Este miércoles 18 de mayo se realizó el censo nacional de población, hogares y vivienda ronda 2020. Censo que debería haberse realizado hace dos años, pero que fue suspendido por la pandemia que azotó y aún azota al mundo, ya que Argentina, según la ministra de salud Carla Vizzotti, comienza su cuarta ola.
Cabe recordar que Argentina ha realizado hasta este momento 10 censos, siendo el último el efectuado en 2010.
Cuántos somos es fácil de responder, depende de una operación tan simple como contar, lo difícil es desplegar todos los interrogantes que plantea el cómo somos y sus diversas respuestas, dentro de las subjetividades que plantea la nueva plantilla de relevamiento.
Cuántos somos a 48 horas de finalizado el censo ya tiene una cifra, al menos preliminar de la que se desprenden comparaciones con los censos anteriores. Al día de hoy, viernes 20 de mayo de 2022, los argentinos somos: 47.327.407 personas, como para que los quinieleros le jueguen al siete. Un incremento del 17,97% respecto de 2010; del total, el 52,83% son mujeres, 47,05 varones y 0,12 no asociado a ningún sexo.[1]
El cómo tendrá que esperar un tiempo más dentro del procesamiento propio del Instituto Nacional de Estadística y Censos INDEC, organismo específico encargado de la tarea.
No obstante, más allá de lo puntual que nos convoca en este momento, la necesidad de saber cuántas personas habitaban un determinado espacio geográfico, fue una preocupación de algunos gobernantes urgidos por justificar sus acciones apoyados sobre datos de la realidad; necesidad que dio origen a los primeros censos. Preocupaciones que fundamentaron las predicciones de crecimiento de la población implícitas en la denominada ley de Malthus –nacida en el fragor de la revolución industrial–, que tuvo gran influencia a fines del siglo XVIII, la que felizmente no llegó a cumplirse, como también en el nacimiento de la demografía como ciencia, décadas más tarde a través de los estudios de Achille Guillard, a quien se le debe esa denominación.[2]
Los idus de marzo del año 44 a. C., marcaron el asesinato de Julio César y el inicio de un período de enfrentamientos bélicos hasta que Octaviano vino a poner fin a las intrigas palaciegas y luego, una vez transformado en Augusto, ordenó como nunca antes el imperio para lo que usó el censo como instrumento no sólo de percepción de riquezas para las arcas imperiales, sino también para darles el rango de ciudadanos a los habitantes de ese amplísimo territorio conquistado, donde precisamente, nació el cristianismo como religión ecuménica que siglos más tarde, con Constantino, pasó a ser oficial.[3]
El o los tres censos realizados por Augusto pasaron a la historia como un instrumento liminar de lo que sería en la modernidad, la unidad nación estado, donde los ciudadanos serán sujetos de derechos y obligaciones de esa supra unidad surgida del contrato social impulsado por el ginebrino Jean Jaques Rousseau.[4]
Con esos antecedentes y otras experiencias prácticas foráneas, más el censo de todas las provincias integrantes del Virreinato del Río de la Plata ordenado por Mariano Moreno, vocal de la Primera Junta de Gobierno de 1810, relevado sólo en la Ciudad de Buenos Aires, emplearon los constructores del edificio administrativo público que, un recorrido desde el primer censo realizado en 1869, durante el gobierno de Domingo Faustino Sarmiento, el maestro de América, nos irá poniendo en contexto; éste se intentaba modificar justamente a través de la información relevada en su momento conforme las dificultades y desafíos por los que atravesaba el país a medida que se iba definiendo como estado nación independiente a fines del siglo diecinueve. Dato curioso, el censo sarmientino se hizo un siglo después del elaborado en España bajo el mandato de Carlos III.
Al primer censo le siguieron los de: 1895, 1914, 1947, 1960, 1970, 1980, 1991, 2001 y 2010, los que nos mostrarán un camino plagado de dificultades dentro de un mundo devastado por conflictos bélicos y forzadas migraciones que buscaban sobrevivir en estas alejadas latitudes.
Siguiendo a José Ortega y Gasset (1883-1955), uno de los filósofos más críticos de la realidad nacional, que en su tercera visita al país nos exhortó con su célebre frase ¡Argentinos a las cosas, a las cosas![5], recomendaba volver de cuando en cuando “una larga mirada hacia la profunda alameda del pasado; en ella encontramos los verdaderos valores, no en el mercado del día”.[6]
Esa larga mirada debe detenerse en lo que éramos y el deber ser planteado en la Constitución liberal de 1853/60 elaborada en base a las ideas de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, cuyos pilares, “gobernar es poblar” y “educar al soberano” influyeron en las políticas decimonónicas de las últimas décadas.
El primer censo de 1869 detectó que el 77% de las personas eran analfabetas, de un total de 1.830.214 censadas, total en el que no estaban incluidos los pueblos originarios, estimándose en unos 93 mil repartidos entre las actuales provincias de El Chaco, Misiones, La Pampa y Patagonia; mientras más de 6.000 soldados se encontraban en Paraguay combatiendo en la Triple Alianza conformada con Brasil y Uruguay.
Datos que sirvieron para abrir las puertas a la migración europea, aunque no vinieron obreros anglosajones, sino campesinos italianos y españoles en varias oleadas. Además, durante su gobierno, Sarmiento fundó 800 escuelas en todo el país, la Academia Nacional de Ciencias Físicas y Matemáticas, el Colegio Militar, el Liceo Naval y el Observatorio Astronómico; también creó la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares y propuso la edificación de 100 bibliotecas populares para incentivar la lectura.
Luego, tras 26 años, en 1895, bajo el gobierno de José Félix Uriburu, se realizó el segundo censo nacional. Para entonces, se incorporaron zonas que no habían sido censadas en 1869, como también se introdujeron preguntas sobre religión, fecundidad, propiedad de los inmuebles y nacionalidad. La población total había aumentado a 4.044.911 habitantes, más del doble de población que la del primer registro.[7]
En esos 26 años transcurridos sucedieron hechos importantísimos. Argentina se había incorporado al mercado internacional bajo la corona británica con el modelo económico denominado agroexportador; también se unió al imperio brasileño y a Uruguay para derrotar al único país industrializado del cono sur, Paraguay en fatídica guerra de la Triple Alianza, aconsejados por los ingleses; había avanzado sobre territorios de los pueblos originarios eliminándolos y desplazándolos; el poder central porteño había derrotado a los caudillos federales “pacificando” al país; había extendido los ferrocarriles a distintas provincias del interior y había recibido una gran migración debido a la crisis sufrida en Europa entre los años 1873 y 1993. También se había producido la revolución del Parque de 1890 luego de la crisis económica del gobierno de Miguel Juárez Celman, hecho que da nacimiento a la Unión Cívica Radical UCR. En esos años de bonanza, las clases altas concentradas en la Capital viajaban a Europa a fin de mantenerse actualizadas, construyendo mansiones y edificios públicos conforme el modelo arquitectónico ecléctico que la identificaba como la París del sur y comenzaba a reprimir a la “chusma ultramarina” que intentaba discutir con el empresariado “la cuestión social”. Eran dos sociedades diferentes en menos de tres décadas.
El tercer censo se realizó bajo el mandato de Victorino de la Plaza en 1914. El relevamiento reflejó una población de 7.885.237 habitantes e incorporó la denominación censo de riquezas y de población, enfatizando el primer término. El patrimonio público alcanzaba los 3 mil millones de pesos, El inventario de valores inmobiliarios suman 4.130 millones de pesos, emitidos en nuestro país, para impulsar industrias, impulsar el comercio, alentar empresas, poblar los desiertos, construir ferrocarriles, excavar puertos, abrir canales y explotar muchas riquezas naturales que hoy yacen en estado latente.[8]
En este relevamiento trabajaron más de 67 mil empadronadores. Sin embargo, un dato clave es la aprobación de la Ley Sáenz Peña de voto secreto y obligatorio que rompe con un orden conservador de seis décadas y que permite el gobierno de Hipólito Yrigoyen en 1916. Dentro de este período también, la extensión de las vías férreas alcanza los 33 mil kilómetros, la segunda en el continente luego de EE. UU.
Es sabido que en ese año dio comienzo la Gran Guerra, luego denominada Primera al desarrollarse el segundo conflicto internacional en 1939 y que se extenderá hasta agosto de 1945.
Los 33 años que van desde este censo al cuarto, realizado durante el gobierno del General Juan Domingo Perón, son intensos, tanto en el plano local como internacional, con dos guerras mundiales de las que no participó el país, pero en las que suministró alimentos a los dos bandos enfrentados. La renta que produjo esa desgracia, que segó la vida de decenas de millones de personas, produjo la mayor obra pública de todos los tiempos e hizo posible la instauración de los derechos sociales, dentro de lo que podríamos denominar “instauración del Estado de Bienestar argentino”; derechos que llegaron a su cima con la Reforma de la Constitución de 1949.
La cantidad de habitantes que arrojó el censo fue de 15.893.627 e introdujo la modalidad de considerar a la familia y el hogar como unidades de análisis, a la vez que por primera vez se incluyó a la población de las Islas Malvinas, Antártida e islas del Atlántico Sur. También aparece por primera vez la figura de “desocupado” dentro del cuestionario a relevar, hecho que manifiesta preocupación en lo referente a lo económico social.
El censo de 1960, se produjo durante el gobierno de Arturo Frondizi y, fue de población, vivienda y agropecuario; en materia de familia, se incorporaron las “uniones de hecho”, ya que anteriormente se consideraba sólo al “estado civil”. En este censo se determinó una población de 20.013.793, que en la jerga periodística se mencionaba como un logro haber llegado a los 20 millones de argentinos, como también con el Mundial ’78, la dictadura usó en la marcha: “25 millones de argentinos jugaremos el mundial…”.
Si bien el golpe de la Revolución Libertadora significó un antes y un después, en los años posteriores se crearon instituciones importantes en el desarrollo científico, tecnológico y productivo como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas CONICET, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria INTA, el INTI y el Instituto Nacional de Vitivinicultura INV; no en vano a finales de la década se creó el INDEC. Todo eso dentro del panorama esperanzador y libertario que trajo la triunfante Revolución Cubana de 1959 y los aires de cambio de los años sesenta. Aires que se vieron afectados por los sucesivos golpes militares que sufrimos esos años.
El sexto censo se desarrolló en 1970, el que fue de Población, Familias y Viviendas. Fue realizado durante el gobierno dictatorial del General Roberto Marcelo Levingston, en el que se emplearon por primera vez computadoras y lectores de caracteres manuscritos para el procesamiento de datos. La cantidad de habitantes fue de 23.364.431 habitantes.
Diez años más tarde, el 22 de octubre de 1980, se llevó a cabo el séptimo censo de Población y Vivienda, durante el gobierno del dictador Jorge Rafael Videla, el que arrojó un total de 27.949.480 habitantes. Agregar comentarios ya vertidos sobre esta época oscura sería cargar demasiado las tintas y alargar el relato haciéndolo tedioso al lector. Sin embargo, la represión, la devastación social y la concentración económica en pocas manos, con un elevado endeudamiento externo y fuga de capitales, hizo descender todos los indicadores socioeconómicos a niveles de los que jamás nos hemos podido recuperar. Una bisagra infernal imposible de eludir.
El censo del año 1991 se realizó un año después de lo pautado, ya que la crisis económica experimentada en el país obligó a postergar la fecha de realización. El censo se realizó en la presidencia de Carlos Saúl Menem y reveló una población de 32.615.528 habitantes.
La década comprendida, es reconocida por los economistas latinoamericanos como “la década perdida”, consecuencia de las políticas implementadas por la dictadura, sumadas a los desaciertos del primer gobierno democrático, cuya hiperinflación apresuró el cambio de gobierno de Alfonsín a Menem.
El censo de 2001, se realizó los días 17 y 18 de noviembre durante la presidencia de Fernando De la Rúa, también sufrió la postergación debida a la crisis económica nacional. La población relevada fue de 36.260.130 habitantes. Durante este censo se examinó sobre discapacidad, descendencia o pertenencia a los pueblos originarios y equipamiento tecnológico del hogar.
Un mes más tarde de la realización del censo, la sociedad argentina estalló al grito “¡Que se vayan todos!” obligando a renunciar al presidente De la Rúa, pasando cinco mandatarios hasta que Eduardo Duhalde llamó nuevamente a elecciones. Fue una crisis de profundas consecuencias, cuyas raíces provenían desde mediados de los años setenta.
El penúltimo censo se realizó en 2010, durante el bicentenario de la Revolución de Mayo. Fue un censo nacional de Población, Hogares y Viviendas, realizado durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Se retomó la modalidad de realizar el censo en años terminados en cero, hecho coincidente con no transcurrir crisis económicas como las que postergaron los dos censos previos.
La fecha de realización, 27 de octubre de 2010, nos sorprendió a media mañana con la noticia del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, situación que paralizó al país y muchos censistas –ocasión en que me tocó supervisar una porción territorial– estuvieron al borde de abandonar las tareas.
Este censo incorporó el relevamiento de personas afrodescendientes -característica que no se relevaba desde el censo de 1895-; se afianzaron las temáticas de pueblos originarios y Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC); y se registraron parejas del mismo sexo que convivían en un mismo hogar. La cantidad de personas registradas en esa oportunidad fue de 45.376.763 personas.
La década comprendida posibilitó la recuperación de los indicadores socioeconómicos y se pagó la deuda con organismos financieros internacionales. Todos estos logros se derrumbaron años más tarde.
El siglo y medio comprendido en los relevamientos censales precedentes muestra un país que significó una tierra de esperanza para millones de europeos que lo eligieron como destino de sus vidas, a la vez que su ubicación como sexta economía mundial en el Centenario, solo repartía su riqueza entre su poderosa clase alta terrateniente. Las luchas sociales emprendidas por la clase obrera dentro de un complicado y convulsivo orden internacional, cuyos centros de poder cambiaron introduciéndose cada vez más en la política interna, han conformado un espectro de resistencia dentro de la declinación del trabajo formal que emerge por todos lados.
Cuántos y cómo somos los argentinos, también es una respuesta que debe asumirse responsablemente por toda la sociedad a los efectos de articular las salidas a las dificultades sociales acumuladas a través de sus organizaciones, las que coordinadas armoniosamente pueden influir en las decisiones gubernamentales para construir un mejor país inclusivo.
Columnista invitado
Roberto Gregorio Utrero
Nació en Tunuyán, Mendoza, en 1947. Casado, cuatro hijos, tres nietos y un bisnieto. Técnico Mecánico; Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública; Becario de la FUGEVAR, Río de Janeiro, Brasil (Política Fiscal) y de FUNDAP, San Pablo, Brasil (Políticas de gobierno y empresas públicas); Diplomado en Economía Política, FLACSO Argentina; Magister en Historia de las Ideas Políticas Argentinas, Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo; Doctorando en Ciencias Sociales, UNCuyo; ex asesor consultor en materia de cooperativas de la Asociación Internacional de la Seguridad Social AISS, Oficina Regional para las Américas, Buenos Aires; docente, presidente y fundador del Instituto Cultural Argentino Brasileño (ONG); ex asesor de la Dirección Provincial de Cooperativas; ex asesor de la Federación de Cooperativas Argentinas Limitada. FeCoVitA; ex asesor de la Dirección de Escuelas de Mendoza; ex asesor del Consulado General de Brasil en Mendoza; ex docente de la Universidad de Congreso y la DGE; escritor, autor de: La dama de Sao (1996) nouvelle editada en Brasil; Ensayo sobre la torpeza, novela inédita; Joaquím Machado de Assis, uma indagacao aberta e permanente (2005); Des cuentos Desencuentros (2011), Zeta Editores; De Extremadura a Cuyo, el viaje sin retorno (2012), Zeta Editores; Ferrocarriles Argentinos, destrucción recuperación, (2012) trabajo federal coordinado por Juan Carlos Cena; Supone que estorba (2013), novela inédita; Impulso civilizador y política de Estado en Mendoza, el Ferrocarril 1884-1914, tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo, (2014); Justificando ausencias (2015), novela inédita; La mujer del pintor (2016), novela inédita; La colmena ferroviaria, relatos de los Talleres Diesel (2020) Lucero y Maffioli Editores; Huir al terruño, el lento derrotero familiar, novela próxima a editarse, además de haber publicado diversos artículos en Argentina y el exterior; cronista semanal de Revista Con Nuestra América, blogspot editado los sábados desde Costa Rica.
[1] INDEC, Censo 2022, Página 12, 20 de mayo de 22.
[2] Álvaro VIERA PINTO, La demografía como ciencia, Centro Latinoamericano de Demografía CELADE, Santiago de Chile, 1975, p. 5.
[3] Mary BEAR, SPQR, Una historia de la antigua Roma, CABA, Crítica, 2016, traducción de Silvia Furió Castellvi, ps. 361-393.
[4] Juan SÁNCHEZ GALERA, El censo de Augusto, tesis doctoral, Universidad complutense de Madrid, 2019.
[5]José ORTEGA Y GASSET, conferencia en la Municipalidad de la Plata, titulada: “Meditaciones del pueblo joven”, 27 de noviembre de 1939.
[6] José ORTEGA Y GASSET, Castilla y sus castillos, Colección “Más allá”; vol. 48 Ed. Losada, Buenos Aires, Ed. Afrodisio Aguado, Madrid, 1949, 1 de enero de 1952, 1956.
[7] www. Cac.com.ar, Cámara Argentina de Comercio, Informe sobre la historia de los Censos nacionales en Argentina, p.2.
[8] República Argentina, Tercer Censo Nacional, levantado el 1° de junio de 1914, Tomo I, Antecedentes y Comentarios, p.5.