¿Qué es esto? La inesperada pandemia
Nadie la supuso ni la esperó. Mientras se iniciaba en Wuhan la tomamos por cuento chino, o remoto problema oriental. Cuando se trasladó a la más familiar Italia, todavía nos resultó lejana. Después se instaló. Y llegó para quedarse, transformando de golpe toda nuestra experiencia de vida, nuestros hábitos y cotidianidad.
Analicemos brevemente algunos aspectos de este fenómeno súbito;
1. Cambio de la temporalidad. En varios sentidos: a. Se nos ha “lentificado” la experiencia. Los días se hacen repetitivos, reflexivos, sin tener qué hacer, entre cuatro paredes se hacen lentos. Permiten recordar, nostalgiar, pelearse con parejas e hijos o, por el contrario, rearmar relaciones y vínculos; b. Cuanto mejor hacemos la cuarentena, más se aleja el remanido pico al que debiéramos llegar. Es inevitable: hacer bien las cosas, hace más lenta la desaparición del mal; c. No sabemos si hay un después de esto. Todo hace pensar que deberemos convivir con el virus por largo tiempo, por un período indefinido, al menos uno o dos años. Tiempo prolongado de modificar hábitos, no abrazarse, transitar con barbijos, no sentarse en un bar.
2. Revalorización del Estado. Hay estados más eficientes (según el país de que se trate): nosotros no tenemos una administración especializada como Francia, pero tampoco un Estado esquelético como el chileno. Si bien en Argentina se lo “achicó” los últimos cuatro años, todavía tiene márgenes de reacción. Debe ayudar aquí y allá, poner dinero en todas partes como si hubiera recibido obsequio de los Reyes Magos. Pero no recibió eso, sino un país endeudado hasta lo inconcebible por el gobierno anterior. A pesar de todo, otorga considerable apoyo a la población. Imaginémonos si todo quedara en manos del mercado, al cual nada le importa que no sea obtener ganancias: sería “cuidados cero” y muertos a granel.
3. Presiones de los pro-mercado. Los que quisieron arruinar el Estado argentino (lográndolo parcialmente) ahora quieren también arruinar la protección social, llamando a un insensato “volver ya a la normalidad”. Se irá volviendo pero controladamente, y no a lo mismo de antes. En nombre del gran empresariado llaman a “la libertad”, a salir a la calle de cualquier modo, a asumir la locura de contagiarse alegremente. Lo que quieren es volver a la ganancia neta, al beneficio ilimitado, aún a costa de los muertos. Hay que ir reabriendo la economía, sí; pero gradualmente, por sectores diferentes y secuenciados.
4. Tenemos test de detección: en un logro histórico de la ciencia argentina, tenemos un test de detección rápida de contagiados, que permitirá agilizar el diagnóstico en sectores álgidos de la población. No es poco: Macri cerró alegremente el Ministerio de Ciencia y Tecnología, hoy la población advierte que la ciencia es un servicio social, que cumple importante función, y que en Argentina colabora a la salud pública y la soberanía sanitaria.
5. Virtualización de la vida: todos hemos aprendido a comunicarnos vía virtual, hasta los más inhábiles (excepto, claro, los muchos que no tienen acceso electrónico). Los docentes se han recalificado rápidamente, con una presión muy grande. Hemos aprendido que lo virtual es también parte de nuestra realidad. Pero tenemos claro que lo presencial no se reemplaza: los profetas de un mundo artificial, deben saber que queremos volver a estar juntos, a compartir, que no queremos que nos quiten los encuentros ni lo social.
6. El virus llegó en avión. Llegó como enfermedad traída por los de arriba: los mal llamados “negros” no andan en avión, y soportan el contagio que les hemos traído los sectores medios y altos de la población. Pero esos “negros” tan denostados como supuestos “vividores” del trabajo abnegado de las clases medias, son víctimas de estas: hoy, en la Villa 31 de Capital Federal, queda claro que esta enfermedad mata más a los pobres y hacinados. Los pudientes trajeron el virus, los pobres mueren por él. Trágica realidad que, seguramente, muchos abominadores de pobres no quieren ver.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.