Las cosas por su nombre, los motores subjetivos de la conducta humana
Segunda parte
(viene de la entrega anterior)
Aunque lo que los historiadores reconocen como revolución industrial se habría dado desde mediados del siglo XVIII, es interesante observar la evolución de estos hombres libres que progresaron a partir del comercio o la producción artesanal, o que dejaron de ser siervos para ser soldados o sacerdotes, única forma de librarse del ‘servicio a la tierra’. En Inglaterra, desde el siglo XIV, comenzaron a tener representación en la cámara de los comunes, la versión del parlamento de los que no tienen títulos nobiliarios, si bien esta fue relativa e inicialmente manipulada por los nobles, con el crecimiento económico comenzaron las alianzas de conveniencia.
En términos estrictamente económicos el capitalismo, pero en su modalidad financiera, se inició en la Edad Moderna en los Países Bajos y las ciudades estado del norte de Italia, Venecia, Génova y Florencia. El comercio en el mediterráneo, no sólo enriqueció a los comerciantes, sino que sus excedentes fueron invertidos en astilleros y en una poderosa banca que daba créditos a particulares y estados. Esta banca fue manejada por nobles y por ‘ennoblecidos’ por compra de títulos y honores.
Un caso particular y anterior de experiencia capitalista financiera fue la protagonizada por los templarios, que acumularon grandes riquezas y se convirtieron en poderosa banca, los reyes deudores decidieron exterminarlos para no pagar sus deudas.
En los casos de Holanda y luego de Inglaterra, uno de los comercios más lucrativos que este capital financiero desarrolló a partir de su respaldo fue la trata de esclavos secuestrados en África para ser vendidos en América.
La aparición del capitalismo industrial generó, a partir de este modo de producción una reconfiguración social. No es que haya dejado de haber dominantes y dominados, sino que la nueva clase dominante, la burguesía, no heredó de la nobleza a la que desplazó, los atributos de la pretendida divinidad que esta decía tener, y su autoritarismo no podía ser ejercido de manera discrecional sino que debía ampararse en un corpus legal que por supuesto elaboraron según sus necesidades.
A partir de aquí, el conflicto entre capital y trabajo que con diferentes modalidades seguimos viviendo. Esto ha implicado siempre, desde los términos de la puja, una discusión filosófica que en la medida que configura diferentes maneras de entender el mundo y proyectar la realidad, llamamos ideología.
Desde Adam Smith con “La riqueza de las naciones”, pasando por Taylor y Jeremy Bentham y un número inacabable de economistas y pensadores, el capitalismo se ha regido por el objetivo de obtener la máxima ganancia, extremando su discurso a partir de Milton Fridman y de la llamada escuela austríaca, reservorio del capitalismo más salvaje y con mayor desprecio por la humanidad desposeída, la mayor muestra de exclusión hasta la fecha.
En oposición a este tipo de pensamiento, Jean Jacques Rousseau en su “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”, responsabiliza a la propiedad de dicha desigualdad, afirmando que alteró la condición original de libres, buenos y soberanos de los seres humanos.
También el evangelio cristiano expresaba deseos de igualdad y solidaridad entre los humanos, lo que le valió graves persecuciones del poder, pero en el siglo IV el cristianismo fue cooptado por ese mismo poder e incorporado al séquito de la élite dominante.
Tomás Moro en su obra Utopía habla de una isla en la que la propiedad es común y la comunidad vive en armonía. Perdió literalmente la cabeza. No precisamente por el libro sino por toda su conducta que no condecía con los intereses del poder ejercido por el monstruo autoritario que reinaba en ese momento en Inglaterra, fue uno de los muchos asesinados.
También podemos mencionar a un grupo de pensadores, llamados socialistas utópicos por Marx, porque pensaban que el camino para llegar a una sociedad no egoísta y solidaria sería pacífico. Él consideraba que mientras los medios de producción estén en manos del capital y la producción sea social , la apropiación del beneficio será mayoritario para el capital que no cederá esto amablemente.
En el medio de este necesario conflicto entre el capital y el trabajo ha habido y hay pensadores y políticos que han intentando, bajo el paraguas de un estado interventor e inclusivo, preservar las relaciones de producción capitalistas estableciendo una distribución de la renta más equitativa. Desde lo filosófico, Augusto Comte, desde la economía John Maynard Keynes, desde el pensamiento político Juan Domingo Perón, Charles de Gaulle, Gamal Abdel Nasser, etc.
Y aquí es imprescindible mencionar un fenómeno que se ha intentado presentar como novedoso y como una ideología: el fascismo. El fascismo no es una ideología, es la misma manera brutal, autoritaria e intolerante de ejercer el poder despótico de los imperios de la antigüedad, del feudalismo y del absolutismo monárquico. Todos los imperios de la antigüedad fueron genocidas, generosos en el asesinato de los pueblos que atacaban y del pueblo propio cuando el poder se sentía cuestionado; lo mismo ocurrió en el feudalismo y en el absolutismo monárquico. No es casual que los discursos del fascismo italiano y el nazismo alemán hablaran de reeditar viejos imperios. En todos los casos estos regímenes autoritarios al igual que los imperios, necesitan enemigos para consolidar su poder sobre la subjetividad de la población. El enemigo sirve para consolidar los propios y culpar de lo que salga mal a los ajenos.
El poder cuenta en la actualidad, dentro de los incluidos, con una nutrida clase media, al menos en países como el nuestro, que a diferencia del proletariado del que hablaba Marx, tiene, o por lo menos le han cargado eso en su subjetividad, algo que perder. Ese algo que perder para esa clase media que está económicamente tan cerca de los pobres y tan lejos de los ricos, es la posibilidad de caer en la pobreza; esto hace que los pobres se constituyan en su objeto fóbico.
Y entonces ¿qué ocurre con los discursos fascistas de la actualidad? ¿Cuál es el por qué de que los defensores del poder de la élite económica pidan armas para la población que puede comprarlas, mano dura, aumento del poder de las fuerzas represivas y concretamente mayor represión? La respuesta está en el capitalismo salvaje, en el neoliberalismo que hace de la exclusión uno de sus disciplinadores sociales, el otro es la represión y el objetivo fundamental de esa represión son, por un lado esos excluidos que produce y por el otro cualquiera que cuestione su poder, el enemigo interno. El discurso fascista es simplemente una herramienta para el neoliberalismo que vive como riesgoso cualquier cuestionamiento popular.
Tal vez tengamos entonces cuatro temas de discusión a los cuales abocarnos: Inclusión versus exclusión, propiedad social o colectiva de los medios de producción, distribución de la renta; y uno que es fundamental y del que dependerá cualquier otra discusión que deseemos plantear: el poder. ¿Seguimos aceptando el poder en manos de las élites económicas o reclamamos el poder en la comunidad, democracia real se llamaría?
Estamos asistiendo a un nuevo cambio en los modos de producción y nuevamente no ha sido provocado por la lucha de clases o en apariencia no es así. La sociedad con producción robotizada, sumada a la inteligencia artificial, con cada vez menor necesidad de intervención manual humana nos ofrece un futuro cercano con muchos interrogantes. A lo largo de la historia la tecnología provocó la desaparición de muchas profesiones artesanales. A pesar de este interrogante las discusiones necesarias siguen vigentes.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.


