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deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi
exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un
proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar
en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la
problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática »
de la actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación inconsiderada de la
naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación »[2].También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo
el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de
un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más
extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más
prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en
definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera
encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente
natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que
se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología
humana»[6]. La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido
de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano
posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe
prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua
conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que
tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las
disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede ser
analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e
indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc.
Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que
modela la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente
natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el
ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a