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la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad
humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea
por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también
naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es
simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de
la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino
que sólo nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos
y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones.
Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades
cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una
valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo
destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico
Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se
arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución
–pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación»[14]. Sobre este punto él se
ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer los
pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la
creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que
los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados»[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra
Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los
problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un
cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso
pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de
compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo
de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos
llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con
Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo
humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la