El agua de los pueblos
Se sabe que el planeta tierra se formó hace aproximadamente 4500 millones de años, y aunque aún conviven algunas teorías diferentes sobre su origen, podemos estar seguros de que al menos gran parte del agua que tiene la Tierra es extraterrestre -proveniente de meteoritos que transportaban hielo-. Al impactar esos meteoritos en la superficie terrestre liberaron el agua y llenaron los océanos, o al menos gran parte de ellos.
Todo esto ocurrió hace millones de años y aún se cree que la tierra es el único planeta que presenta agua en estado líquido. Lo concreto es que sin esos factores históricos, no habría agua en la superficie de la Tierra y sin en el agua, tampoco habría vida. De ahí que lo llamemos “el vital elemento”.
Más del 70% de la superficie de la Tierra está cubierta por agua. De modo similar, más del 70% del cuerpo humano también está compuesto por agua. Es necesaria para la formación y combinación de las distintas moléculas, y la existencia del agua líquida fue la condición necesaria para que aparezca la vida en toda la plenitud que la tierra expresa.
Sin embargo, a pesar de su innegable valor sustancial, el ser humano tiende a abusar de este rico elemento en perjuicio de su propia especie y en perjuicio de su propia existencia, así como la del resto de habitantes de la Tierra.
Fuera del mar, el agua potable es apenas solo un 1% de toda el agua existente; otro 96% es agua salada que se encuentra en los mares; y el restante 3% es el agua que se encuentra en los polos en forma de hielo. Estos números resultan desalentadores cuando pensamos en el calentamiento global y la creciente desertización de la superficie terrestre -con el subsecuente impacto en los cultivos e innumerables actividades humanas que usan el agua como recurso-.
En cuanto a la biología humana, un ser humano no podría sobrevivir más de una semana sin agua. Es uno de los pocos elementos que se pueden encontrar en estado líquido, sólido y gaseoso, y donde fluya agua en este planeta, podemos estar seguros que habrá vida.
Vamos ahora al contexto que nos convoca en este trabajo: Mendoza fue fundada por Don Pedro del Castillo allá por el 2 de Marzo de 1561 en un valle en medio de inconmensurables desiertos, habitado por un pueblo originario llamado “Huarpes”, que tenía la especial habilidad de poder cultivar la tierra usando canales de riego (aquí llamados acequias). Estos se originaban en fallas geográficas en la naciente de los ríos y que eran aprovechados para transportar el agua, habilidad antiguamente enseñada por los poderosos Incas, de quienes los Huarpes eran una pequeña porción.
La Mendoza contemporánea posee una división política específicamente determinada por las cuencas hídricas. Ríos, espejos de agua y diques son su mayor fuerza de supervivencia.
Cuando en el 2007 se sancionó la Ley 7722, se hizo hincapié en la prohibición del uso de químicos contaminantes para la minería y también se controlaría el uso del agua en la explotación minera, porque las grandes cantidades necesarias para ese proceso productivo afectarían el principal recurso natural de la provincia con un innegable impacto en la sustentabilidad y habitabilidad de estas tierras tan áridas.
Quien visita nuestra provincia, no puede imaginar cómo se las ingenió el hombre para convertir un desierto en un vergel y no advierten el constante cuidado que cada árbol requiere para su supervivencia y hacer de las hermosas ciudades que pueblan estas latitudes oasis respirables.
A fines del 2019 se atizó un caldero hirviente con la propuesta de reforma de la Ley 7722 y ocurrió un evento sin precedentes en nuestra historia contemporánea: la grieta que tenía dividido al pueblo argentino entre oficialistas y opositores -que había avivado acaloradas polémicas sociales- de pronto se había diluido en una epopeya memorable: la movilización por la derogación de la Ley 9209 (recientemente sancionada para dejar atrás a la 7722) comenzó el domingo 22 de diciembre de 2019 por la mañana en San Carlos. A lo largo de la ruta provincial 40, columnas de vehículos provenientes de las diferentes localidades de Mendoza se fueron sumando a la caravana y el lunes por la mañana, decenas de miles se manifestaron frente a la Casa de Gobierno, que respondió con una brutal represión, la que terminó con 45 detenidos.
Por la noche, los cacerolazos inundaron la ciudad de Mendoza; en varios departamentos se anunciaron cortes, y el sector vitivinícola expresó su descontento amenazando con suspender la tradicional Fiesta Nacional de la Vendimia (uno de los más resonantes eventos culturales y turísticos de la provincia).
En medio de la batahola, el gobierno, primero rígido y luego inclinado al necesario diálogo conciliador, dio vuelta atrás, dando así la victoria a un pueblo que se puso en pie de batalla por la defensa de uno de sus bienes perecederos más preciados y en medio de una profunda crisis hídrica agravada por el cambio climático.
Y una numerosa masa social heterogénea, en la que se manifestaban todos los sectores de la población mendocina, alzó su voz. En buena medida fue esta heterogeneidad lo que permitió que conformaran una fuerza social cohesionada que intervino en este campo de tensiones sociales, con una perspectiva de defensa de los bienes comunes y de la vida.
Zygmunt Bauman, el descollante sociólogo que bautizó a esta era como “la modernidad líquida” murió en enero de 2017, a sus 97 años de prolífica vida. Se había convertido en una estrella muy requerida en todos estos tiempos líquidos.
Fijaba arbitrariamente, pero creía que de forma útil, el origen de la modernidad en el terremoto de Lisboa de 1755, al que siguió un incendio que destruyó lo que quedaba y luego un tsunami que se lo llevó todo al mar. “Fue una catástrofe enorme, no sólo material sino también intelectual. La gente pensaba hasta entonces que Dios lo había creado todo, que había creado la naturaleza y había puesto leyes. Pero de repente ve que la naturaleza es ciega, indiferente, hostil a los humanos. No puedes confiar en ella. Hay que poner el mundo bajo la administración humana. Reemplazar lo que hay por lo que puedes diseñar. Así, Rousseau, Voltaire o Holbach vieron que el antiguo régimen no funcionaba y decidieron que había que fundirlo y rehacerlo de nuevo en el molde de la racionalidad. La diferencia con el mundo de hoy es que no lo hacían porque no les gustara lo sólido, sino, al revés, porque creían que el régimen que había no era suficientemente sólido. Querían construir algo resistente para siempre que sustituyera lo oxidado. Era el tiempo de la modernidad sólida. El tiempo de las grandes fábricas empleando a miles de trabajadores en enormes edificios de ladrillo, fortalezas que iban a durar tanto como las catedrales góticas”.
Pero la historia tomó rumbos insospechados. La modernidad se hizo, según el término acuñado con éxito por él, “líquida”. “Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan. Por ejemplo: la crisis que tienen muchos hombres al cumplir 40 años. Les paraliza el miedo de que las cosas ya no sean como antes. Y lo que más miedo les causa es tener una identidad aferrada a ellos. Un traje que no te puedes quitar. Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre. Probablemente su Gobierno, como el del Reino Unido, llama a sus ciudadanos a ser flexibles. ¿Qué significa ser flexible? Significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes”.
Y concluía que ante la liquidez “hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario. Pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones y diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”.[1]
Se cree que el origen de la era “líquida” fue en la caída de las Torres Gemelas en EEUU (11 de septiembre, el de 2001) y aunque algunos sigan creyendo que vivimos en la Posmodernidad, lamento informarles que ésta murió hace casi dos décadas.[2]
En medio de una liquidez en la que todo cae en la fugacidad del vapor: sociedades líquidas, parejas líquidas, amor líquido, educación líquida, comunicación líquida, y un largo etcétera, donde los jóvenes millennials[3] y centennials[4] encuentran un mar de fondo difícil de navegar.
Seguramente el lector se haga cierta idea de por qué traigo a colación estas consideraciones sociológicas en el presente artículo.
Pues bien. Volviendo a la gesta histórica que el pueblo mendocino acuñó, no escapan a nuestra reflexión los tiempos líquidos en que ésta se diera, y a pesar del pesimismo de Bauman, en Mendoza sí se pudo lograr un cambio consistente. En medio de una debacle general en que todos los valores (ya algo vapuleados por la posmodernidad y evaporados con la liquidez) un pueblo entero se pone de pie reclamando respeto. Siempre digo que no puedo exigir que nadie me ame, porque el Amor es una virtud trascendental. Solo puedo exigir algo en la misma medida en que lo doy: respeto. Y si mi interlocutor no me respeta, yo me respeto y me corro.
Pero esto fue aún mayor: todo un pueblo exigiendo el respeto por la vida. ¡Vaya lucha!
Me vienen a la memoria algunas charlas con mis alumnos en la Universidad y mis seminarios, y una en particular me resuena, tras una pregunta generadora:[5]¿Saben ustedes por qué la vida humana se gesta en líquido (agua) por 9 meses, si los humanos no habitamos un medio exclusivamente acuático? Los rostros de los estudiantes siempre reflejan el impacto profundo que les genera este extraño cuestionamiento. La respuesta: la vida humana reproduce en pequeño la historia natural del planeta. Permanecemos en un ambiente exclusivamente acuático por el mismo tiempo que la vida se dio únicamente en el agua. La teoría del “cerebro triuno” apunta a esta hipótesis. Sostiene que el cerebro tiene tres porciones diferenciadas: el cerebro reptiliano (dedicado a exclusivas funciones de supervivencia básica); el cerebro límbico (una pequeña porción cerebral compartida con los mamíferos y encargada de la gestión de emociones); y finalmente el cerebro racional o neocorteza (la última adquisición de la humanidad en la evolución de millones de años). Aún ese maravilloso cerebro requiere del agua como combustible.
La vida humana, gestada y cuidada cálidamente en el líquido amniótico por 9 maravillosos meses, va a depender del líquido elemento para su subsistencia, y así será por el resto de la vida. El agua indispensable, nutritiva, vital, fértil, mágica, milagrosa, fluida, salvadora, elemental… El agua que soy yo, que sos vos, que son nuestros ancestros y sus luchas, que es la tierra y sus vergeles. Esa agua vale todas las luchas y todas las voces.
Concluyo con un poema de un alquimista de las Palabras: Amado Nervo.
A quien va a leer[6]
“Laudato si, mi Signore, per Sor Acqua…”[7]
San Francisco de Asís.
“Un hilo de agua que cae de una llave imperfecta; un hilo de agua, manso y diáfano, que gorjea toda la noche y todas las noches cerca de mi alcoba; que canta a mi soledad y en ella me acompaña; un hilo de agua: ¡qué cosa tan sencilla! y, sin embargo, estas gotas incesantes y sonoras me han enseñado más que los libros.
El alma del agua me ha hablado en la sombra, el alma santa del agua y yo la he oído, con recogimiento y con amor. Lo que me ha dicho está escrito en páginas que pueden compendiarse así: ser dócil, ser cristalino; esta es la ley y los profetas; y tales páginas han formado un poema.
Yo sé que quien lo lea sentirá el suave placer que yo he sentido al escucharlo de los labios de ´Sor Acqua´[8]; y este será mi galardón en la prueba, hasta que mis huesos se regocijen en la Gracia de Dios.”
Que el agua fundamental siga siendo el sagrado elemento que nos haga resurgir del pozo de la indiferencia.
La historia continúa…
[1] BARRANCO, Justo, (2017). Pero, ¿qué es la modernidad líquida?
https://www.lavanguardia.com/cultura/20170109/413213624617/modernidad-liquida-zygmunt-bauman.html
[2] Hoy escribo este artículo en medio del aislamiento social obligatorio por la pandemia del Corona –Virus (COVID-19) y me pregunto qué implicancias sociológicas tendrá este desastre. ¿Terminará tal vez la liquidez?
[3] La generación Y, también conocida como generación del milenio o milénica —del inglés millennialgeneration—, es la franja poblacional que sigue a la generación X y precede a la generación Z. Se suelen utilizar los primeros años de la década de 1980 como años de inicio de su nacimiento y de mediados de la década de 1990 a principios de la de 2000 como años de finalización del nacimiento. Es la generación digital, ya que convivió con el desarrollo tecnológico e informático.
[4] Generación Z, que sigue a la Y. Su fecha de nacimiento va aproximadamente desde la década del 90 hasta la primera década del 2000. Son claramente una generación líquida, porque los atraviesa la caída de las Torres Gemelas. La generación Z es la primera franja de población en tener la tecnología de internet fácilmente disponible a una edad temprana. Con la revolución de la web que se produjo a lo largo de la década de 1990, han estado expuestos a una cantidad sin precedentes de tecnología en su educación a lo que se suma la revolución de los teléfonos inteligentes. La contracara es el progresivo vaciamiento de contenidos de su educación y la pérdida de valores nucleares detrás de un narcisismo creciente.
[5] Las “Preguntas Generadoras” son aquellas que se plantean a los alumnos al inicio del tema o situación de enseñanza, con la finalidad de generar y facilitar el aprendizaje, movilizando e incentivando la reflexión.
[6] NERVO, Amado (1898). Poesías completas. Colección la Divina Locura. Editorial Teorema. Barcelona.
[7]“Loado seas, mi Señor, por la Hermana Agua”
[8] Hermana Agua