El mecanismo subjetivo del perdón está necesariamente ligado al de la culpa, al del odio y a la pertenencia. Entendemos que la culpa surge como consecuencia de la violación de los códigos simbólicos de pertenencia a nuestra comunidad, aquella de la cual nos sintamos parte.
Solo podemos perdonar aquello que nos perdonaríamos a nosotros mismos a partir del dolor que nuestro acto nos ocasionó, transitando un camino de genuino arrepentimiento por nuestro deseo de seguir perteneciendo a nuestra comunidad. Como vemos, el perdón, al igual que la culpa, están sólidamente ligados al sentimiento de pertenencia.
Cuando nuestro ofensor hace algo que rompe con la construcción simbólica que tenemos acerca del vínculo de pertenencia ya no podemos considerarlo un semejante, no es perdonable y el hecho de que se nos parezca lo hace más intolerable. Que todo aquello que niega la humanidad en la conducta, que paradójicamente nos parezca inhumano, aunque sabemos que todo lo hecho por humanos es humano, aquello que hace que alguien sea considerado inhumano porque viola los vínculos de pertenencia, los códigos éticos de lo que consideramos humanidad, hará que ese sujeto de aspecto humano, nos ofenda al reflejarse como nosotros.
Podemos tolerar un monstruo que no se nos asemeja, pero resulta intolerable uno de nuestra especie que tenga una conducta monstruosa y por lo tanto refleje nuestro lado oscuro. No perdonar a alguien que refleja la oscuridad de la que todos somos capaces nos defiende como especie. Negar el perdón es defender a la comunidad. A quien debo excluir no es al sujeto en cuestión sino a su conducta, no puedo naturalizar la disrupción que atenta contra los valores éticos sobre los que se asienta la supervivencia de la comunidad. Perdonarlo sería romper el seguro de confianza comunitaria, se constituiría en un estresor social.
Todo el que traiciona a la comunidad, a la pertenencia que ser parte de ella supone, merecerá ser anatemizado como mecanismo de defensa social.
Y deliberadamente hablo de ética y no de moral. La moral implica un código de conducta establecido por quienes detentan el poder, es la conducta que la autoridad impone a la sociedad, es vertical, autoritaria y no democrática, es cultural y busca asentarse en la subjetividad social como sentido común. La ética en cambio es horizontal y democrática, implica tratar al otro como deseo que me trate, es inclusiva y refuerza los sentimientos de pertenencia.
Pero, la pregunta que subyace a este análisis es: ¿a quién le interesa el perdón? ¿Quién necesita ser perdonado? ¿Quién está más interesado en el perdón, el perdonador o el perdonable?
El que que con convicción rompió los vínculos con la comunidad a la que pertenecía, sabiendo o no que los rompía, poniéndose por encima de ella en su interés, cualesquiera fuera, y opta por otro grupo de pertenencia, aunque sea pequeño, alimentado por el odio o el resentimiento hacia sus mismos ofendidos, difícilmente sienta alguna necesidad de ser perdonado. Son impensables Hitler, Franco, Somoza, Pinochet o los responsables de la dictadura cívico militar y eclesiástica argentina pidiendo perdón, demostrando algún nivel de contrición por sus conductas.
La sola puesta en cuestión de la posibilidad del perdón requiere como acto previo el arrepentimiento del que lo solicita y una conducta activa de reparación del mal ejercido a la comunidad a la que perteneció y pretende retornar.
Siempre es posible que el ofendido, a partir del miedo que en alguna medida lo inmoviliza y no le permite continuar con su vida como consecuencia de un trastorno postraumático, al igual que el niño que por temor a sus fantasías en la oscuridad nocturna decide taparse la cabeza, elija el camino del perdón a quien no le interesa ser perdonado para conjurar sus propios fantasmas. Esto es solo un ilusorio escape del terror que no puede controlar. Desde este lugar, el perdón podría ser considerado como una capitulación comunitaria ante quien o quienes la han traicionado.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.


