturaleza… Cuidando de cada niñ@, porque la tierra no es nuestra sino de nuestr@s hij@s y tenemos el deber de cuidarla para ell@s.
Y como la vida depende del agua, debemos estar todos juntos unidos para cuidar este recurso escaso y vital, municipalizadores e integradores, peronistas, radicales y de izquierda, hombres, mujeres y niños. Porke la vida depende del agua, no lo olvidemos.
Pero cuando realmente sentimos que no podemos tenerlo, que sea en las mejores condiciones. Para que luego si el “NO” es “NO”, el “SÍ” luego pueda ser un “SÍ” firme, como fue la energía para tener a mi hijita primera, porque ella me daba fuerza desde vaya a saber dónde, desde qué lugar del cosmos, para salir adelante, ponerme a hacer artesanías primero y después seguir estudiando. Y así tuve ese hermoso parto sin dolor, con amor, el parto con un orgasmo, con tanto amor de todos, para mi hermosa bebita que se llamó, obviamente, Lucía Guadalupe.
Fin
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.