Título raro, ¿no?. Sobre todo en el siglo XXI, cuando Creso gobierna al mundo haciéndonos creer que estamos en democracia y que los dioses no existen.
Uno se pregunta entonces cómo es eso de hacerle la autopsia a alguien que es quien manda. Ocurrencias.
Ocurrencias de un tal Leopoldo Marechal, fallecido hace 60 años pero de quien Ernesto Sábato diría, en 1983, “cuánta falta nos hace un Marechal para entender a nuestro país hoy”.
Por primera vez publico una foto con el autor de Sobre Héroes y Tumbas, ese mismo año, cuando dijo eso en una reunión del Movimiento por la Reconstrucción de la Cultura Nacional. Sábato no era peronista, pero Marechal sí, e invocaba a su espíritu para que lo ayudara a comprender la pesadilla que estaba terminando. ¿Terminando?. Algún día veremos si el “Proceso” verdaderamente terminó…
Marechal sigue haciéndonos falta, hoy más que en 1983. Sobre todo porque era católico, practicante, ferviente y murió cuando el cristianismo había reflotado luego del Concilio Vaticano II. No alcanzó a ver la caída del Muro de Berlín ni del comunismo, ni los crímenes de la última dictadura ni la asunción de un Papa argentino. Pero sí estaba ya viendo qué estaba haciendo Creso, al que bien podríamos llamar “FMI”, organismo al que nos incorporamos a poco del derrocamiento de Perón.
Había estado en la Cuba de Fidel en 1966, el mismo año de la finalización del Concilio y de la muerte violenta del sacerdote colombiano Camilo Torres; y había vuelto diciendo que “allí en Cuba se está construyendo el reino de Dios”.
Deberíamos haberlo incluido a Marechal, entonces, en nuestra saga de artículos sobre el Instituto del Verbo Encarnado y las 11 notas anteriores en el mismo diario de Marcelo Sapunar.
Marechal se caracterizaba, en todos sus escritos, por su sentido del humor, por la capacidad inmensa de ironizar casi hasta el delirio, por el absurdo de sus personajes salidos del esoterismo criollo y por su permanente alusión a lo raigal argentino y la mitologìa griega, lo popular y lo exquisito, por el surrealismo delirante, todo a la vez.
Creso es, en la obra de Marechal, una alegoría a la desacralización del mundo por parte del hombre, pero específicamente por parte del capitalismo financiero.
Tenemos mucha tela para cortar, pero veamos quién fue el Creso real, de carne y hueso, en la Historia, y en entregas posteriores veremos quién es aún hoy en el panteón de la humanidad, no sin antes recordar quién fue y sigue siendo el propio Marechal.
El dinero domina al mundo, dice Doña Tota en la verdulería y tiene razón, porque vivimos en tiempos del reinado del Rey Creso, que en realidad vivió en el Asia Menor hace 27 siglos. Era el rey de Lidia. Cuando los egipcios construyeron las pirámides no conocían ni la rueda ni el arco arquitectónico, ni el caballo, ni el dinero. Tampoco conocía la moneda el Moisés que liberó a Israel de la opresión de los faraones. Ni Ulises, ni los asirios ni los primeros babilonios ni los olmecas del México Antiguo. En estas culturas el oro era un metal precioso, pero por su simbolismo cultural y religioso: la pureza. Las obras de arte más puras estaban hechas en oro, incluso en la América antigua. A partir de la primera moneda de electrum (combinación de oro y plata) creada por el rey del Asia Menor, el oro perdió su valor espiritual.
Hay un error en la película Troya, la del galán Brad Pitt, cuando colocan dos monedas en los ojos del rey muerto antes de cremarlo. Cuando fue la guerra de Troya (ocurrió realmente, no es mera leyenda), aún no existían las monedas. Serían creadas medio milenio más tarde, muy cerca de allí.
La pequeña moneda pesaba poco menos de cinco gramos, muy pequeña. Pero con ella podían comprarse muchas cosas y evitar así el molesto trueque. Desde entonces, y hasta 1933 d.C. el oro y la plata fueron las estrellas de las emisiones monetarias, seguidas por el cobre. Como las medallas de los Juegos Olímpicos…
Al principio estas monedas (las “estateras”) se extendieron por todo el mundo griego, hasta que llegó el “denario” romano que las desplazó. De allí viene nuestro vocablo “dinero”.
Lidia llegó a ser un imperio hasta que se debió enfrentar a los persas. Fue allí, con él, entonces, donde comenzaría un nuevo modelo civilizatorio, que tenía a “la moneda” como eje dador de sentido a todo, a las cosas, a la Historia, a la mismísima condición humana.
Dador de sentido, repito y subrayo esta expresión, a diferencia de América antigua donde, a pesar de que se diga lo contrario, también se usaba moneda y hasta se fundían monedas de cobre, pero nunca la moneda “evolucionó” hasta ser la dueña de las cosas y las personas.
La moneda como medio de transacción económica y objeto de riqueza evolucionaría en Occidente, como lo hacen los tumores malignos, hasta llevar a la especie al borde de la extinción, como vemos en estos días de capitalismo salvaje.
Creso es, ni más ni menos, el emperador a quien se adjudica la leyenda de una consulta que mandó hacer al oráculo de Delfos, ya que no sabía qué hacer frente al avance del ejército de Ciro, el emperador persa. El oráculo le respondió que, si cruzaba el río Halis, destruiría a un Imperio. Así que no se detuvo a preguntar a qué imperio se refería el oráculo, si al persa o al propio, y cruzó el río, y fue derrotado. El Imperio Lidio se derrumbó a pesar de haberse aliado, para esa empresa, con egipcios, babilonios y espartanos.
El vaticinio se cumplió, pero al revés. La vigencia de esto, hoy, está en los oráculos financieros de lo que en Argentina llamamos Patria Financiera, que cada uno entiende a su manera pero siempre terminan beneficiando al pez gordo…
Respecto de Marechal, nació en junio de 1900 y falleció en junio de 1970. Fue célebre en algunos círculos por sus poemas de amor a Elbia Rosbaco (“Elbiamor”), su segunda esposa, mucho más joven que él e igualmente católica.
Conocí a Elbia en 1983, el mismo año del encuentro con Sábato, cuando fui a hacerle una entrevista para Bancarios del Provincia, “house organ” del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Yo tenía apenas 31 años y ya había devorado gran parte de la obra de Marechal, excepto su Autopsia de Creso. Juana Elvia Rosbaco fue su segunda esposa, con quien no tuvo hijos. Sí tenía dos hijas mujeres, que de niñas fueron internadas en un convento de monjas. Marechal la llamaba a esa mujer Elbia, Elbiamor, Elbiamante.
Visité varias veces ese año a “Elbiamor” para hablar de política, para hablar de Leopoldo Marechal, y un día vi, en ese viejo edificio del barrio de Once sobre Avenida Rivadavia al 2300, 7º piso, algo que parecía una capilla, al costado de la sala de estar. Era efectivamente una capilla.
Al acercarme me enteré, por los relatos de Elbia, que allí rezaban juntos todas las tardes. Había un pequeño altar, en el lugar más recoleto del departamento. Una de las historias que conté, y que pude corroborar luego en un escrito del propio Marechal, es que él estaba un día allí solo, rezando. Aún vivía su primera esposa, que fallecería dos años más tarde. Escuchó entonces un murmullo que venía de lejos, aparentemente de la avenida. El ruido de la multitud crecía y crecía y entonces se levantó, salió al pasillo y lo atravesó hasta el ventanal que daba a la Avenida; vio entonces columnas de obreros marchando a Plaza de Mayo. Volvió sobre sus pasos, se puso el saco, tomó una de sus pipas, salió del departamento y se sumó a la multitud. Era el 17 de octubre de 1945. Allí estaba el intelectual que dejaba la Torre de Marfil para ir a sus raíces, por contraposición a otros que definían a esa “chusma” como “aluvión zoológico” (entre ellos el primer Julio Cortázar, aunque usara otros términos).
Me senté, ese día, en un silllón para ver el pipero con las pipas que habían sido de Marechal. No lo podía creer. Entonces yo también fumaba en pipa, pero me pareció una insolencia pedir una de recuerdo. Elbia me observaba mi éxtasis y me disparó una frase que me hizo olvidar del vicio: “en ese mismo sillón donde estás sentado ahora estuvo sentado el General Valle en 1956, poco antes de su intento de voltear a la dictadura de Aramburu”… no me caí de culo porque estaba sentado; la seguí escuchando: “Valle vino a pedir el apoyo de Leopoldo para su intento, y Leopoldo aceptó; fue él quien redactó la proclama, pero le advirtió a Valle que no triunfaría”. Y agregó “esta gente mata”. Era así nomás, los que ese mismo año habían metido al país en el FMI no andaban con vueltas: Valle y su gente fueron fusilados de manera impiadosa, como asimismo muchos civiles. Y Marechal sería “olvidado”, al menos en su pensamiento político, al menos hasta la breve primavera democrática de Cámpora en 1973.
(Aún hoy, digo, el General Valle no está en el panteón de los héroes y mártires de la nacionalidad argentina. Una deuda vergonzosa que los argentinos tenemos con nuestros próceres).
Después de ese día especial, leí La Autopsia de Creso, escrita en 1965, un año antes de que Marechal estuviera en Cuba como jurado en el concurso de La Casa de las Américas y volviera hablando del país caribeño como el lugar donde se estaba produciendo la construcción del paraíso en la Tierra, en tiempos de Camilo Torres en Colombia y el pontificado de Paulo VI.
El libro más importante de Marechal (que algunos dicen que es la obra más importante de la literatura argentina) fue “Adan Buenosayres”, en el más que emblemático año 1948 y que mereciera los elogios hasta del propio Cortázar, a pesar de ser éste antiperonista.
Dijo al respecto el propio Marechal: “Al escribir mi Adán Buenosayres no entendí salirme de la poesía. Desde muy temprano, y basándome en la Poética de Aristóteles, me pareció que todos los géneros literarios eran y deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico. Para mí, la clasificación aristotélica seguía vigente, y si el curso de los siglos había dado fin a ciertas especies literarias, no lo había hecho sin crear sucedáneos de las mismas. Entonces fue cuando me pareció que la novela, género relativamente moderno, no podía ser otra cosa que el sucedáneo legítimo de la antigua epopeya. Con tal intención escribí Adán Buenosayres y lo ajusté a las normas que Aristóteles ha dado al género épico”. La literatura como épica, la política como épica. Allí se entiende por qué Sábato extrañaba a Marechal, un pensador que cuando hablaba de teología o poesía, hablaba de política y decía que era necesario librar batalla no sólo en la tierra, sino también en el cielo. ¿La construcción de un nuevo sentido común como el que proponía Gramsci?; ¿la descolonización de las subjetividades?. Quizás sí, pero en un sentido más profundo, menos prosaico, más integrador, no sólo racional, sino también emocional.
Otras dos obras maestras de la novelística fueron de autoría de Marechal: “El banquete de Severo Arcángelo” (1965) y “Megafón, o la Guerra” (1970) publicada póstumamente.
Caído el peronismo en 1955 el autor de Adan Buenosayres casi dejó de escribir. Aramburu lo proscribió. Marechal volvería a escribir recién en sus últimos 5 años de vida y moriría en junio de 1970, unos días después de la muerte del dictador de la Revolución Fusiladora. Uno por un síncope, el otro a manos de los vengadores de las víctimas del bombardeo a la Plaza de Mayo. Supongo que Marechal alcanzó a ver que los crímenes de esta vida bien pueden pagarse en el más acá, no en el más allá, como el cobarde asesinato de su amigo Juan José Valle.
Seguramente debe haberse ido de este mundo con la idea de que la muerte de su enemigo era el anuncio del fin de la era de Creso, y el comienzo de la era de “Gutiérrez”, otro dios del panteón marechaliano. Es posible, porque era muy ingenuo, supongo. Lo peor estaba por venir.
Marechal estuvo casi diez años sin escribir desde 1955. Lo mejor de su obra es de los últimos cinco años de su vida, La Autopsia de Creso, una obra epistolaria breve pero contundente, fue su testamento político, a mi entender. La semana próxima empezaremos a sumergirnos en ese mundo realista y mágico a la vez.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.
Estimado Marcelo: estoy interesado en conocer la obra y pensamiento del gran Marechal. Me gustaria recibir o que se me indique articulos como el de mas arriba y que me sirvan de bitacora y asi poder alcanzar el objetivo. Muchas gracias
Estimado José Luis: escriba la palabra Marechal en el buscador de nuestro diario y se va a encontrar con una serie escrita por Carlos Benedetto, que verdaderamente resulta enriquecedora. Que la disfrute. Marcelo.