Una historia hecha de todos los retazos de las que conforman esa época, en la que las relaciones personales se defendían con el cuerpo y las personas buscaban espacios para encontrarse para celebrar la labor creativa. Un artista que fue armando su carrera y algunas contingencias lo pusieron a tiro de conseguir apoyos, quizás para otros, impensados. Por otra parte, al ser emergente de su coyuntura es imposible despegarlo del contexto político nacional e internacional.
Sin embargo, Benito Quinquela Martín tendió puentes con distintas figuras y personalidades, como a la vez desde el punto de vista institucional supo sumar voluntades diversas. Conocer su vida como ir sabiendo en qué momentos generó sus obras, resulta un pulso que nos acerca a su mundo. Fue uno de los más grandes del siglo XX y dejó un legado que será imborrable. El colorido de buena parte de su creación aún está vivo y dice mucho de su condición profesional.
Por eso impactó e impacta, por ello es que múltiples museos del mundo entero adquirieron buena parte de su producción. Párrafo aparte para las colecciones privadas en las que aún brilla único, pasado de generación en generación de familias pudientes. Pero siempre volvió a su barrio, a su pueblo, buscando encontrarse con los suyos, a los que no olvidó en un recodo de una vida tan admirable como llena de vicisitudes, que lo convirtieron en una referencia.
(viene de la edición aterior)
“Además el magnate de apellido Farrel, dedicado a la industria metalúrgica, le encargó decorar con murales todos sus establecimientos metalúrgicos, un trabajo que demandó tiempo pero la oferta de medio millón de pesos argentinos era satisfactoria. Sin embargo Quinquela se consideraba el pintor de La Boca y del puerto, este motivo lo llevó a rechazar la oferta valiéndose del argumento de que “La Argentina necesita de artistas, y en consecuencia, considero que mi trabajo pertenece a mi país. Por lo demás, en Estados Unidos hay muchos pintores muy buenos, que tienen más derecho que yo a decorar sus fábricas”.
“La visita terminó al igual que las anteriores con un banquete en su homenaje. Esta vez el evento incluyó la visita del conde de Rivero, director del Diario de la Marina quien lo invitó a exponer sus obras en los salones que el periódico poseía en La Habana. Quinquela aceptó porque esta exposición no demandaría tiempo ni búsqueda de salón, ya estaba todo incluido. Fueron expuestas veintiséis obras vendiéndose dos: Contraluz que la compró el conde y Niebla en el puerto que adquirió el doctor Felipe Camacho.
“Antes de retornar se despidió en Nueva York de sus nuevos conocidos y de Georgette, quien ya había atrapado su corazón a tal punto que en su testamento le dejó una suma de cien mil dólares, que por cuestiones burocráticas de Estados Unidos nunca pudo cobrar. Además siempre la recordó como una mujer y artista de grandes cualidades.
“A su regreso lo estaba esperando el presidente Alvear con otro agasajo realizado en la Sociedad Verdi de La Boca al que asistieron funcionarios y personalidades de la cultura. Hubo música, desfiles callejeros y la presencia de los bomberos voluntarios de La Boca para garantizar la seguridad. Esa noche Quinquela tuvo la certeza de que obró correctamente cuando rechazó la oferta del señor Farrel. Además, su amigo el presidente de la República compró la obra Puente de La Boca para obsequiársela al príncipe de Gales.
“Terminó la celebración y Quinquela empezó los preparativos para exponer en Italia e Inglaterra además de dos pinturas que se colocaron en el Teatro Regina. Una vez preparadas sus pinturas, se embarcó en el vapor Conte Verde rumbo a Italia, visitando Roma, Milán y Nápoles. En la capital italiana lo esperó el embajador Fernando Pérez quien se encargó de los preparativos de la muestra que se llevó a cabo en el Palazzo delle Esposizioni ubicado sobre la vía Milano. El rey Vittorio Emanuelle III y el presidente Benito Mussolini visitaron la exposición. Este último compró el cuadro Momento violeta para el Museo de Arte Moderno de Italia. Además otros cuadros, Sol de mañana y Actividad en La Boca pasaron a ser parte de coleccionistas italianos. Su presencia en Roma motivó el interés de Pio XI, el Papa de ese entonces, que lo llevó a conocer la colección de arte de la Ciudad del Vaticano y lo entrevistó en audiencia privada.
“Volvió a su hogar e inmediatamente preparó el viaje a Inglaterra, para la que consistiría su última muestra internacional. Corría el año de 1930. Esta vez el barco sería el Arlanza, otro vapor. Llegó a Londres y buscó una galería que pudiera albergar su muestra. No sabía el idioma local, tuvo que acudir a un amigo que consiguió, el español Pedro Morales radicado en la capital inglesa desde 1910. El lugar fue la galería Burlinghton y tuvo buena aceptación. En este lugar un periodista del Daily Express entrevistó a Quinquela y le preguntó por qué no dibujaba mujeres. Su respuesta fue que aún no había conocido a la mujer ideal. Otro periodista publicó un artículo donde sostenía que la mujer ideal era inglesa y le sugería aprovechar su estadía para buscarla. A partir de la publicación de esta nota le empezaron a llegar cartas de candidatas para sus cuadros y Benito accedió a elegir una por diplomacia. La elegida fue Miss Gladis con quien tuvo un romance, además posó para un cuadro que tuvo buena aceptación entre el público y le formuló una propuesta de casamiento de nunca se llevó a cabo.
“Los resultados de la muestra fueron siete cuadros vendidos, uno al Museo de Arte de Londres, otro al Birmingham, otro al Scheffield, otro al Swansea, otro a la Tate Gallery y tres al Museo de Nueva Zelanda. De este último museo la compra la hizo su director James B. Manson que lo comparó con Van Gogh por el impresionismo de su obra. El príncipe de Gales cedió la obra de su propiedad, donada por el presidente Alvear, para la exposición. Este fue el último de los largos viajes del pintor aunque tenía invitaciones de Alemania, Estados Unidos y Japón las cuales desechó porque Justina, su madre -muy anciana ya en ese momento-, sufría durante sus ausencias.
“No se separó de su madre hasta que ésta falleció en 1948, pero tampoco abandonó sus primeras amistades, la Peña del Tortoni por él inaugurada, ya era un clásico en la vida porteña. El dueño del Tortoni Pedro Curuchet celebró su regreso ya que le sumaba fama a su café. Tampoco dejó su trabajo: empezaban los viajes por el interior del país.
“Giras en Argentina
“El 19 de julio en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez ubicado en Santa Fe realizó la primera muestra en el interior argentino. Sus obras fueron compradas casi en su totalidad por la Facultad de Ingeniería de Santa Fe y por la de Rosario.
“En 1943 viajó a Tucumán invitado por el gobierno provincial, se presentó con veinte cuadros al óleo y por primera vez en su carrera, con grabados. Venía experimentando con esta técnica desde 1940 bajo la influencia de Joseph Pennell que había conocido en los Estados Unidos. Lo ayudó Salvador Boruzzo con la prensa y luego Quinquela retocaba con lápiz y diferente barnices. La exposición la realizó en el Museo de Bellas Artes de la capital tucumana presentando veinticinco grabados. Estos aguafuertes fueron una solución a las dificultades económicas que debió superar durante su vida.
“En 1944 realizó una segunda exposición en la galería Witcomb. Contó con setenta y cuatro cuadros, entre óleos, aguafuertes y dibujos. Después de 27 años de su primera exposición en 1918 siguiendo su lema de que el tiempo embellece las cosas por eso se debía esperar para exponer en un mismo lugar. El resultado fueron ventas por cien mil pesos contra los cinco mil que había recaudado en su primera experiencia.
“Las siguientes exposiciones fueron en Mar del Plata, Mendoza y Rosario en donde junto a Victorica organizaron una muestra en homenaje a Alfredo Lazzari en el Museo Municipal Juan B. Castagnino supervisado por Horacio Callet-Bois, el mayor promotor de arte de la provincia de Santa Fe. Fueron expuestos treinta y siete óleos, diez dibujos y veinticinco aguafuertes que ocuparon toda la planta baja del edificio. Con entrada gratis para que todo el mundo pudiera acceder a ella.
“En 1953 nuevamente la galería Witcomb hospedó su última muestra individual y una de las de mayor concurrencia en la historia del arte de Argentina, cerca de diez mil personas por día la visitaron, formando largas colas por la calle Florida. Fueron sesenta obras que se expusieron divididas en cuatro grupos por armonía de color, un grupo por tonalidades grises, otro con tonalidades de día de sol, un tercero con imágenes de cielos y días nublados y el cuarto con imágenes nocturnas del puerto.
“Otras exposiciones menores fueron en Bahía Blanca, 34 óleos, 6 dibujos grandes y 14 grabados, el día de la inauguración del Museo de Bellas Artes de la ciudad. En Córdoba en 1955, en Tres Arroyos y Coronel Dorrego en 1956 y en Tandil, en septiembre de 1958.
“El 12 de octubre de 1959 en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata se realizó la última exposición individual donde presentó cuarenta y cinco obras, entre óleos, dibujos y esmaltes sobre hierro. James Bolívar Manzo, director del Museo de Bellas Artes, tuvo a su cargo la dedicatoria del catálogo de presentación. Esta fue la última exposición individual, continuó con sus obras solidarias y culturales.
“Fue Presidente Honorario, el primero, del Museo de Bellas Artes General Urquiza que albergó obras de distintos pintores argentinos incluyendo Hora Azul en la Boca una de las diez clasificadas dentro de los nocturnos que realizó.
“En 1972, ya anciano, y sin haber concurrido nunca a la universidad, solamente tenía aprobados los dos primeros años del primario, fue nombrado Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires”.
(continuará)
Texto: De la red de redes