Entro al bar como para constatar lo que vi en las fotos de este lugar histórico. Aparentemente, todo está en su lugar. Aquellos cuadros, esos objetos, los ventanales proyectando la luz del día, en estas paredes cargadas de elementos diversos. Cada uno de ellos atesorados con el paso del tiempo, pienso… siento. las energías, las formas, los materiales.
Todo sigue adelante tal cual lo imaginé: logro tomar la que atisbo como la mejor mesa que podía encontrar. Imaginate, tomo asiento en una de estas sillas transitadas, con historias vigorosas sobre sus respaldos. Quedo junto a una ventana adorable. Me ubiqué en una buena posición, cerca de la barra, pero no junto a ella, por razones que te daré en próximas entregas…
Por ahora te diré que desde aquí veo casi todo el salón, la perspectiva que tuvieron en cuenta sus creadores. Los veo midiendo profundidades, el camino de la luz del sol por dentro del bar y como ponerle ténue la noche a los parroquiano, fundamentalmente del barrio de Boedo.
Lo que deseaba se cumple: generar este bello momento visual. Parece tocarse la rugosidad de estas mesas y sillas que han sido testigos de reuniones, encuentros, sueños compartidos. Ahora ocurre la media mañana, sale el sol en mi corazón. Este es el Bar Margot, del que tanto me hablaron. ¡Mozo, cortado mediano con medialunas, por favor, me quedo a leer!