Buenos días desde La Barra Beatles, acá nuevamente trayendo un tema con un título bien argentino. Una frase que cuando es pronunciada se debe poner un gesto que mezcle algún conocido secreto con una advertencia irónica.
Recuerdo una noche de invierno en 1985, en el pub “Gracias nena” (nombre beatle, dado que el dueño, el músico y sonidista Omar Constanzo, era un gran beatlemaníaco) ubicado en la avenida Dorrego, casi Guevara, allí donde termina tímidamente Villa Crespo y empieza a tomar forma Chacarita. Se presentaba “Sumo”, banda originaria de Hurlingham, a la que yo había visto un par de veces en el Café Einstein.
La primera vez que vi a Sumo me llamaron la atención varias cosas: el cantante se veía joven, pero estaba completamente pelado; hablaba de modo raro, pronunciaba como lo hacen los extranjeros que están buscando adaptarse y cantaba algunos temas en inglés. La banda sonaba poderosa, sobre todo la base rítmica. Yo solo conocía a dos integrantes: Ricardo Mollo, a quien conocí de las noches de bohemia por los bares del Centro, y a Roberto Pettinato, dado su paso por la revista bíblica Expreso Imaginario. El resto eran absolutamente desconocidos para mí.
Llegamos temprano con una barra de amigos y amigas del barrio, yo tenía el acceso gratis por conocer al dueño y ser amigo del encargado de la barra, Horacio Sande, un gran tipo que hace varios años se nos fue víctima de SIDA. De a poco se fue llenando el boliche mientras pasaban mucha música de bandas inglesas, sobre todo de post-punk.
El clima reinante era de locura, nosotros ya arribamos en un estado alterado importante, por así llamarlo. Había muchos pibes y bastante menos mujeres. Los varones, provocados por la música alocada, se empujaban, cuando se caían, se apilaban unos arriba de otros, pero estaba todo bien, formaba parte de la fiesta mientras las chicas solo reían. Era un cuadro que nunca habíamos visto y lo observábamos con asombro, parecía una cátedra de violencia, pero no. Me hacía acordar a cuando en la cancha hacen algo parecido los barra brava y de ese modo se divierten porque en esos momentos la violencia es leída de distinta forma, expresa otras cosas, carga de energía, se retroalimenta y la clave es no enojarse sino sumarse a una nueva variante del dinamismo.
Aquella vez que vi a Sumo recuerdo que en un momento, mientras escuchaba atentamente una canción, le dije a un amigo: “¿quién habrá sido el turro que escribió esta letra?, es un tratado sociológico sobre el concheto porteño…”, mientras sonaba el tema “La rubia tarada”.
Estaba todo el equipamento armado sobre el escenario cuando se empezaron a ver movimientos que llevaron a pensar que era inminente el ingreso de la banda. Aparecieron todos vestidos de modo sencillo, como si no fuera un recital, nadie estaba disfrazado de “artista”, solo llamaba la atención el excelente guitarrista rítmico Germán Daffunchio, quien vestía un traje azul, zapatillas y un elegante sombrero de esos que usan los egipcios, con una colita que sobresale mientras sus flecos se mueven constantemente, hermoso.
La mayoría de la gente presente conocía tanto a la banda como las canciones y, desde un primer instante, me quedó claro que la imagen de Luca, ahí, en el medio del escenario, era muy vigorosa. Lo veíamos con una botella de ginebra Bols siempre cerca, tambaleaba un poco y hacía gestos que arengaban a los espectadores con mayor excitación.
El pelado presentó un tema propio, dijo que lo había escrito hacía poco tiempo, que relataba un sueño que tuvo allá por 1973: “Regtest”. El ritmo era muy atrapante, la gente lo bailaba de forma alocada, como improvisando, nadie tenía una coreografía ni esas estupideces prestadas que se ven en las discos, acá todo era “a lo que pinte”. Este es uno de los mejores temas de reggae que conozco, el diálogo que se arma entre la melodía y el ritmo es ultra contagioso, incluso en la versión del disco hay, a mi criterio, uno de los mejores solos de guitarra que le escuché a Mollo.
Durante varios años conocí la palabra “reggae” por leerla en reportajes a Lennon, no se escuchaba en Argentina y los discos de Bob Marley no se conseguían, estaban prohibidos. Incluso la revista Expreso Imaginario publicó traducciones de canciones de Marley que me gustaron, había allí poesía, religión, protesta del mundo de los negros, los esclavos, se planteaba un regreso a África, de manera que era una información interesante. Pero tardé mucho en escuchar esos discos.
Sumo fue de los primeros, junto con Los abuelos de la nada, que trajo el reggae al país, creo que en ese sentido el trabajo de Luca Prodan y Cachorro López, bajista de Los abuelos, fue fundacional. Conozco pocas cosas que contagien tanto ritmo, ganas de bailar y locura como el reggae, quizá sea la única manera de disolverse en ese bello cóctel.
Luca puso cara de pícaro y anunció un nuevo tema que integraba el primer álbum y que yo había escuchado en la Rock and Pop: “Don´t come”, que él mismo tradujo como “No acabes”, el juego de palabras abrió todo un interrogante. Este me parece unos de los mejores rasgueos de reggae y ahí las guitarras de Daffunchio y Mollo armaron un verdadero festival.
La banda sonaba contundente, por momentos se armaba una bola pero era entretenida, la voz de Luca se entendía a pesar de tener mucho reverb y un delay que jugaba a confundir y repetir ciertos gritos. Lo que era notoria es que rítmicamente se llevaban a la gente de paseo, todos se movían, en especial las mujeres, que parecían ser las que mejor captaban los pulsos reinantes.
Luca dijo que el título del álbum, “Divididos por la felicidad”, era un homenaje a un grupo que yo había escuchado poco, pero esa cantidad fue suficiente para sorprenderme: “Joy Division”. Una banda de post-punk de origen británico. Al toque anunció el tema “Una noche en New York city”, que no era otro que “La rubia tarada”. El nombre hacía alusión al boliche de Colegiales que unos años antes se inauguró con un show de The Police, en vivo.
Se hizo un silencio mientras se escuchaba un poderoso y constante riff de bajo. Se sumó el hi-hat, la guitarra se colgó en un efecto in crescendo y arrancó la banda con todo. De la nada apareció un pibe, pegó un salto y ya estaba junto a Luca, frente al micrófono. El pelado no se mosqueó y le impidió a los plomos que lo bajen, entonces el flaco medio recitó, medio cantó: “una mujer, una mujer atrás de un vidrio empañado…” y gritó con el alma: “pero no, mejor no hablar de ciertas cosas…”. El pibe se dio vuelta para mirar qué hacía la banda, fue Mollo el que, con la mano derecha, le hizo la deseada señal que indica seguir hacia adelante. Yo me quedé con esa frase increíble: “una mujer atrás de un vidrio, empañado…”. La letra es de un sabio entrerriano: Carlos “Indio” Solari. Una especie de recitado posmoderno que va clavando palabras claves mientras estallan imágenes internas. Alguien me dijo que esa frase hace alusión a los tiempos de la dictadura militar, cuando la policía increpaba a alguien que estaba dentro de un auto. Si lo que expresa es sobre el misterio de la mujer es de una filosofía de la belleza para el aplauso, un cachetazo a aquellos machistas que acusan a la mujer de no ser clara, que es imposible entenderla. Cuando uno trata de ser piadoso con esa gente le pregunta qué es lo que no entienden, qué es lo que quieren entender, y con un pedacito de cariño de cartón les aconseja que traten, al menos, se sentir, que es por ahí. Eso de entender funciona para los asuntos matemáticos, o en la física, porque la mujer derrota siempre a la ciencia, afortunadamente, aterroriza a los religiosos.
A todo esto el show seguía y el chabón tenía perfectamente estudiada la parte cantada, se notó cuando pronunciaba “un tornado, un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo…”. En ese momento se le acercó Luca, tomando la botella de ginebra la volcó sobre su calvicie brillante y con la mano izquierda se enjuagó la cabeza y la cara, era un cuadro surrealista mientras el tema mostraba el poderío de Sumo. Mirando asombrado la escena le dije a un amigo: “este chabón esta noche no duerme, esto sí que es el sueño del pibe…”.
“Yo tuve la mejor flor, la mejor de la planta más dulce…”, que lindo homenaje a la planta que más nos reúne.
Yo conocía muy bien el tema, me llamó la atención de entrada, al escuchar el álbum, la manera de cantarla de Luca. No es una canción sencilla, pararse en el medio entre cantar y recitar es un lugar complicado, muy complicado, pero este tipo lo resolvió más que bien. Y el pibe que actuaba de colado lo imitaba a las mil maravillas, ocupaba los mismos espacios, cortaba igual, era un calco y el pelado no paraba de sonreír, mientras se bañaba en ginebra, maravilloso. Y allí escuchamos una de las frases más enigmáticas de nuestro rock, esas frases que muchos y muchas preguntan qué dice, por qué es tan críptica -que palabra poco amigable a la hora de definir algo-. “Saltando en mi cara la mejicana, un fugitivo se entrega…”. Si uno la lleva al lenguaje carcelario le encuentra alguna explicación. “Saltando en mi cara la mejicana”, o sea, en los gestos del rostro se nota que el tipo se mandó una cagada, acostó a quien no debía y la policía lo reconoce, “un fugitivo se entrega” y entonces queda detenido. Años después, me parece, el entrañable Indio Solari le da una continuidad a ese comentario en “El pibe de los astilleros”, cuando dice “Fue unos meses a Caseros y su strato roja…”.
Me parece un cierre tan poético como épico el final donde van tirando las palabras que marcaron el rumbo de las descripciones de esta poesía urbana: “la mujer, el vidrio, el tornado, el jardín primitivo, yo, la flor, saltando, fugitivo…”, pero cierra con la palabra insignia frente a la policía: “No”. Frente a la cana siempre se debe decir todo que no, no hay un sí para la policía, en realidad, para sincerarme, reconozco que no debe haber palabras para la policía, solo negaciones, cuando estoy frente a un cana apago el radar y dejo de trasmitir, no hay señales. Yo creo que esta canción sobre el final pone en claro, y de manera irónica y alocada, esa apología de la palabra no. Luca, sabiamente, la pronuncia de diferentes modos.
Esta canción fue compuesta en 1983. Una noche en un recital de Los Redondos en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires Luca reemplazó a Solari, porque este se negó a cantar en un festival. Aquella versión era más lenta. Días después, en un ensayo, Luca le pasa el tema a Arnedo, le pide que le acelere el pulso y allí Arnedo arma ese extraordinario riff que sostiene todo el tema. En la versión del primer disco el solo de saxo de Pettinato es tremendo, es lo que más me gusta de él, tiene esa locura de los solos de caños en las canciones de Tom Waits, donde una desmesura exasperante lo pone a uno cabeza abajo. También me parece brillante el solo de guitarra, con una viola sintetizada, que hace Ricardo Mollo. Quizá su mejor solo, es que estoy seguro que ambos hicieron una lectura correcta del tema y su bardo total, su agresividad desde el delirio. El solo de Mollo es de lo más extraño que se escuchó en el rock argentino, va por el borde de la escala, parece que no responde a la tonalidad y todo el tiempo corre nervioso. Todo es muy enfermo y da vueltas sobre ese riff constante del bajo donde Arnedo se transforma en un reloj hiper rockero.
Aquella noche en Gracias Nena nadie estaba en sus cabales y la música empujaba, los vasos se movían, las botellas volcaban sus palabras sabias, la gente bailaba al borde de una desesperación desconocida. Seguro que es el mejor tema para bailar en una noche de bardo, vestido de magia. La batería de Alberto Troglio tenia mucho que ver con el clima reinante, al final de una canción Luca lo presentó como el mejor batero del mundo de reggae.
Era hermoso ver a todos esos chaboncitos correr, chocarse, treparse unos sobre todos, caer, rodar, levantarse, mientras la viola sintetizada no podía parar ni siquiera para respirar, es una mujer enloquecida que trata de contarlo todo en unos segundos y todos y todas percibimos su historia. Teníamos la mejor flor, la mejor de la planta más dulce.
Habría que armar un podio parando allí a las bandas más locas del rock argento, yo aporto dos y dejo la tercera para el debate, voy con Sumo y Pescado Rabioso.
Columnista invitado
Jorge Garacotche
Nacido en Buenos Aires. Músico, cantante, compositor, fundador del grupo de rock urbano Canturbe, con varios discos publicados con esta banda y también con La caja, un grupo de pop rock de los ’90. Canturbe fue el primer grupo de rock en grabar un tango, “Soledad”, de Gardel y Le Pera. En sus discos grabaron como invitados músicos/as de la talla de: Charly García, Litto Nebbia, Rubén Rada, Walter Malosetti, Liliana Herrero, entre otros. Es presidente de AMIBA (Asociación de Músicas/os Independientes de Buenos Aires.
Ilustración: Sergio Costa Moltó