Fallo sistémico y pandemia
Intentando una observación posible sobre la realidad social
En el texto anterior: Sentido del sin sentido, en modo sociológico -berretín que tiene uno sin ser sociólogo y, una forma de autocontrol para no perder los modales- ponía el acento en lo que se me aparece como un fallo del sistema social, un fallo del orden social que conocemos, al fin y al cabo, en el que nacimos y hemos vivido.
Digo orden social pensando -sin mayores pretensiones teóricas- en el rol de los distintos subsistemas de la sociedad que ordenan nuestra existencia: el económico, el derecho, la religión, la educación, la ciencia, la política, etc., etc.
Se daba por descontado que la economía se encargaba de administrar los intercambios de bienes y servicios, que el derecho se ocupaba de administrar las expectativas con relación a lo que el sentido social establece como justo, que la religión se ocupaba de la elevación del espíritu a través de la fe, que la educación atendía a la socialización y capacitación de los seres humanos, que la ciencia era la descubridora de verdades, que la política era la creadora de las decisiones colectivas vinculantes.
Es fácil ver en todo el mundo como todo esto está revuelto: la economía quiere manejar el Estado -es decir la política-; el derecho también quiere manejar la política; las religiones aspiran a tener un poder normativo sobre toda existencia y también sobre la política; la educación se ha convertido en un emprendimiento comercial; la ciencia -y su hija dilecta la tecnología- disputa con la economía y la política; y la política se muestra perpleja ante esta complejidad, como mínimo, inútil en muchos casos o lo que es peor participando de los intereses de alguno de los otros ámbitos; muestra de esto son las guerras y los golpes de estado.
Las piezas y las fichas se han revuelto y los tableros se mezclaron.
En este contexto, en un supremo esfuerzo por construir certidumbres esperanzadoras posibles, la política habla de “un después de la pandemia”. Un nuevo punto de partida que no aborda el problema; en cierta manera lo niega, aumenta expectativas de satisfacción difíciles de garantizar y, como todos sabemos, las expectativas no se pueden mantener en el tiempo indefinidamente y suelen volverse frustraciones con altas dosis de agresividad cuando no son resueltas favorablemente
La pandemia -que extrema el desarreglo- no consiste en una intervención externa al sistema, un castigo de los Dioses o algo así; por el contrario, es un fenómeno producto del funcionamiento del propio sistema que, al considerarlo como pasajero ignoramos su génesis y consecuencias. Hace años que los especialistas vienen anunciando que esto pasaría y que volverá a pasar en tanto los modos de producción y los asentamientos poblacionales no se ocupen del medio ambiente. Recomiendo enfáticamente un extenso artículo de Ignacio Ramonet con abundante bibliografía en todos los idiomas. https://www.pagina12.com.ar/262989-coronavirus-la-pandemia-y-el-sistema-mundo
Se impone hoy, por ejemplo, una discusión sobre la iniciativa de China -que intentando exteriorizar los riesgos- se propone crear granjas para proveerse de alimentos fuera de su territorio y en cuya mira se encuentra Argentina con el riesgo comprobado de zoonosis.
Además, la idea de encontrar la panacea en la vacuna está en cuestión por la mutación de los bichos.
Por supuesto que el sistema social se resiste a cambiar su dinámica y los actores de cada subsistema juegan lo más fuerte que pueden, sin reparar en medios ni en teorías políticas, entonces la política como sistema y sus actores tiene dos opciones: navegar surfeando sobre una realidad inmanejable con el costo en vidas que ya sabemos que se pagará -vía pandemia o vía pobreza- o intentar cambiar el orden de las ideas, cambiar de paradigma que le dicen.
La aseveración de Einstein: No podemos resolver los problemas que creamos con la misma manera de pensar que cuando los creamos; no por conocida más ignorada. Un fallo sistémico no se arregla actuando sobre un único factor sin comprensión y acción sobre el todo, con ideas distintas.
En la Argentina de estructura socio-económica unitaria y centralista -a contramano de la organización política establecida constitucionalmente- podemos registrar dos modos de desarrollo de la construcción política.
Por un lado, el que intenta este cambio de paradigma, a cargo de Cristina y Alberto, con la construcción que, aunque obligada no es menos novedosa en nuestra región, de una coalición que todavía no conseguimos definir con los conceptos que antes usábamos: ¿Centro Izquierda?, ¿Social Democracia?, ¿Populismo?, ¿Decisionismo?, etc., etc.
Coalición obligada por la evolución y deriva del peronismo -que sigue siendo el ámbito donde se discute el modelo de país desde hace casi 80 años, aunque la discusión tiene ya más de 200- territorialmente ubicada, fundamentalmente, en el centro económico y de residencia de los dueños del país: la pampa húmeda y los puertos de salida de su producción.
Enfrente de este intento forcejean los sectores que la fallida teoría de José Natanson bautizó como “derecha moderna y democrática” que, de democrática no tiene nada y de moderna menos ya que es cuasi medieval, mechada de una especie de neo-medievalismo terraplanista anticiencia.
Por otro, la periferia -de aquella geografía- en donde la política todavía se define con la lógica del viejo caudillismo, tan criticado por Juan Domingo Perón, que no es otra que la construcción de redes clientelares, lo que constituye un atraso de ya casi un siglo y del que no se privan ni los liberales más ortodoxos, aunque cínicamente declaren lo contrario.
Paradójicamente esta construcción de las localías condiciona la construcción política nacional por imperio de la organización electoral.
La pandemia ha puesto sobre la mesa la necesidad de buscar una reducción de esta complejidad y, dado que es el depositario de la fuerza y de recursos económicos disponibles, todos miran al Estado. En América Latina, por su condición colonial formateada institucionalmente desde la política a través del Estado, esto no es nuevo.
Es de perogrullo decir que la acción del Estado depende de la fuerza política que lo administra y en un círculo interminable volvemos a la política y su construcción social. A su vez sería incongruente con lo planteado más arriba, esperar que desde uno sólo de los subsistemas sociales se corrijan los desajustes.
En este escenario postulo que la política -si es que ésta puede ser una opción ordenadora con los límites a la vista desde lo que se ha descrito- no se construye si no es sobre la base de representatividad real que las estructuras partidarias no pueden contener en su totalidad.
Postulo que esta representatividad -que estos tiempos necesitan- no se mide exclusivamente en porcentajes de votantes que puede ser una condición necesaria pero que no es suficiente. Esta representatividad debería residir en lo organizado de la sociedad que no se limita a las empresas que financian las campañas o a las grandes corporaciones.
En general -y en particular en Mendoza-, esa representatividad está vacante, esperando, mientras las organizaciones (pymes, cooperativas, mutuales, clubes, asociaciones, grupos de ayuda comunitaria, etc., etc.) se las rebuscan como pueden.
Esta vacancia es consecuencia de un modelo de sociedad -matriz productiva principalmente-anclado en el siglo pasado, que pervive sólo por la decisión de la élite que gobierna y se adueña del territorio, sin que los colores partidarios hagan muchas diferencias en esto.
Mendoza es sólo un ejemplo que se repite en todas las provincias.
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado –por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.