Sectarismo versus catolicismo (¿versus?) 9
Para entender por qué pensamos que el Instituto del Verbo Encarnado (IVE) se traiciona a sí mismo, antes debemos ver una película del director Michael Anderson, Las Sandalias del Pescador, estrenada en 1968 en base a un libro del ex seminarista australiano Morris West, de 1962.
En ese libro West anticipa lo que ocurriría 15 años después: la asunción del primer Papa eslavo, pero no es sólo eso. Debemos ver el clima de época de la película que, reitero, es recomendable ver varias veces, estudiarla más bien.
1962, año en que se producía la crisis de los misiles en Cuba y daba comienzo en Roma el Concilio Vaticano II. En ese acontecimiento participaría, como padre conciliar, el salesiano Jaime De Nevares, que también ese año se convertía en el primer Obispo del Neuquén y Enrique Dussel publicaba una obra breve, Ciencia y Fe, inspirada en la obra del sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin (fallecido siete años antes). El año anterior al asesinato de John F. Kennedy en un país que esta misma semana está demostrando ser un gigante de la democracia; un gigante con pies de barro, por cierto.
En la película hay que reparar en eso especialmente, el clima de época y en el eje político Pekín-Moscú-Roma, imaginario pero no tanto si lo analizamos desde el contexto actual. Roma se convertía allí nuevamente en el centro del mundo. Estados Unidos estaba sólo de testigo, en la persona de un simple periodista interpretado por David Janssen (¿se acuerdan del Dr. Kimble en “El Fugitivo”?). Los cambios del Concilio Vaticano II modificarían al mundo. Si bien el eje neoliberal se impondría transitoriamente un cuarto de siglo más tarde, las reformas conciliares volverían y llegarían hasta nuestros días.
Las Sandalias del Pescador es una suerte de relato mitológico en un “in illlo tempore” para entender nuestro presente.
Respecto del contexto histórico, el primer documento del Concilio fue Gaudium et Spes, donde se habla de la universalidad y de que todas las religiones tienen algo de verdadero. O sea se cuestionaba seriamente el sectarismo que venía practicando la Iglesia. Dicen los entendidos que ese documento estaba inspirado en la obra de Teilhard, oportunamente censurado por la Iglesia. En el film, el Papa electo aparece ante un moribundo judío rezando una oración en hebreo.
El Concilio terminó en 1966, ya con nuevo Papa (Paulo VI), y ese mismo año era asesinado en Colombia el sacerdote guerrillero Camilo Torres. Al año siguiente moría asesinado el Che Guevara y en 1968 se producían el Mayo Francés, la Primavera de Praga, el asesinato de Martin Luther King y de Robert Kennedy. En Argentina, el año 69 estuvo marcado por el Cordobazo y el fortalecimiento de la resistencia peronista inspirada en la nueva doctrina de la Iglesia. Se fortalecía asimismo la Revolución Cubana en todo el continente.
La Iglesia había “girado a la izquierda” y eso se notó también en la encíclica Populorum Progressio. Los Curas del Tercer Mundo hacían su aparición y se harían especialmente fuertes en Argentina y el resto de América Latina. “El deber de todo cristiano es ser revolucionario y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, había dicho Camilo Torres y al ser acusado de “idiota útil” había respondido “prefiero ser un idiota útil al servicio de la revolución y no un idiota inútil al servicio de los explotadores”. Camilo fue uno de los iniciadores de la Teología de la Liberación, ampliamente difundida en Argentina en cursos de Pastoral Juvenil dictados por sacerdotes colombianos; el clima de época obligaría a la Democracia Cristiana argentina a deponer su gorilismo histórico.
Así fue que la humanidad se vio, por primera vez, ante la posibilidad que el cristianismo volviera a ser revolucionario, como lo había sido Jesús de Nazareth.
Fue en el año 68 en que el libro de Morris West se convirtió en película, con el papel protagónico central de Anthony Quinn, más John Gielgud, Lawrence Olivier, el joven David Janssen y varios otros.
En el film, Teilhard aparece en la figura del Padre Tellemond, apasionado por la ciencia y por modificar la teología y que le temía más a la censura que a la muerte. Un sacerdote estudioso de la paleontología pero especialmente del origen y el destino del hombre, de la humanidad.
El comunismo chino estaba cumpliendo trece años en 1962 y ya estaba mostrando sus dificultades, pero asomada como “tercera posición”. En la película, es China la que fuerza al Vaticano a un cambio de postura, quizás una forma alegórica de reconocer que el Concilio que estaba ocurriendo en la vida real se apoyaba también en el espíritu chino, el taoísmo.
¿Delirio?. Veremos que no.
Fueron muchos los jesuitas que, desde 1582, visitaron China y, al bien decir del psicoanalista argentino Jorge Alemán recorrían el mundo para evangelizar, pero al mismo tiempo se dejaban evangelizar por el evangelizado (De Nevares, salesiano pero admirador de Teilhard, hizo eso con los mapuches).
En 1983 vio la luz una gran obra del jesuita español Carmelo Elorduy, “Lao Tse/ChuangTzu – dos grandes maestros del Taoísmo”, donde pasa revista a los grandes valores de esta visión del mundo, respetando los 64 principios, que coinciden con los 64 hexagramas del oráculo I Ching, el Libro de las Mutaciones, cuya mejor versión fue prologada por Karl Jung, Richard Wilhelm, Hellmut Wilhelm y Jorge Luis Borges hace ya mucho tiempo
Pero entonces ¿quién fue Teilhard, qué tiene que ver con el cristianismo moderno y que relación hay con China y el taoísmo?
Teilhard nació en Francia el 1 de mayo de 1881 y murió el Domingo de Pascua, 10 de abril de 1955, en una capilla en Nueva York. Se lo conoce como “teólogo, paleontólogo, escritor, paleoantropólogo, sacerdote católico, geólogo y filósofo”. Como era de esperar, sus superiores no vieron nunca con buenos ojos que adhiriera a la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, aunque él le daría otro sentido…
Era el cuarto hijo de una familia numerosa (tenía diez hermanos). Su padre era naturalista aficionado y, por parte de madre, era descendiente de Voltaire, el filósofo iluminista francés que había inspirado, en parte, la revolución francesa y había enfrentado a la Iglesia con su panteísmo
Se ordenó sacerdote en 1908, en Gran Bretaña. A los 27 se lo quiso asociar a un fraude arqueológico del cual era inocente, pero aún hoy sus detractores siguen hablando del “escándalo del Hombre de Piltdown”. En 1912 entró a trabajar en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París, junto a un naturalista autor del desentierro del primer hombre de Neanderthal completo. Conoció al célebre investigador Henri Breuil y participó con él, con 33 años de edad, en excavaciones en España.
Fue camillero en la Primera Guerra Mundial y paralelamente publicó dos obras, una de ellas con un título que definiría toda su obra: ”El potencial espiritual de la materia”. Entre 1922 y 1926 obtuvo tres licenciaturas en ciencias naturales: Geología, Botánica y Zoología, y alcanza el doctorado (La Sorbona).
En 1923 hace su primer viaje a China. Al volver, da clases en el Instituto Católico. Pero ya se manifestaba contra la idea de “pecado original” y se vio obligado a dejar de enseñar.
Volvió a China y participó del descubrimiento del Homo erectus pekinensis.
Fue en Pekín (hoy Beijing) donde en 1940 terminó y fechó su, para nosotros, obra cumbre, El Fenómeno Humano.
Su obra completa sería publicada luego de su muerte, ya que pesaba sobre él la censura de la Iglesia, que no le perdonaba haberse alejado del creacionismo y haber abrazado la ciencia evolucionista.
¿En qué consistió lo revolucionario del pensamiento de Teilhard?.
En primer lugar haber desechado la idea de “pecado original”, como asimismo haber desechado que la Humanidad comenzó con Adán y Eva, que es lo que enseñan en Malargüe, especialmente el sacerdote Ramiro Sáenz (IVE) que, contradictoriamente, es jesuita.
No hay creación divina desde la nada ni hay origen en una única pareja humana, ni el hombre es ajeno a la naturaleza, como más tarde diría otro jesuita argentino que hoy es Papa (LAUDATO SI). El hombre es producto de la evolución de la naturaleza y ésta es producto de la materia mal llamada “inerte”.
Luego, entonces, no es cierto que alma y cuerpo sean cosas separadas. Son la misma cosa. La materia inerte no es tal, es “pre-vida”.
Toda la materia es energía y la energía es el espíritu, ni más ni menos. Lo había dicho Einstein antes que Teilhard: E=mc2, la energía es la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado. O sea que son lo mismo, pero en distintos tiempos.
El tiempo es la cuarta dimensión que debemos tener en cuenta para estudiar la materia-energía, o el cuerpo-espíritu. Luego, si hay tiempo, hay evolución: los distintos elementos se convierten en otros. Todos los elementos tienen una radiación natural, y las radiaciones convierten, por ejemplo, y ultrasimplificando, el uranio se transforma en plomo.
Esto se da en la materia “inerte” o mejor “pre-vida”. Esa energía, esa radiación, él la llamaba “espíritu”, y la evolución no es más que la complejización del espíritu. La conciencia es producto de la evolución de esa energía original que viene de la pre-vida a la vida. La autoconciencia, privativa de los homínidos, es el punto -hasta ahora- culminante de una larga evolución que quizás comenzó hace 15.000 millones de años con el Big Bang.
Lo cual no quiere decir que el Homo sapiens sea el último eslabón, como pareciera dar a entender el darwinismo.
En efecto, el gran error de la ciencia positiva europea fue creer que el último escalón de la escala evolutiva éramos… nosotros. El mismo marxismo establece etapas y coloca al capitalismo como el último capítulo de la historia humana, siendo entonces el comunismo el fin de la historia, una sociedad sin clases. Habríamos llegado hasta este punto por el libre juego de las mutaciones, que aparecían azarosamente y triunfaban en el medio ambiente si éste necesitaba de ellas. Azar y necesidad diría más tarde Jacques Monod (1970) en un libro memorable pero que al leerlo me irritó, confieso: para hombres como él, la vida surgió por casualidad, una mera casualidad: “Nos gustaría pensar que somos necesarios, inevitables, ordenados desde la eternidad. Todas las religiones, casi todas las filosofías e incluso una parte de la ciencia dan testimonio del esfuerzo infatigable y heroico de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia”.
Teilhard había hecho hincapié en que el hombre actual no es el último eslabón de la evolución, sino que habrá otros eslabones. Otros futuros. Porque el tiempo no se detiene. Ergo, la evolución tampoco. O sea que el Homo sapiens (o el comunismo en Marx) no era el fin de la Historia. No podemos sentirnos ajenos a las leyes que nosotros mismos enunciamos, diría con palabras más difíciles. No somos ajenos a la evolución, somos parte de ella, y habrá otra especie inteligente que nos suplantará, como el Homoo sapiens reemplazó al Homo erectus.
Sólo que Teilhard piensa que el próximo paso evolutivo no será casual, azaroso, sino voluntario de esta especie. Lo cual entronca con la idea de “hombre nuevo” de San Pablo, o del Che Guevara, o El Europeo de Herman Hesse. Para Teilhard, sí o sí, el próximo paso será también social. La creencia en Adán y Eva sostiene al individualismo.
En su cosmogénesis, el planeta Tierra se compone de una litosfera (una esfera de roca), cubierta por una película de vida, la Biósfera, y ésta se halla cubierta por una película de conciencia, la Noosfera. La Noosfera es el espíritu universal del hombre. ¿El inconsciente colectivo de Karl Jung?. Vaya uno a saber.
¿Tiene algo que ver esto con la Hipótesis Gaia? Es posible que Teilhard haya inspirado a James Lovelock en eso. Pero lo que sí es seguro es que influyó mucho en Bergoglio, el Papa Francisco, el jesuita Francisco, en su encíclica LAUDATO SI.
La pre-vida y la vida son “la mutación perpetua”, que es lo que no se detiene nunca.
Darwin llega hasta el Homo sapiens, pero Teilhard, que abrevó en el taoísmo, sabe que las “mutaciones” son un cotidiano eterno. El I Ching es “El libro de las mutaciones” y está inspirado en el Taoísmo.
Liu Ming, médico acupunturista chino, atendió a Bergoglio entre 2004 y 2012, a quien visita en el Vaticano. “Liu Ming se formó como monje taoísta en la provincia de Nanjing, China, para ejercer la medicina tradicional de su país. Ya en Argentina, donde vive desde 2002, comenzó a atender a Bergoglio en la Catedral y luego viajó a verlo al Vaticano, en octubre de 2013. Durante los ocho años que se conocieron, Ming y Francisco gestaron una amistad, e incluso el Papa le regaló al médico once libros, entre los cuales se encuentran los escritos por el entonces cardenal, la “Biblia” y la “Historia de la Catedral de Buenos Aires”. Actualmente Ming realiza acupuntura y masajes chinos en un consultorio de Belgrano y lidera una escuela de Taichi. Hablamos con él sobre su relación con el Papa, los principios de la medicina tradicional de si país, la importancia de la respiración y de las artes marciales y vemos una demostración del arte de la caligrafía china”, leemos en un post de la TV Pública en julio de 2016.
Insisto entonces, para seguir adelante con estas reflexiones, comparemos el presente chino y mundial con los protagonistas de Las Sandalias del Pescador y prestemos atención a todos los detalles. Luego veremos de qué manera muchos autores se apoyaron en él, en Charles Moeller y otros para justificar el dialogo entre cristianismo y marxismo, o sea el surgimiento de un cristianismo revolucionario, que no otra cosa fue el peronismo verdadero de los años ’70, luego “aniquilado” por la dictadura, pero que resucitó en 2003; como si la juventud sacada del poder con la destitución encubierta de Héctor J. Cámpora hubiese vuelto por sus fueros. Y eso sólo siendo argentinistas autorreferenciales, pero proyectémoslo al mundo.
Es esto último lo que hace que un Ramiro Sáenz, jesuita, termine traicionando a su propia razón de ser en el mundo de la religión: la religión profundizada lleva a un compromiso con el mundo exterior: la naturaleza, el pueblo; no el capitalismo, no las clases dominantes. Y a un compromiso con las mutaciones, con la evolución de la especie y la socialización. Allí Ramiro Sáenz y su troupe terminaron eligiendo mal.
Como la materia “inerte” y la vida, las ideas evolucionan, y Teilhard entonces se encontró, en su búsqueda de lo nuevo por venir, entre dos fuegos: por un lado el dogma católico y por el otro el dogma stalinista. Allí optó por la dialéctica, única posibilidad de dejar fluir la evolución.
Volveremos sobre esto. Las sandalias del pescador tienen suela para rato.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.