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una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes
las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es
algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa
alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la
familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las
cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de
amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar
para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en
los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección
de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para
resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más
pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que
se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de
los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el
futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío
ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas
agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos
esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por
el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que
obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la
indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos
una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los
talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la
creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de
la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer
lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de
asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar
por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a
continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición
judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente.
Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los