Expectativas y desencantos
Por estos días todos los “mass media”, medios masivos de comunicación hoy monopólicos, están con las elecciones en el imperio. Es el show del momento. Ya pasará.
Pero lo interesante no es tanto el resultado de este reality sino el hecho de que gran parte de la sociedad yanqui admita que Trump pueda ser presidente de un país, que en este caso tiene el mayor poder de destrucción del mundo por vía de sofisticados armamentos.
A su vez lo atemorizante es que EEUU no es la excepción -venimos de un Macri con 41% de votos en la Argentina-. Deberíamos aventar los fantasmas y los temores encontrando, descubriendo la dinámica que lleva a la mitad de la población a votar a los Orcos para que gestionen las expectativas del bienestar general.
En textos anteriores he planteado la hipótesis de un fallo sistémico, entendiendo por ello un funcionamiento de los distintos sub sistemas de la sociedad -política, economía, derecho, religión, etc.- que terminan eclosionando, trastocando su propia función.
De estos sistemas el que debe gestionar expectativas y desencantos para que no terminen escalando el conflicto social es el sistema político. La ciencia política y los políticos ya no pueden recurrir a modo de explicación a las ideologías y categorías clásicas para explicar estos eventos que se dan en todo el mundo y que desafían la racionalidad instituida, muy probablemente porque ésta justifica y da por sentado un orden que tolera grados crecientes y humanamente insoportables de inequidad.
Es más que evidente el descrédito de importantes sectores sociales sobre las promesas del sistema político. Las expectativas se convierten cada vez más en desencantos y, -parafraseando a Albert Camus- la inteligencia encadenada, a expectativas incumplidas, pierde en lucidez lo que gana en furor (en bronca y calentura diríamos en el barrio).
La pregunta que podemos hacernos es acerca si son las personas -los dirigentes- las culpables. Esta es la respuesta más sencilla, más simple; son lo visible del sistema. Pero este juicio basado en lo ético-moral no alcanza para explicar el fenómeno. Hay una lógica, unas formas del hacer, que imperan en ese sistema y que dificultan cada vez más su gestión de las expectativas que hoy se pueden definir como de buen vivir.
Entre estas formas del hacer está el ignorar la configuración de las expectativas, está el no preguntarse qué significa que la religión o movimientos de distinta índole se conviertan en opción política, está la soberbia omnipotente de creer que “el partido” tiene todas las respuestas, una especie de vanguardismo atrasado recontra corroído por el paso del tiempo. No hay lugar en los debates partidarios de otra cosa que no sea la matemática electoral. El poder partidario se basa -como en el clericalismo de cualquiera de las opciones cristianas- en mantener controlados los temas de debate.
Paradójicamente, como dijo alguna vez Cristina: “los militantes estamos obligados a ser optimistas” y siempre hay razones para serlo, entre ellas: el trabajo de construcción política de Cristina por fuera de las estructuras partidarias que culminó con la presidencia de Alberto; la capilaridad política y la tarea comunitaria de todos los movimientos sociales; los sindicatos que no han abandonado la lucha ni la calle; pymes, cooperativas y mutuales; y acciones comunitarias que gestionan necesidades reales y conflicto social.
Hablemos de las expectativas. ¿Será tan compleja su comprensión? Si las medimos de a uno (como hace la ortodoxia económica con la producción) por supuesto que no lograremos ningún resultado que no sea una entelequia subjetiva que pretende acercarse a la realidad.
Pero si recurrimos a la historia, a los eventos sociales masivos y sus reclamos, a las carencias mil veces medidas, a las desigualdades obvias y por ello visibles para todos, la cuestión no parece tan difícil.
Al menos, si el discurso declama como mínimo un orden social más justo.
Columnista invitado
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado -por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.


