Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
La comunidad de hispano hablantes de Toronto es vasta. Según se dice en los mentideros que hacen presión ante los organismos de gobierno, en el sur de Ontario, en una franja de territorio pegada al lago Ontario y de unos 400 kilómetros de largo hay cerca de 100.000 habitantes que hablan castellano. La mayoría provienen de alguno de los 21 países que usan ese idioma mayoritariamente. A lo mejor hay algunas personas que vienen del país numero 22. Es uno que tiene algo así como 30 millones que entran en esa categoría y que viven en el amplio país fronterizo al sur.
No deja de sorprenderme la amplitud y lo disperso que estamos y como en algún momento nos volvemos a encontrar en el mismo café, mesa de por medio. O en el cine en distinta fila, pero cerca; esperando que comience una película que se presenta en el Festival de Cine de Toronto. No es que pase de un día para otro, y, como decía una amiga que llegó hace más de medio siglo a este país, en esa época vos encontrabas a una persona que hablaba español y te la llevabas a tu casa, la sentabas a tu mesa, cenabas con ella y era tu amiga para toda la vida.
La historia me la contó a poco de conocerla. Al tiempo la escuché de boca del señor que fue invitado a su casa. Sorprendido le pregunté si se acordaba el nombre de esa mujer y si sabía dónde estaba. Hace mucho que no se nada de ella. Yo estaba guardándome el as en la manga, el reencuentro vendría después. Hacia 20 años que habían dejado de verse, por esas cosas de la vida de inmigrante. El cambio de trabajo obliga a cambiar de barrio y a veces las distancias son tantas que quienes inmigran se van quedando en un ámbito muy pequeño donde desarrolla la vida.
Hace un tiempo atrás participé en la organización de un baile para personas adultas mayores. Difundimos el evento por una radio étnica, pegamos afiches en negocios que venden esas cosas típicas que nos gusta a quienes venimos del sur: yerba mate o harina para hacer tortilla estilo mexicano o pupusas salvadoreñas. Un poco también hicimos por los medios electrónicos. Todavía no había explotado “guasáp”.
Llegó gente de todos lados de Toronto y sus alrededores. Muchos me conocían, otros los conocí allí. Lo que me sorprendió fueron los encuentros de amigas que habían trabajado codo a codo en la línea de producción de una panadería, por años. Se habían apoyado mutuamente en el aislamiento del idioma de las primeras épocas. Luego por esas cosas la vida las separó y nunca más; hasta que el azar del baile las reencontró y pudieron retomar, como si fuera ayer.
Podría hacer una lista de estas historias, algunas despiertan sonrisas, otras son para llorar. Pero hay muchas coincidencias en un ámbito geográfico comparativamente pequeño y con más de 15 millones de habitantes. A lo mejor mi buena memoria ayuda a encontrar esas uniones, o una capacidad poco reconocida de encontrar los puntos de contacto. Lo cierto es que me impacta y me sorprende.
Hace poco mas de diez años me ofrecieron hacer una entrevista a León Gieco quien venía a promocionar una película. Use un espacio de una hora en la radio para hablar con este músico notable, que es además un buen tipo. No hace falta que me explaye sobre él.
Al final de la nota le dije que ya nos habíamos visto antes. Me miró con otros ojos, me preguntó dónde. Entonces le mostré la foto en que posamos juntos en el pasillo que daba a los estudios de la vieja Radio Nihuil en calle Echeverría. Esa noche volvimos a vernos en el vestíbulo del teatro donde presentó un unipersonal. Saludos, buenos deseos y un abrazo. Esas cosas de siempre. Hay más para contar de León Gieco pero esa, es otra historia.
En el mundo de gente que había en aquel teatro, me encontré alguien que organizó el evento. Era una persona dedicada al cine que había conocido en la oficina central del emporio étnico multimedia, el que me contrató para hacer la radio hace veinte años atrás. En realidad, habría que decir que coincidimos en el lugar. Aunque creo que hubo intencionalidad y seguramente causalidad.
Ese encuentro fue cuando recién empezábamos con el armado de la radio, algún día de esos que teníamos que decidir qué voz contratar, dónde poner un aviso, qué equipos comprar.
Llegué a su oficina y me hizo pasar. Ordenaba papeles sobre su escritorio, como que buscaba algo allí sobre el cúmulo de cosas que había en su amplia mesa de trabajo. Suena el teléfono, levanta… escucho algo cómo gurrurgubauam. Su respuesta fue que lo hiciera pasar.
Entra a la oficina un hombre de mediana estatura, enfundado en una gabardina que llegaba hasta el piso con un sombrero borsalino, cargando el estuche de una guitarra.
Me lo presenta y no retuve el nombre. Me preguntaba ¿qué estamos haciendo aquí? Hablamos un par de intrascendentes trivialidades formales. El Tano se pone de pie y pregunta que vamos a tomar desapareciendo por detrás de una puerta con la promesa de volver.
He vivido situaciones incómodas, pero ésta debe estar en primer o segundo lugar. El señor este, sentado a mi lado, gira la cabeza y me dice con un tono cercano a la ciudad de Buenos Aires, medio intrigado y como enojado: ¿vos qué hacés aquí?
Muchos años después me dijo que temía que estuviéramos compitiendo por un sponsor. El multimedio era uno de los que apoyaban la realización del Festival de Cine Hispano de Toronto. Cuando le dije que era parte del equipo del multimedio hispano, me ubicó mentalmente en un lugar y pudo respirar. Pero estoy seguro que habrá pensado que todo el esfuerzo que había hecho para lograr un minuto a solas con el Tano, se viera frustrado por este tipo que quien sabe que le viene a sacar al Tano. A ver si gasta toda la billetera en el barbeta éste.
Más aun, cuando llegaron las tacitas de café y detrás el italiano de gran porte, me incluyó en la decisión de poner o no, dinero para el festival. Sin conocer a nadie, di mi franca opinión: apoyar un evento que permite a la comunidad ver una película entendiéndola, es una forma de sumar personas que lean el periódico, mas gente que escuche la radio y para el emprendimiento comunicacional en general, es un beneficio tener más personas que se sientan comprendidas en sus deseos, personas que nos sigan en nuestras propuestas.
Algo así como seis meses mas tarde, cuando se decidió hacer una campaña en la televisión étnica, en castellano, para posicionar al diario y a la radio, otra vez me convocó a su oficina y encontré al señor del gabán largo, pero sin borsalino. Nos dijo lo que él quería, y nos pidió que resolviéramos el tema. Nos prestó una oficina y otra vez terminamos sentados con tremendo bloque de hielo del… ¿otra vez, qué hacés vos acá?
El tema es que este hombrecito podría haber filmado el aviso sin que yo estuviera allí. Como que lo había venido haciendo por años para la mayoría de los comercios latino hispanos, pero también para los de Italia y del lugar que fueran. Era un publicista que al fin pudo hacer cine, que era su pasión. Pero eso seria muchos años después.
Aquella tarde trabajamos muy poco, él tenía que partir, yo también. Acordamos que pasaría por su estudio de trabajo para terminar de armar el libreto y la logística de la filmación. Todo el trámite fue muy cuesta arriba.
Terminamos aquella jornada larga de trabajo con más tropiezos que aciertos. Quedamos en juntarnos con quienes actuarían en una estación de subterráneo en donde se podía comprar el diario. Algo difícil de lograr por una cuestión de propiedad de los quioscos del subterráneo y la exclusividad de venta de un periódico y no otro. El punto era clave, y tenia que ser evidente el nombre de la estación.
Por otro lado, obtener el permiso de filmación hubiera tomado tiempo y dinero, así es que todo debía ser como muy casual, pese a que la cámara, si bien no usaba un evidente y delator trípode, era un armatoste de principios de siglo.
Quienes debían actuar comprando el diario, nunca llegaron, así que pedimos a quien hacía el reparto del periódico que, de espaldas sacara un periódico de la pila y que en ese instante del paneo de la cámara, yendo del cartel con el nombre de la estación se viera, en primer plano la portada del diario con la marca característica bien evidente.
Buena idea, no tan fácil de hacer con las limitaciones de lugar y sus condicionantes.
Todo debía ser hecho sin hacer mucha alharaca, sin levantar mucho revuelo. El equipo de filmación éramos solo tres, no quisiera imaginar como hubiera resultado aquello con personal de actuación, iluminación, sonido, continuidad, maquillaje, vestuario, guión. Todo ese equipo llegaría después, cuando nos volvimos a encontrar para grabar la primera telenovela en castellano de Toronto. Para aquella primera ocasión, sólo tres personas fuimos capaces de hacerlo, luego de usar muchas horas, compartir muchos puntos de vista y encima improvisar un set de filmación de la nada.
A la noche, de camino a casa tuve un “flashback”. De pronto estaba nuevamente en Mendoza, montado en mi Citroën gris, recorriendo la Ciudad, de la Cuarta Oeste a Luján de Cuyo. De Guaymallén a la Sexta Sección. Para juntar voluntades, convencer a la persona experta en iluminación para que nos preste los focos, a quien tenia la cámara -de video- que quedara comprometida. En obras en construcción buscando maderas y tablas. Eternas tardes y noches con quien preparaba los cuadros de filmación, uno a uno. Escena por escena con un detalle que nos entusiasmaba cada día.
Y obviamente con la directora, quien había tenido la genial idea. Hacer una película que muestre el esfuerzo de un grupo de teatro. Un grupo tesonero convencido de hacer que su arte le llegue a la gente común de barrio. La troupe completa del teatro, poniendo todo para que fructifique una obra imposible en la plaza del barrio indiferente, con viento zonda ocupando todo el espacio de calor y polvo en suspensión. Ese era el sentido de la película. Y nosotros estábamos en el mismo proceso, poniendo todo para que fructifique un filme imposible.
Mientras que Toronto es una ciudad de cine donde la industria alimenta a muchas familias. Aquí se filman mas películas de las que podría ver el lapso de lo que me resta de vida. Es muy común encontrar en la casa de la otra cuadra, en pleno verano, un armado invernal con nieve artificial, y un grupo de gente vestida con abrigos pesados como campeando el frio, entrando y saliendo decenas de idénticas veces de la casa. Repetir una escena parece que es la razón de ser del cine. Justifica también el costo millonario de filmar, quiero decir que da razón a lo que se gasta. Alrededor de esa casa, que hasta pocos días antes era una más del barrio, se ven cuatro o cinco camiones con todo el equipo técnico. Muchas veces una fila de casas rodantes estacionadas como si fueran los autos de las familias vecinas. Mejor dicho, de casas que se mueven tiradas por inmensos “tractor tráiler”. La calle llena de conos color naranja impidiendo el estacionamiento en un sector siempre exagerado.
Para nuestro aviso, no hubo nada de eso, ni tampoco los millones. Y sin embargo salió, se vio en la tele de Toronto el tiempo que duró la campaña.
Después de filmar la telenovela, uno al frente de la cámara y el otro por detrás, creo que empezamos a tener una relación más igualitaria, diría de más respeto. La radio ya estaba en el aire, se había probado que mi camino se podía cruzar con el suyo. Se había derrumbado la posibilidad de superposición de ámbitos y empezamos a percibirnos más como colaboradores en un encuentro de comunicación.
De hecho, nuestros caminos se han cruzado por veinte años de miles de formas. Una vez lo despedí a las seis de la mañana cuando partía para documentar la caravana que llegaría a la frontera con México. El drama de aquellas personas de corta edad, que van en busca de sus padres y que no pueden cruzar la frontera, “el borde”, esa otra nueva palabra del espanglish del norte de América y quedan encerrados sin destino. Esa fue la historia de aquel documental que recibió varios premios internacionales.
Creo que hasta allí llegó su despliegue local. Ahora los encuentros son virtuales, yo sigo aquí, el partió a nuevas migraciones. Seguramente nos volveremos a encontrar, lástima que el Tano no podrá ofrecernos una taza de café.
Toronto, 12 de noviembre 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.
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