Reflexiones cuarentenadas
Esta semana realmente no sabía cómo cumplir con el amigo Sapunar y con mi pretensión -creo, sin falsa modestia, exagerada- de escribir un texto con alguna reflexión de valor. Seguramente demasiados noticieros y mucho recorrido por los portales de noticias también; hábito que puede llevar al extravío a cualquier mortal por más bien intencionado que se crea.
A riesgo de parecer ingenuo -naif dicen por ahí, tal vez para acentuar esa condición mediante notas artísticas que son para mi totalmente ajenas-, en honor al título y totalmente apabullado y atribulado por los hechos, que escapan a mi marco de comprensión, no encontré otra elección que lo que constituye en parte un ejercicio de auto observación.
Me gusta definirme como un Cristiano Agnóstico -a pesar de que la afirmación puede ser un oxímoron-
Si me permiten una digresión, me gusta usar este concepto: “oxímoron”, que junta en una palabra la unidad de la diferencia. El segundo término es contradictorio con el primero, es una contradicción paradójica, es porque no es.
Suena lindo, más que definir lo indefinible, pinta una situación que tiene sentido en nuestra percepción, aunque no podamos lenguajearla y, además, da estatus de sabiondo.
La confesión necesita explicación -desparadojizar- para zafar del “oxímoron”. En primer término, saliendo de la teología, si algo hay asumido sin discusión en occidente de lo que la tradición asigna a la palabra del Cristo es el humanismo, la consideración del “prójimo”, del otro -la otredad, dicen las ciencias sociales-, independientemente de si se le asigna a Jesús categoría de divinidad o no, cuestión ésta, privadísima, que no es sometible a discusión por fuera del plano de la fe. En este sentido soy cristiano.
El segundo término es una paradoja en sí mismo, no niega la existencia de la divinidad, pero niega la posibilidad de conocerla, es una manera de expresar una sospecha, por las dudas. Como dice Doña Ubenza -copla del Chacho Echenique, del inolvidable Duo Salteño- : “No vaya a ser que Dios exista y me lleve pa’l infierno con mis ovejitas”. Una ficha al cero -para los que gustan de la ruleta-, una muestra de la incertidumbre de la propia existencia; el Alea (azar o lo aleatorio) de Edgar Morin, o si quieren, el principio de incertidumbre de Heinserberg de la física cuántica.
Tomemos nota de los distintos campos del conocimiento que intentan lidiar con este asunto. En este sentido soy agnóstico.
En fin, más allá de cualquier divague y cualquier reflexión de orden filosófico, una definición menos intelectualizada del humanismo sería, en lenguaje sencillo: “el humanismo consiste en no joder al prójimo; del latín próximus; el más cercano”. Busquen la etimología de “joder”.
Los conflictos raciales en EEUU -tan religiosos los blancos por allá-, el comportamiento de los europeos con los migrantes de medio oriente, el nazismo revivido en Alemania y España, Bolsonaro en Brasil, la nórdica -según definió, sospechosamente, ella misma el origen del color de su piel- Agnes en Bolivia, también esgrimiendo la Biblia y, finalmente todo lo visto del macrismo y lo que vemos hoy en las manifestaciones terraplanistas en Argentina, hacen pensar que el concepto “humanismo” ha perdido valor normativo o al menos disminuido notablemente la adhesión a su significado por parte de sectores sociales en un número, como mínimo, llamativo.
Ni hablemos de los mayores medios de comunicación (Clarin, La Nación, el Grupo América, Perfil, Infobae y ahora se agrega Telefé en manos de una empresa de EEUU) y sus periodistas que convocan a infectarse y, bueno, que se mueran los que tengan que morirse o están esquizo-paranoicos con el peronismo y Cristina Fernández de Kirchner su mejor exponente desde hace un tiempo.
Ateos ilustres como Umberto Eco o Humberto Maturana, entre otros, también definían el humanismo en términos sencillos: para Eco “cualquiera sabe que lo que es dañino para uno, también lo es para el resto de los congéneres”. Maturana decía que Jesús era un buen biólogo.
Si uno para un ratito la pelota para ejercitar el que debería ser el músculo más importante -el cerebro- seguramente encontraría muchas dificultades para hallar un concepto que explique estas conductas sociales anti cuarentena en palabras aceptables para una publicación. Como mínimo, usando la terminología del Negro Fontanarrosa, son unos peloTÚdos muy, pero muy importantes, además de dañinos.
Esta gente ha generalizado la idea de que todos nos vamos a contagiar, entonces busquemos el disfrute individual hasta donde se pueda. Me hacen acordar a las profecías milenaristas del 2000 o las profecías Mayas sobre el 2012.
Se me presentan innumerables interrogantes con estas dos cuestiones que he tirado en… el papel -diría en otros tiempos-, hoy en la computadora: el humanismo y los medios de comunicación.
No es posible negar la influencia de los medios de comunicación, principalmente en la urbanidad que se pretende “informada”. Sin embargo, para los medios de comunicación, que son empresas comerciales, su objeto -como sabemos- no es la información sino el lucro, su especialidad es identificar su “target” y publicar lo que ese segmento de la sociedad quiere escuchar o leer y, en todo caso, mediante contrabando ideológico bien armado y editado, alinear a sus consumidores con los intereses del negocio, que va más allá del medio en sí.
En realidad, los medios exacerban de acuerdo a su propia conveniencia: sentimientos, adhesiones, disconformidades, frustraciones, etc., que ya estaban presentes en sus consumidores. Logran generalizar y homogeneizar simbólicamente estas cuestiones poniendo a disposición las palabras y suministrando los argumentos que aquellos no tenían. No importa si estos argumentos son falsos o verdaderos.
Si lo que digo es verosímil, el problema no está -socialmente hablando- en los medios en forma exclusiva sino en el sentido de sus consumidores.
En este aspecto, consumidores y periodistas van en el mismo pelotón. Los primeros por lo dicho anteriormente, los segundos porque, elegidos con especial meticulosidad por los intereses del medio, comparten ese sentido o se auto convencen en mayor o menor medida de acuerdo al premio monetario por sus servicios.
El medio se convierte así en una herramienta de propaganda más que en vector de información.
Aquí aparece el tema del “humanismo” en circunstancias como las actuales donde la acción personal puede provocar la muerte del “prójimo” olvidando que, como dice Maturana: “el otro es un uno en las circunstancias en las que uno puede estar en cualquier momento”
Desde el psicoanálisis la explicación se busca en la conformación de la subjetividad y con Marx se plantea el poder de las superestructuras en la conformación de la individualidad. Humildemente, no me alcanzan estos argumentos.
El todo no es una suma de sus partes, sino un emergente de las relaciones en su interior, no es posible explicar el todo por sus partes. Es una obviedad decir que la sociedad no es fácilmente visible como sujeto autónomo. Es más, es admisible que se califiquen mis razonamientos como una construcción teórica más.
Pero -otra vez- si lo que digo tiene posibilidades de verosimilitud, eso significa que algo está mal, aunque no podamos todavía descular exactamente qué es.
Creo que una razón es la expansión sin límites de las expectativas del BUEN VIVIR, convertidas en sentido social generalizado. Expectativas construidas sobre las promesas de la ciencia de una vida prolongada más allá de límites anteriores, sobre la conectividad global de las tecno comunicaciones que muestran paraísos naturales, ahí al alcance de la mano, con el Ahora 12 o 18 -y ¿por qué no he de desear conocerlos?-, sobre los mundos imaginarios construidos por Hollywood, sobre la promesa de belleza eterna, etc., etc. En el marketing hace rato se sabe del poder de las expectativas de bienestar y/o status.
Un buen vivir basado en el consumo; lo que paradójicamente atenta contra el buen vivir en términos tanto biológicos como espirituales.
Esta expansión de expectativas no es posible de satisfacer en un sistema que las administra concentrando las posibilidades en su cima. Esta expansión de expectativas excede las posibilidades del medio ambiente.
Olvidamos que al fin y al cabo no somos nada más y nada menos que un elemento más -ni necesario ni imprescindible- de ese medio ambiente, pareciera que hemos internalizado los imaginarios ficcionales hollywoodenses de la vida en el Domo y el Apocalipsis auto infringido como destino cierto e inapelable.
En ese imaginario no hay humanismo posible, las/los/les otres quedan afuera del Domo.
Dije al principio que habría en el texto una gran ingenuidad. A modo de confirmación de ello me amonesto por no recordar que uno de los padres fundadores del liberalismo -John Locke- se dedicaba al negocio del esclavismo.
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado -por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.