Sumida justamente en la lectura de “Música, sólo música”, que reúne las conversaciones entre Haruki Murakami y Seiji Ozawa, tomo este texto para las reflexiones de esta semana.
Murakami (1949) es un escritor que me seduce profundamente pues logra cautivarme siempre desde las primeras páginas. Tengo entre mis recuerdos personajes memorables como Nakata, el hombre que habla con los gatos en Kafka en la orilla, o Midori y sus irónicos parlamentos en Tokio blues. Ozawa, (1935), por otra parte, es un gran director de orquesta especializado en las monumentales obras del último romanticismo. Un libro de conversaciones entre ambos referentes es sin dudas una carnada que se agita vivaz en las bateas, llamándonos a la compra y el posterior deleite.
Debo decir que es un texto disfrutable para músicos, o bien para melómanos muy curiosos. Si bien no posee un lenguaje técnico (gracias a que el entrevistador, Murakami, no es músico profesional), para disfrutarlo completamente se hace necesario conocer al menos el repertorio clásico más frecuentado. Murakami plantea inquietudes a partir de la escucha conjunta de sus discos, y el libro se fue construyendo precisamente así: compartiendo audiciones y comentando sobre las versiones, los compositores, los intérpretes.
En las novelas de Murakami siempre hay músicas de fondo o músicas que son silbadas o cantadas por los personajes, en una cuidada selección que adjetiva tanto como los adjetivos mismos. Como en una película, The Beatles, Radiohead, Monk, van ambientando las escenas. Pero además, y en Música sólo música lo vemos revelado, Murakami distingue cabalmente las diferencias de interpretación que puedan hacer pianistas como Gould o Serkin tocando un mismo concierto de Beethoven. Y son esos detalles los que en interacción con Ozawa hacen surgir un sinnúmero de temas apasionantes.
La excentricidad de los artistas, la dinámica entre director de orquesta y sus músicos, la disciplina (o no) de la vida orquestal, el contundente sonido “germánico” versus el fluido sonido “francés”, las nuevas versiones con instrumentos originales, los problemas a la hora de grabar, las mujeres intérpretes, los directores que hablan al público antes del concierto, y muchos otros temas emergen con frescura gracias a esta dinámica de “concierto comentado” que estos dos grandes artistas hacen. Un plus aparte son los comentarios de Murakami: “comienza el hermoso tema principal, con una melodía que casi pide a gritos una letra”, “se trata de un sonido extraño, como si un pájaro cantase una extraña profecía desde lo más profundo del bosque”; comentarios que pintan acabadamente sus sensaciones durante la audición.
Mientras leía rememoraba mi propia experiencia de compartir una escucha, y creo que es una de las cosas más bonitas que podamos experimentar los humanos. Durante largos ratos, nadie habla, luego surge un comentario, hacemos notar un detalle que nos embelesa, otrx nos sugiere considerar la belleza de un solo, de una letra, de un acorde, volvemos a seguir escuchando… Miles de viajes, cientos de tardes con mates y noches con vinos se matizan con esta apreciación compartida, y asistir a una sala de conciertos no es más que este mismo ritual sólo que con más regulación social.
Murakami señala al comienzo de su libro qué rico había resultado el hecho de hacer estas escuchas con Ozawa, y Ozawa, qué interesante y profundo había sido poder hablar de música con alguien que no es músico. Es que la mirada que aporta otra formación disciplinar muchas veces agrega capas de complejidad y nuevas lecturas que aportan más y más contenido. En las épocas en que los artistas no podían reunirse con relativa facilidad como lo han hecho estos dos gigantes a lo largo de encuentros en Tokio, Honolulú y Suiza, el intercambio epistolar permitía el fluir del pensamiento y el encuentro (o desencuentro) con el otro. Así, la correspondencia entre Kandisnky y Schönberg, o ya dentro de la misma disciplina, de Grotowsky con Barba, o de Virgina Woolf con Victoria Ocampo, son lecturas también recomendadas. Eso sí, con música de fondo.
Gabriela Guembe
Se formó en la Universidad Nacional de Cuyo, en las especialidades Piano, Teorías Musicales y Violoncello. Es Magister en Arte Latinoamericano. Integra la Orquesta Sinfónica de la UNCuyo, y es docente en la Facultad de Artes y Diseño. Actualmente se desempeña como Directora de Carreras Musicales en dicha unidad académica. Especializada en estilos preclásicos, dirige el conjunto Violetta Club, y ha formado parte de diversos proyectos que la han llevado a actuar en Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, México, Estados Unidos, España, Eslovenia y Checoslovaquia. Música versátil, participa en ensambles musicales dedicados a variados géneros, y ha grabado como sesionista junto a importantes músicos de Mendoza. Es también investigadora y sus escritos se han publicado en revistas de Argentina, México y Cuba.


