Séptima entrega
Tres microrrelatos, apelar a las historias en pocas palabras
¡Hola, Marcelo! ¿Cómo vas? Para vos y para todo tu público comparto relatos breves alrededor de un tema que marcó parte muy importante de mi vida, como la de un conjunto significativo de nuestros compatriotas: la necesidad de dejar el suelo querido ante la avanzada de una persecusión de la que solamente el tiempo nos reveló como genocidio atroz.
El castigo mayor infrigido por los griegos a sus reos era el exilio.
El conocimiento que tenían del espíritu humano los llevó a esa conclusión. Nada hay más doloroso para una persona que ser alejada de sus raíces.
La crueldad de los genocidas llevó a la tortura, muerte y desaparición. Hasta hoy hay miles de los que no se sabe dónde esperan sus huesos que lágrimas de años los rieguen para paz de ellos y sus seres amados.
El exilio de los que pudimos eludir este destino fue cruel. Conservamos el aliento pero nos llevamos el miedo, el dolor, las ausencias, la soledad en multitudes, la búsqueda de miradas hermanas en rostros extraños, el perfil de paisajes en ignotos lugares.
No solo la comunicación de amigos desaparecidos. Escasa información por los tiempos y porque formaba parte de la siembra de terror que disciplinó a todo un pueblo. ¿Puede concebirse que haya monstruos de este calibre, capaces de gozar con el sufrimiento, de pactar silencio para ocultar sus depravaciones y que haya otros seres humanos que los justifiquen?
Dolor
Desde la orilla las olas son contradictorias. El vaivén impredecible. Cuando algún bulto asoma, da tantas vueltas hasta desaparecer que engaña. El atardecer nublado vuelve más impreciso el curso.
Se mezclan los murmullos extraños con gritos difusos. Los brazos se hacen cada vez más incapaces para la carga. Alguna telaraña estremece el miedo y lo despierta.
Cuando el río tenía nombre y destino, las orillas estaban dibujadas por irupés. Los habitantes de la selva se acercaban para ejercer sus oficios. Ahora se ocultan día y noche porque sienten que la muerte también los busca.
Las sucursales del odio se multiplican y anidan cerca de sus fuentes nutricias.
Muros dobles de piedras y espanto germinaron en nombre de la cruz. Ahora se replican en otros diosezuelos.
Su vientre quiere estallar. La vida lastimosa se abre paso. Ignora, en su urgencia, que no es vida lo que le espera.
Se la llevan apretándola con sus botas en el piso del nefasto transporte .
La huella embarrada lo hace deslizar incontrolable. Se ve revolcada mientras su instinto da vida con los dientes y torpes dedos anudando.
Corre dándole calor con sus harapos, su cuerpo, su magro seno en prodigio.
Prefiere el líquido para que el origen complete su destino. Su río la abraza.
Habrá dos vacíos en la memoria.
Pobre infancia pobre
Es difícil peinar la lana.
Nuestro vecino de enfrente era el tren que, desde Buenos Aires, pasaba por mi provincia y seguía para San Juan.
Era una fiesta siempre: llevaba ganado, pasajeros, autos y -de vez en cuando- algún circo. Los niños nos pegábamos a la alambrada para ver los animales en sus jaulas. Nos daban miedo y despertaban el costado viajero que sembraba pacientemente el tren.
Para nuestros ojos y asombro pasaba muy rápido.
Pero un día vino muy lento. Mi mamá, como todas las de la calle, había trasgredido la regla de no cruzar la alambrada al paso de un tren. Estaban peligrosamente cerca de los rieles cuando apareció uno adornado con banderas argentinas y fotos de la señora que se asomaba por una de las ventanillas y dejaba un juguete en cada brazo tendido.
Mi mamá recibió algo que apretó contra su pecho y se apartó.
En nuestra carrera por la calle siguiendo esta maravilla del principio del año nos sentíamos en un hermanamiento único. Dábamos la mano a los más chiquitos o a los rezagados. El tren nos arrastraba a todos.
Luego del rito de poner las únicas zapatillas raídas y flequilludas, el pasto cortado del borde de las acequias y tres de los mejores vasos con agua, caímos casi dormidas en el catre. La voluntad de vigilar y sorprenderlos se enredó en la pastosa realidad de los sueños. Los sigilosos pasos de los personajes ansiados eran la marcha de gato de peluche añorado por mi hermanita.
La maravilla agrandaba los ojos: No había agua en los vasos, el pasto había desaparecido y sobre las malhadadas zapatillas una muñeca de trapo nos miraba con los ojos asombrados que nos acompañaron en la aventura de la niñez, rica nada más y nada menos que en imaginación.
Esa muñeca de trapo ocupa la cabecera del catre que nos abriga o sofoca a mi hermana y a mí.
Es por eso que porfío con las hebras amarillas de su cabeza para lograr amarrarlas en la nuca y tener conmigo al hada sonriente que hizo realidad mi único regalo de reyes.
24 de marzo 2015
Desde la mañana el cielo plomo insinuaba la lluvia, tan deseada siempre por los mendocinos, pero hoy muy inoportuna. Era la marcha y la perspectiva de mojarse no estaba en sus planes. Estuvo evaluándolo hasta la hora límite para llegar a tiempo. Tenía que vencer el atavismo de refugiarse en estas circunstancias. Pero, uno menos contaba, sobre todo en estos tiempos estadísticos. Así que se enfundó en campera impermeable y le sacó el polvo al paraguas.
Cuando llegó ya estaban encolumnados y habían comenzado a caminar. La llovizna había precipitado los acontecimientos. Marchó con lentitud sin dejar de observar a los compañeros de viaje, cuando reconoció a un ex compañero de trabajo. Se saludaron e hicieron una crónica sucinta de sus vidas para luego opinar de la situación actual. Una murga colorida y empapada los separó y, en su búsqueda entre el gentío, vio a una señora que, en sus años mozos, fue la hermosa protagonista de sus sueños. Ella lo reconoció con dificultad. Retomaron viejos recuerdos y se sorprendieron con la afinidad de soledades.
La marcha hizo un alto y se acercó otro militante que los abrazó con fuerza. Nuevo integrarse en anécdotas, vívidas de parte de alguno, borrosas en los restantes.
Se reanudó la peregrinación con un avance compacto de una agrupación juvenil que los dispersó.
Con la certeza de no encontrarlos, siguió solo hasta llegar al destino: centro de detención, torturas y desapariciones. Había un gran mural con fotos y recortes de diarios, devastados por el agua -empeñada en colaborar en la disolución de la memoria-.
Le sorprendió que uno estaba seco y límpido: era él con sus tres recuperados compañeros bajo un titular: “Delincuentes subversivos abatidos en Guaymallén”.
Columnista invitada
María Inés Villarreal
Licenciada en Relaciones Públicas. Profesora de Lengua y Civilización Francesa. Profesora de Castellano como Lengua Extranjera. Ex Jefa de la División Despacho de la Facultad de Ingeniería, UNCuyo. Ex Secretaria de la Dirección de Extensión Universitaria y de la Dirección de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ingeniería, UNCuyo. Ha participado de congresos, seminarios, cursos de relaciones institucionales, relaciones internacionales y extensión. Integrante fundadora del Coro Femenino de la Escuela del Magisterio y del Coro Universitario de Mendoza. Fue Secretaria Ejecutiva de la Société Mauritanienne de Commercialisation de Poissons, en Las Palmas de Gran Canaria (España). Integrante de la Coral Polifónica de Las Palmas (España). Fue integrante de la Editorial “Canturía”. Participó en antologías de poesía y narrativa en Argentina y España. Hizo estudios de lenguas: italiano, portugués, inglés.


