Buenos días desde La Barra Beatles. Hoy propongo reflexionar un ratito sobre teorías ajenas y propias, voces que llegan desde músicos y periodistas, otras de las calles y bares, simples curiosos sobre un tema apasionante: tratar de descifrar qué pasaba por la cabeza de aquellos que fundaron el rock en Argentina.
Alguna vez, en una de sus clases magistrales, el brillante Ricardo Piglia enumeró una serie de “conspiraciones” que condujeron a distintos hechos políticos y culturales por estas tierras. Las definió como fundamentales en la tarea de crear la necesidad de cambios, necesarias para reunir a las cabezas de esas nuevas ideas. Quizá nuestra Patria se hizo sueño en una “conspiración”, hablo de las “tertulias” en aquella jabonería de Vieytes. Sabemos que en esos encuentros un grupo de patriotas se reunían a soñar una nueva nación, tenían poco de tertulia y mucho de planes revolucionarios.
En aquella charla, Piglia comenzó a dar una lista de hechos que corroboraban esta teoría, claro que viniendo de él un enfoque poético se hacía ineludible. Los amigos de Macedonio Fernández se reunían para imaginar un presente como un hecho artístico, el plan fue lanzar una candidatura presidencial que asegure que la locura podía tomar el poder. Roberto Arlt dio cuenta que en una casona de Temperley, Los Siete Locos conspiraban diseñando acciones, inventos y explosivos que hagan estallar un sistema abominable. En “Rayuela”, Julio Cortázar reúne un círculo de escritores, músicos, artistas, y bohemios, que están a la búsqueda de un mundo distinto, mientras forman el Club de La Serpiente.
Abrazados a esta teoría de Piglia podemos enfocar al bar La Perla del Once, una pizzería frente a la Plaza Miserere, como un centro de reuniones de conspiradores que, armados de canciones y poemas, soñaban con cambiar el mundo. Entonces queremos pensar que allí había una idea movimientista, en donde un grupo de “patriotas” diseñaban la Argentina rockera. El armamento eran canciones que mezclaban lo heredado del tango, lo intimista de la música melódica y letras en español que transmitan el mensaje con mayor claridad. Todo bañado por la revolución que crecía a gritos, histeria, hermosas canciones y energía arrolladora: Los Beatles.
En Argentina era tiempos de una dictadura militar, que encabezada por el General Onganìa, decía traer una moralina local de muy dudosa procedencia. Dado los personajes nefastos que convocó era más de lo mismo que venía haciendo estragos desde 1930.
Hace unos días, hablando en el Sello Melopea, Litto Nebbia, gran amigo de los relatos épicos, nos decía: “la verdad es que en esas mesas nos sentábamos a planear canciones, grupos, carreras, proyectos, que hagan del mundo un lugar mejor, que comuniquen ideas de una juventud que no se sentía representada por la “cultura joven” que diseñaban los mismos de siempre”.
La aventura del rock and roll en nuestro país ya había dado el puntapié inicial en 1956, de la mano de la orquesta de Eddie Pequenino, aquel que veíamos en los programas de Olmedo en los 70`s. Estoy seguro que en esos años, bajo otra Dictadura Militar Fusiladora, cargada de odio y censura, los productores miraban con recelo lo que sucedía en yankeelandia. Allí un nuevo estilo de música no se cansaba de vender discos. Entonces pensaron que en un curso veloz de modernidad, jóvenes argentinos, podrían emular ese ritmo vertiginoso, mover algo la pelvis, hacer bailar a chicas y chicos, generando bastante dinero, pero las ideas no iban más allá de un mero hecho comercial. Con esa perversión que los caracteriza lanzaron un desfile de ganadores, perdedores, famosos, anónimos, mezclas raras de estilos, deseos y caprichos. Pero lo cierto es que toda esa corriente siempre tuvo un patrón: la moda. Y la verdad es que tal situación tiene pocas consecuencias y termina beneficiando a los bolsillos de unos pocos, mientras va dejando al costado de la ruta las víctimas de un juego siniestro.
Por supuesto que toda esa movida dejó estrellas intermitentes, cantantes consagrados, susodichos despiertos que siguieron con el éxito, los que se fueron actualizando y se los veía en los medios adaptados a las idas y vueltas de las reglas de turno, cumpliendo con cada paso que indicaban los productores. Pero a nivel colectivo no generó nada, los que se cayeron por la borda no fueron rescatados, el público los fue olvidando y los medios corrían detrás de los consagrados, fueron muy prolijos a la hora del olvido, como siempre.
Por aquellos días de Los Conspiradores de La Perla del Once yo cursaba la escuela primaria en la Herrera, de Villa Crespo, a unas 50 cuadras del lugar de los hechos, claro que yo caminaba sin estar enterado de ninguna épica ni nada parecido. Què notable cuando suceden cosas históricas, o se cocinan, mientras uno sigue con sus días comunes creyendo que eso que ve es lo único que pasa.
Tiempo después comencé a seguir a algunos de esos héroes. Escuchaba sus canciones, compraba los discos, pero seguía ignorando semejante movida, pensaba que solo eran nuevos grupos y cantantes que se hacían un lugarcito en las radios. Como en todos los barrios, alguien acerca las buenas nuevas, generalmente los pibes más grandes. Me fui interiorizando, compraba revistas, miraba en las fotos sus vestimentas estrafalarias, esos pelos largos, unas miradas desafiantes y, sobre todo, un lenguaje que no era frecuente en mi ámbito. Los primeros comentarios llegaron anunciando posturas distintas que hablaban de cantar en castellano, de enfrentarse con lo complaciente, cuestionar a la sociedad de consumo, reivindicar situaciones que estaban silenciadas, hablar del amor sin necesidad del sentimentalismo barato o las frases hechas. Todo este combo conseguía que un pibe como yo, por primera vez en su corta vida, le preste atención a la letra de la “música moderna”.
Con el paso de los años compré una guitarra criolla, varios discos, revistas, libros, que me hablaban de otras vidas, diferentes modos de encararla, justo en la época en que sentía que en la escuela querían forjar en mí una persona que no me identificaba.
En casa copaba el tango y un poco el folclore, de manera que estaba acostumbrado a las letras que, muchas veces, se inclinaban por la poesía, por la filosofía, por la protesta. De manera que la mal llamada “música para jóvenes” me sonaba demasiado tonta, como si me aconsejaran que en la vida está bueno ser boludo. Para generar dicho clima la televisión y el cine acompañaban haciendo buena letra, y entre todos me fueron arrinconando. Pero las palabras y melodías de Los Conspiradores vinieron a mi rescate.
Ya entrado en la adolescencia las canciones se fueron transformando en verdaderos lineamientos de vida, sentía que trasmitían valores, generaban conductas coherentes, compromisos desconocidos hasta ese momento. Les aseguro que miraba las letras de las canciones con más atención que a los libros de textos del secundario. Y fueron los periodistas, unos pocos conductores en la radio, los músicos, quienes bajaban línea acerca de aquello que había nacido en La Perla del Once. Un movimiento que no necesitaba de las urnas, se lo votaba en las calles, en las casas, plazas de domingos, disquerías, en los recreos del colegio, en los baños neblinosos mientras se fumaba clandestinamente.
Fui enterándome de letras de sabiduría de barrio de Litto Nebbia, tratados de sociología de Moris, filosofía existencialista de Javier Martínez, poesía vital de la pluma de Miguel Abuelo, visiones suburbanas de Tanguito y Vox Dei. Empecé a elegir a los amigos y las amigas no solo por sus sentimientos, sino también por la música que escuchaban. Me fui alejando de los que se divertían con Palito Ortega, de las que lagrimeaban con las letras empalagosas de Sandro, con los que compraban discos de música beat, esos conjuntos que invadían las radios por unos meses con temas vacíos, para luego pasar a mejor vida porque llegaban otros.
Nunca viene mal un rato de historia contrafáctica, pero estoy seguro que si me hubiese bandeado para el otro bando hubiera atravesado una vida tonta, con risas falsas, visiones sin contenido, pensamientos prestados y amores berretas de telenovelas. Claro que todo fue más duro, seguramente, en el mientras tanto el tonto es más feliz, pero, a la larga, un día cae en la cuenta de que lo jodieron. Hay tontos con suerte, que en el camino encuentran una tonta y van juntos por la vida lamiendo la estupidez. Como decía el filósofo de Villa Fiorito: “los boludos son como las hormigas, están en todos lados”.
Hace un tocazo de años, mi amiga Liliana, la rubia de la calle Humboldt, trabajaba en un jardín de infantes en Chacarita, sobre la condenada avenida Federico Lacroze. Me pidió que cante en un acto y allí fui. La idea era invitar a los padres, merendaban con los chicos y las docentes, cantaban algunas canciones y luego mi tarea era cerrar en evento. Llegó el momento, mi fuerte nunca fue la música infantil pero tenía un plan. Entonces les hice algunos comentarios jocosos a los pibes y pibas, tomé la guitarra y canté “El oso”, de Moris. Las sonrisas de los pibes fueron la nota de la tarde, se los vio atentos, seguían la historia, les encantó escuchar las aventuras de un oso viejo que lograba escaparse de un circo muy feo. Más atrás, de pie, madres y padres observaban pensativos, se comunicaban con sus hijos a través de una canción eterna que ellos también la guardaban en su alma. Pero estoy seguro, que las emociones que soltaban, que esas miradas que retrocedían en el tiempo veloz, sin pedir permiso, hablaban de ellos mismos, de amigos, de excompañeros, de toda esa gente que seguía en una jaula y que desde hace muchos años no corre por un bosque adueñándose de las tardes.
Columnista invitado
Jorge Garacotche
Nacido en Buenos Aires. Músico, cantante, compositor, fundador del grupo de rock urbano Canturbe, con varios discos publicados con esta banda y también con La caja, un grupo de pop rock de los ’90. Canturbe fue el primer grupo de rock en grabar un tango, “Soledad”, de Gardel y Le Pera. En sus discos grabaron como invitados músicos/as de la talla de: Charly García, Litto Nebbia, Rubén Rada, Walter Malosetti, Liliana Herrero, entre otros. Es presidente de AMIBA (Asociación de Músicas/os Independientes de Buenos Aires


