Lo haremos juntos y poco a poco. Propongo que volvamos a encontrarnos con la obra de unos de los más grandes exponentes de la literatura americana de todos los tiempos. Nació en La Media Luna del Guaymallén de Mendoza y su destino fue el mundo. La misión que te propongo construir codo a codo es la de establecer una suerte de compendio virtual completo de todo lo que produjo. Pero también, claro, de los pasos de una vida que si bien perfilada para lo azaroso, fue la de un hombre de pie en defensa de sus hermanos y hermanas.
A esta nueva sección le llamo coral porque deseo que me ayudes a reunir toda la información, fotografías, canciones y lo que conformó su cosmogonía. Al ser uno de los poetas malditos -tal como, en los hechos, lo catalogara el sistema- su producción literaria no se dispone como uno piensa que debería estar, a la mano y para consulta y regodeo de generaciones de mendocinos y argentinos. Pensá que este vecino del canal zanjón retrató como pocos el alma profunda del pobrerío, en un camino ascendente en el que la trascendencia jugaba fuerte la parada.
Semana tras semana te daré a conocer toooda su producción editada con la particularidad que deseo arrancar desde atrás hacia adelante. Desde “Los telares del sol” -el libro póstumo- hasta el también inolvidable “Pachamama”, tomo con el que irrumpió al mundo de las letras. La tarea no será sencilla y por ello espero que me ayudés a recolectar todas estas gemas para gozarlas desde nuestro diario. Estamos ante un argentino que nos propuso un horizonte de celebración desde la poesía, a pesar de las propias adversidades y de frente a la inmensidad.
Telar del Almirante
Amanece temprano para quien no ha dormido
la víspera, la antevíspera, aquel estrellerío
del hemisferio norte inmutable en el cielo.
La noche es como el día: una interrogación
a lo absoluto. Delante está el misterio.
En estado fetal el universo.
El mundo mondo. El mar.
Lo demás es silencio.
Sobre la mesa, mapas, constelaciones, notas,
una descomunal cartografía de las costas ignotas
raídas por la prisa de los marinos ciegos
que no saben adónde pisaron si pisaron
las Indias laberínticas, los extremos
que no saben nombrar, que no supieron,
llevados por perversas corrientes de los mares,
por canales de sombra,
si es que acaso llegaron, si es que acaso volvieron.
Ahora está anotando cifras de menudeo:
harinas, agua, sal, tasajo, bastimentos,
algún ganado, aves, baúles, herramientas,
enfebrecido y solo como un dios al comienzo.
Cristóforo Colombo. Almirante de nada
que no sea el océano.
Ahora va a amanecer. Sirio, implacable y sola,
lo ve palidecer como un ojo del cielo.
Ahí va rumbo a su Nao. El día es un fantasma.
No ha apagado su lámpara.
Seguramente nunca volverá a oscurecer.
El Telar del Sol
Urdimbre de los siglos,
unas terrosas manos tejen
hilo por hilo
la vida permanente,
las guardas, los colores
de totales crepúsculos
y el milagro rocío
del día adolescente.
Hace quinientos años
el asombro fue mutuo:
“¡Dí con el paraíso!”,
escribió el Almirante
en su nao de niebla.
No supo, ni en la muerte,
que chocó con Andinia.
El oro encegueció
la búsqueda de Especias
y comenzó la muerte
su lóbrega tarea,
la conquista, el incendio
de las depredaciones,
pero el telar urdía
la vida que no cesa.
De Las Casas clamó
junto al padre Vitoria
Umbrosos capitanes
clavaron la Encomienda.
Desde la España clara
llegó la España negra.
El telar, tinto en sangre,
siguió con su tarea.
Telar de los Andinios
Nos imaginan pétreos,
tiempo petrificado y sin la rueda,
sin arcabuz ni fuego a la distancia
y sólo desnudez a la intemperie,
si es que nos imaginan.
Gente de todo al aire,
tetas en ristre, culos
y el sexo descubierto y manifiesto.
Lo escribieron así. entraron por las islas
del lento mar Caribe a todo trópico.
Lo dice el Almirante alucinado
en su primera prosa y su delirio.
Ahí estaban las hembras,
las frutas opulentas
y algún adorno de oro colgado en la inocencia
totalmente amarilla.
Como si nada y nada fuera nada
nadearon todo lo que no sabían:
el aroma, el sabor, otras costumbres
de milenios de vida
y hollaron en un solo vasallaje
en la yema y la clara esta otra orilla,
la ecología de un jardín sin límites,
el siglo verde de la astrología.
A partir de ese día cuentan todo
y aún lo creen,
como suelen decir: a pie juntillas,
jamás se imaginaron que pisaban
la extensión del planeta
y que, hacia el silencio de las cumbres,
la rueda era inútil todavía.
No imaginar y no soñar la vida,
se paga con la vida.
El Telar
Queda la piedra. Queda.
Nadie pudo con ella.
Aún derruida reside.
Malgastada de vientos
y lluvias de alto trópico,
subsiste la escritura,
el dibujo perenne,
el animal zoomorfo,
Quezalcóatl, la serpiente,
los telares de arena
de Nazca, las pirámides
de Teotihuacán,
los códices quemados
por las llamas de sombra,
los templos protegidos
debajo de la tierra
o en las selvas tenaces
de la península de Yucatán.
Queda la astronomía
tallada en el futuro,
el calendario intacto
de intacta matemática,
el sol, por donde baja
la serpiente emplumada
hasta los pies de jade
de toda eternidad.
Queda el hombre, quedaron
los andenes del riego,
los ríos sin olvido
y estas manos terrestres
que baten el telar.
El sol ha vuelto siempre
y siempre volverá.
El Telar de los Mapas
Las naos abordaron
por distintas corrientes,
milenios tras milenios
las costas de mi sangre,
las bahías azules,
las penínsulas ciegas,
el resuello del mar.
Los hombres no vinieron
de distantes galaxias,
llegaron de la vida,
la misma vida y única
que aquí se vio llegar.
La vida que ya estaba
donde vive la vida.
La vida allende el mar.
La vida aquende el mar.
Al telar de los mapas
los ha borrado el tiempo,
los robos, los naufragios,
el lento deterioro
de toda antigüedad.
¿De dónde vino entonces
esa vida que vino?
¿Y esta vida que estaba
adónde fue a parar?
Nos han llamado Indios
los que iban a las Indias,
obsesos mercaderes,
oscuras faltriqueras,
torpes cartografías,
frailes de íncubo y súcubo
que dieron de narices
con mi tierra opulenta,
se dijeron: no existe.
Y que no se hable más.
Y al telar de los mapas
lo arrojaron al mar.
Telar de la sangre
¿Qué hago con esta sangre de dos sangres?
¿Qué hago con el silicio que me habita?
¿Qué hago con estos pómulos de Huarpe
y esta barba telar y encanecida?
¿Y qué con mi memoria irreverente
que no quiere olvidar y que no olvida?
¿Y este idioma curtido a la intemperie
sobre el idioma muerto de mi raza?
¿Con esta antigüedad de antigua piedra
y la genealogía de mis padres?
¿Qué hago con este polvo enamorado
de mi palabra nueva en tu palabra?
Madre de pueblos, loca y fundadora,
¿por qué me habéis abandonado?
¿Dónde cayó el abuelo violador
que asesinó a mi abuelo milenario?
Y tengo que asumirte. Si te niego
seré el americano más cobarde.
Para saldar las cuentas del martirio
hay que aclarar las aguas.
Admitirte en la cruz del genocidio
y en la espada de sangre que es mi sangre.
Por las claras del día, madre ausente,
quiero verte la cara,
por trescientos millones de tu cría
y por quinientos años de olvidarnos.
De otro modo no vengas, si no vienes
a asumirte en la sangre de tu sangre.
Mis hembras han tejido en su paciencia,
telar continental, todas las sangres.
Telar de los Otros
¿Y qué de aquéllos? ¿Los otros?
¿Los mal otros, que chapotearon vidas
y escondieron la mano?
¿Y qué de los franceses, portugueses,
corsarios?
¿Qué de los holandeses,
que sobre el extermino de la Andinia
montaron esa podre del Mercado de Esclavos?
¿Y qué de mister Drake,
y qué de Morgan
y de sus graciosísimas majestades británicas?
Tengo anotada aquí, en mi memoria andinia,
cualquier piratería, todo lucro incesante
desde Ushuaia a la última reducción de los Sioux.
Todo está dentro mío y todo permanece
mientras el telar siga
batiendo, hilo por hilo,
la tenaz impaciencia paciente de la luz.
Putos hijos de puta, se esconden entrelíneas,
en las enciclopedias, Geografic, falaces
con ese occidental gesto de yo no fuí
y les cargan el oro del moro a esa mesnada
que se hicieron al mar con los cojones
en tres alucinadas cascaritas de nuez.
No los absuelve nada. No los absuelve nadie.
El telar de la historia teje que teje aquí.
En la urdimbre del tiempo la vida es sol y sombra.
La luz desnuda todo. El sol es otra historia
y con él en la sangre
por quinientos más años se volverá a escribir,
se volverá a telar, se volverá a cantar
se volverá a decir.
Zamba del nuevo día, Hamlet Lima Quintana
Zamba de la distancia, Mercede Sosa
Canción para un niño en la calle, Víctor Heredia
Nota
Libro Los telares del sol, Armando Tejada Gómez, 1994, Ediciones Culturales de Mendoza


