Cómo no acercarse a este enigmático y seductor libro de Nadine Gordimer (premio Nobel de Literatura 1991, y de dicho sea de paso: ¡qué bien escribe!), comprarlo y regalarlo. Eso fue lo que hizo mi madre, y apareció con este tomo de cuentos de la gran escritora sudafricana, que captura este tópico como disparador en su texto inicial -que no tiene que ver en realidad con Beethoven- y el que da título al libro.
Habiendo utilizado el mismo señuelo que Nadine, voy a centrarme en esta figura que este año 2020 iba a ser ampliamente recordada a lo largo y ancho del planeta, al cumplirse los 250 años de su nacimiento.
Aquí en Mendoza ambas orquestas (Sinfónica y Filarmónica) habían programado una buena cantidad de sinfonías y conciertos; pianistas habían marcado una o dos de sus 32 sonatas para estudiar y presentar en público; grupos de cámara, pensando en los festivales locales, hojearon alguno de sus cuartetos de cuerda, sonatas para violín y piano, violoncello y piano, y hasta música sinfónico-coral iba a ser montada por los coros. Es que Beethoven compuso mucho y variado, y su vigorosa música es siempre convocante para los amantes de la música clásica.
Por supuesto la pandemia arrasó con estas ensoñaciones, no sólo aquí sino en todo el mundo. Las ciudades de Bonn (donde nació) y Viena (donde murió), tenían programadas un sinnúmero de actividades turístico-culturales: conciertos, muestras y recorridos por lugares emblemáticos, incluyendo paradas gastronómicas. En toda Alemania, el año Beethoven (de diciembre 2019 a diciembre 2020) incluía 800 actividades vinculadas a su figura. Pienso por una parte en cómo se capitaliza desde tantos frentes el indudable legado de este enorme compositor, y a la vez… cuán lejos hubiese estado el huraño, antisocial, depresivo, malhumorado y enfermizo Beethoven de toda esta parafernalia.
¿Y qué hay de eso de que tenía algo de negro? Este mito que tiene al menos 120 años, pues surgió a comienzos del siglo XX, se funda en los rasgos físicos de Beethoven: la melena levemente rizada, la nariz un poco ancha, pómulos prominentes, la piel morena y los labios gruesos. Otros más disparatados, encuentran similitudes musicales entre su producción y músicas de raíz africana. La leyenda fue también abonada, luego, por quienes llevaron adelante la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos en los años ‘60. Pero la musicología moderna se ha pronunciado ya bastante ampliamente en contra de esta teoría (¡también proveniente de la musicología!): no hay evidencia histórica alguna para esta hipótesis. Amén que toda la humanidad tal vea sea descendiente de África, el vínculo Beethoven/negritud, es hasta aquí improbable.
Toda esta disquisición me llevó a preguntarme, por asociación de ideas, cuántos intérpretes negros del ámbito “académico” conocía: pocos, poquísimos: Leontyne Price, la gran Jessye Norman, quien falleciera el año pasado… ¿es que sólo conozco cantantes? Me asombré de mi ignorancia, y buscando en internet encontré más cantantes, directores y directoras de orquesta, y unos pocos instrumentistas. Ahí entendí cuán actual resulta aún hoy la bandera “Beethoven era negro”, aunque no tenga sustento real, como una manera de señalar que todas las razas pueden tener sus héroes y sus genios, y que las luchas por la equidad no han concluido.
Creo que más allá de las apropiaciones que puedan hacerse de figuras históricas como Beethoven, como música puedo señalar que hay algo que siempre me entusiasma cuando toco sus obras. Hay un placer físico innegable: interpretar a Beethoven implica una motricidad vigorosa, con manejo de pesos y energías demandantes, pero dentro del límite humano. Descubrir el modo en que entrama las ideas es siempre un goce. Sus armonías emocionan.
Recuerdo especialmente aquél fragmento de la Novena Sinfonía, que culmina con un acorde en pianissimo, con las voces exigidas en una aguda exclamación: “Ihr stürzt nieder, Millionen? Ahnest du den Schöpfer, Welt? Such ihn überm Sternenzelt, über Sternen uss er wohnen” (¿Os postráis, millones de seres? ¿Mundo, presientes al Creador? ¡Búscalo por encima de las estrellas! Allí debe estar su morada!). Recomiendo escuchar este movimiento con especial atención a este momento sublime de la historia de la música occidental.
Beethoven y muchos otros compositores están siendo rescatados con una nueva mirada que desde los años ’70 en adelante intenta recrear las sonoridades más cercanas a como fueran concebidas. Así es que, más allá de que si tuvo algo de negro o no, es interesante acercarse a nuevas grabaciones de sus obras, realizadas en los espacios donde se estrenaron, con réplicas de los instrumentos con los que Beethoven contaba, respetando las indicaciones metronómicas (de las que fue un fanático: él mismo colocó, cuando conoció el invento registrado por Mäzel, las indicaciones de metrónomo en obras suyas publicadas anteriormente), observando cuidadosamente las cantidades de instrumentos por fila en la orquesta, y un largo etcétera.
Aquellos que deseen seguir disfrutando en este tiempo de Beethoven, este genio concentrado y autocrítico, pueden recurrir a YouTube o Spotify donde podrán encontrar versiones de sus sinfonías porJordi Savall con Les Concerts des Nations o Frans Brüggen dirigiendo la Orchestra of The 18th Century, y sus sonatas en fortepiano por Eric Zivian o Petra Somlai, o que dan un renovado espíritu a esta música eterna.
Gabriela Guembe
Se formó en la Universidad Nacional de Cuyo, en las especialidades Piano, Teorías Musicales y Violoncello. Es Magister en Arte Latinoamericano. Integra la Orquesta Sinfónica de la UNCuyo, y es docente en la Facultad de Artes y Diseño. Actualmente se desempeña como Directora de Carreras Musicales en dicha unidad académica. Especializada en estilos preclásicos, dirige el conjunto Violetta Club, y ha formado parte de diversos proyectos que la han llevado a actuar en Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, México, Estados Unidos, España, Eslovenia y Checoslovaquia. Música versátil, participa en ensambles musicales dedicados a variados géneros, y ha grabado como sesionista junto a importantes músicos de Mendoza. Es también investigadora y sus escritos se han publicado en revistas de Argentina, México y Cuba.