Durante el macrismo se espió caudalosamente: está bien demostrado. Hasta a la hermana de Macri, hasta el hogar del macrista Santilli y los movimientos de Vidal, y por supuesto –sobre todo- a los dirigentes kirchneristas. “Aparecieron” por radio y tv audios privados fruto de escuchas ilegales que no habían sido ordenados por jueces, o que debieron haberse destruido tras la pesquisa. El uso desbordado del espionaje entre 2015 y 2019, nadie lo discute judicialmente: sólo se trata de mostrar -por la defensa del ex presidente- que él pudo no saber del asunto. Sería raro, pues ya entró a la presidencia procesado por escuchas ilegales, y también tuvo el escándalo del espía Ciro James en el área de Educación de la CABA: es decir, que tiene repetidos procesos judiciales previos por la misma razón. Además, Arribas y Majdalani, máximas autoridades de la AFI, están procesados en varias causas, el primero con imposibilidad de salir del país, siendo persona de máxima confianza del ex presidente (al punto de que vivía en una casa de su propiedad).
Más penoso es el caso por el cual se ha llamado a Macri a indagatoria, y él se ha negado en dos ocasiones. Porque se trata de espionaje a personas golpeadas por la desgracia, familiares de los muertos en el submarino Ara San Juan. Además de las responsabilidades que pudo caberle al gobierno macrista en cuanto al deterioro del submarino y -nítidamente- en haber mentido a esos familiares y al país acerca de que no se sabía dónde se había dado el hundimiento, es grave y a la vez triste que personas que querían saber sobre sus familiares (al comienzo, con la esperanza de encontrarlos vivos) fueran espiadas como si hubieran sido delincuentes, o peligrosos agentes internacionales que afectaran la seguridad del Estado.
En la “grieta” que la tv busca ahondar día a día con una actividad permanente de erosión, hemos ido perdiendo -como pueblo- la dignidad del respeto al adversario, tanto como la capacidad de asombro. Hay un sector de la sociedad, nada pequeño además, que si le dicen que se espió a Cristina Fernández de Kirchner, cree que eso está bien. Aun cuando se creyera que ella fuera culpable -cosa no demostrada en ninguna de las causas judiciales iniciadas-, eso no justifica los atropellos. En ningún caso. Sin embargo, hemos perdido la sensibilidad, nos han anulado el juicio. En la satanización inacabable lanzada desde los medios, se ha llevado a que un sector de la sociedad apruebe lo inadmisible, aplauda lo execrable, acepte lo antijurídico. Contra “los malos” -los que la tv define como tales- parece que todo vale.
Aun así, que la población no se sensibilice por el espionaje a familiares de muertos en servicio, es algo llamativo y lamentable. Ellos no son oposición política, no hacen ni hicieron política. ¿Hasta dónde se ha logrado confundirnos con el carnaval mediático, como para justificar situaciones de este tipo? El espionaje está demostrado: hay fotografías, testimonios, documentos. Los familiares iban a hablar con el entonces presidente, y éste tenía anotadas las preguntas que ellos iban a hacerle: habían escuchado lo que se hablaba en sus reuniones, con algún infiltrado o por vía electrónica.
De paso: ¿para qué sirven los espías? Si en vez de perseguir opositores políticos, como hicieron cuando las dictaduras y a su manera hizo luego el macrismo, sirvieran para trabajar sobre las estrategias de las grandes potencias sobre nuestro país, ganaríamos mucho. Necesitamos servicios de inteligencia, pero para determinar qué peligros hay para el litio, para el agua, para los recursos estratégicos de la Argentina, que como los de otros países, son objeto de la codicia desde los grandes centros de poder geopolítico mundial.
Y necesitamos también los espías para detectar las operaciones internacionales que pueden llevar a conflictos, tal como las declaraciones del presidente Piñera adscribiendo a soberanía chilena, territorios que nuestro país entiende que le son propios. Ese tipo de asuntos sí puede requerir acciones de inteligencia.
Y además: ¿cuántos muertos menos tendríamos en Rosario a manos del narcotráfico? Cuando hay policías locales fuertemente entramadas con el delito: ¿no se podría prevenir la ilegalidad, sobre todo la de magnitud internacional, haciendo trabajar al espionaje para su detección y persecución judicial? ¿No es el espionaje un recurso estratégico para detectar el paso ilegal de drogas por las fronteras, las rutas ilegales de aviones, los aeropuertos clandestinos, la entrada de estupefacientes por los puertos internacionales del río Paraná? ¿No nos iría bien asignando este tipo de funciones a los espías -que servirían así a toda la población, como corresponde, pues los pagamos con nuestros impuestos-, en vez del sempiterno uso que se ha hecho de hacer persecución no de delincuentes, sino de opositores?
La gestión de Caamaño en la AFI parece traer buena orientación en este sentido. Ojalá logremos domeñar este espacio del Estado opaco, secreto, que ha aprovechado su clandestinidad para finalidades que no son aquellas para las cuales le fue otorgada.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.


