Desde sus comienzos hubo un peronismo más bien conservador, y otro ligado a posiciones de izquierda: el mismo Perón solía insistir en la variedad de orígenes de sus acólitos del año 1945. Y ya luego del golpe de Estado de 1955, siempre hubo variantes instaladas en la plena resistencia, y otras en la negociación con el antiperonismo: lo que va de John William Cooke y el mayor Alberte por un lado, a Augusto Vandor y Jorge Paladino por el otro.
Perón arbitraba desde arriba y por encima de las diferencias su estilo amplio de conducción, con un discurso ambiguo que permitía cobijar a todos bajo su figura. Y esto funcionó siempre así, hasta la ruptura con la Juventud Peronista de los años setenta, asociada a Montoneros.
¿Por qué en este caso fue diferente? Es que ya no se trataba de una figura personal o de una pequeña agrupación: la JP se había convertido en una tendencia interna del movimiento con sus propios liderazgos, sus finalidades estratégicas y sus decisiones tácticas en que se buscaba no contradecir al líder, pero que bajo el manto amplio de Perón sostenía singularidades evidentes. A la vez, la JP le disputaba –de alguna manera- el liderazgo a Perón, al pretender co-conducir con él el movimiento, bajo la asunción de que quienes habían luchado con las armas o en la calle contra la dictadura, eran quienes tenían máximo derecho a ser considerados leales a la causa del peronismo.
Ciertamente las derechas que existían en aquel momento dentro del movimiento –de signo represivo y ultranacionalista, un sector que ya no existe allí- tomaron a la JP como enemiga. Se expresaban, por ej., en la revista “El caudillo”, donde prometían la muerte a los jóvenes radicalizados. Discurso desde el cual pasaron a los hechos, incluso antes del deceso del entonces anciano líder, con evidente intervención de grupos parapoliciales en sus filas.
Otro sector más “de centro” o genuinamente ortodoxo trató de lateralizarse del conflicto, pero cuando éste fue escalando, ese espacio se fue achicando o neutralizando, como le ocurrió incluso a la JP Lealtad, un desprendimiento de la JP radicalizada que buscó permanecer cercano a Perón.
Es que el líder por vez primera tomó partido por una facción, y en vez de congregar a todos los sectores, entendió necesario apartarse del de la juventud. Así, del discurso sobre “juventud maravillosa” y “la violencia de arriba genera la de abajo”, pasó súbitamente a la denuncia de “infiltrados” y a señalar que “pueden sacarse la camiseta, que por perder unos pocos votos no vamos a ponernos tristes”.
La JP tenía dos opciones: radicalizar el enfrentamiento con Perón, o replegarse parcialmente en espera del desgaste de las políticas del líder, o incluso del deterioro de su salud (dada su vejez). Prefirió, fruto de la inexperiencia, de cierta noción ideológica de que política sería siempre sinónimo de “lucha”, o del vértigo con que los acontecimientos se aceleraban desde el 20 de junio de 1973 –masacre de Ezeiza-, que era mejor enfrentarse a Perón, radicalizar el discurso, separarse del tronco del movimiento peronista, entendido este como entreguista y conciliador.
Sería largo de describir y debatir en detalle, y es claro que la complejidad de todo ese pasado bien lo merece. Pero no es lo que cabe en un breve texto periodístico: sintetizando, el resultado de preferir la división del peronismo, a partir de separar al sector “puro” en su antiimperialismo, fue catastrófico.
Perón lo decía bien: “vamos con muchos malos porque con los buenos solamente, somos muy poquitos”. E insistía en aquel consejo antidigestivo: “hay que tragarse el sapo”.
Mientras Montoneros pasaba a la clandestinidad para responder a la violencia criminal de las AAA apañadas desde el corazón del Estado (López Rega en el ministerio de Bienestar Social), la juventud militante quedaba expuesta en un lugar de mucha fragilidad. Organizó el Partido Peronista Auténtico, y con ello fue contra el PJ en Misiones: perdió abrumadoramente, y quedó claro que el peronismo de la Tendencia revolucionaria había sido aislado, de lo cual los militares golpistas tomaron clara información.
El gobierno de Isabel Martínez era errático y represivo: y con sus decenas diarias de asesinatos desde la derecha, y represalias menores desde la guerrilla, muchos no se dieron cuenta de que lo que iba a venir era exponencialmente peor. Qué peor que Isabel, se argumentaba: pero se podía dar algo más nefasto, y la dictadura lo fue. El gobierno peronista cayó entre pinzas de la vieja derecha y la lucha de las izquierdas, mientras el peronismo combativo quedó aislado y fácil presa de la persecución que arreció luego del 24 de marzo de 1976.
Lo demás, el horror, el terrorismo de Estado, son asuntos que lentamente hemos asumido y repudiado en un largo y complejo proceso desde 1984. Pero hemos discutido menos cuáles fueron las condiciones políticas que antecedieron al horror. En un nuevo aniversario del golpe criminal, y en otro momento de ruptura posible dentro del peronismo entre alas ideológicas enfrentadas, no está de más retomar esa memoria. Porque hay ahora mucho de diferente –es obvio-, pero también algunas analogías dignas de analizarse.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.