¿Qué es el tiempo? ¿Cómo se inserta el hombre en el tiempo? Tiempo y recuerdos. Ejercicios para detener el tiempo.
¿A qué llamamos tiempo? ¿Al sucederse de los días y las noches? ¿Al movimiento de las agujas del reloj? ¿A los horarios con que escandimos nuestros días, nuestro año, nuestra existencia? ¿Qué tiene que ver el hombre con esta materia tan nombrada y tan poco conocida, tan inaferrable y tan implacable como es el tiempo?
Es necesario que nos demos cuenta de que el tiempo no es la marcha de los relojes, ni el horario de trabajo o de descanso.
El tiempo es algo inasible, subjetivo, personal, interior y a pesar de ello es un principio universal.
Si mañana nos avisaran que la hora dura 120 minutos en lugar de 60, nada cambiaría en nuestras vidas, ni en la naturaleza, ni en nuestros pensamientos. Por lo tanto ese tiempo, el tiempo convencional, el de los relojes, no existe.
El único indicio físico que nos da la naturaleza del paso del tiempo es la sucesión del día y de la noche, de la luz y la sombra. Ése es el tiempo que rige la Tierra, y por lo tanto de todas las cosas naturales. Y ése el tiempo cuyo engranaje se mueve en la gran maquinaria del sistema solar, y éste en el universo.
Y el hombre, ¿cómo se inserta en este tiempo?
Evidentemente nos queda bastante poco de armonía con el tiempo natural que nos marcan el día y la noche, el paso del sol y la luna por el cielo. Pero éste es un tema que desarrollaremos en otra entrega.
El hombre construye su tiempo interno sobre la base de la sucesión de sus recuerdos, a través de los cuales va recordando su propia historia personal, y relacionándola con la historia que sucede a su alrededor.
¿Los recuerdos son la memoria de nuestro pasado? ¿Por qué nuestra mente hace que a medida que avanzamos en edad los recuerdos más antiguos parezcan más cercanos, y lo más cercano lo olvidamos como si hubiera sucedido en un pasado remoto?
Sin duda hay una explicación neurológica a este fenómeno, pero también es una prueba de que el tiempo interior del hombre es cuestión de su psiquis, y no de los sucesos externos.
Sabemos que el tiempo se dilata y se contrae según nuestro estado de ánimo, y que frases como “se me hizo una hora infinita”, o “se me pasó la hora volando”, son muy habituales en nuestro lenguaje diario, y se refieren a cómo vivimos un tiempo que debería ser igual para todos, ya que está medido mecánicamente, según nuestros relojes.
Sucede que nada pasa por el hombre sin que su psiquis lo modifique.
Un enfermo mental, un psicótico o un esquizofrénico, puede vivir una extracción del tiempo, una exclusión de la corriente del tiempo que lo aísle del resto del tiempo humano y lo arroje en un limbo mental, en el cual el tiempo no pasa, se convierte en una masa gelatinosa que no se proyecta ni hacia atrás ni hacia delante.
Porque para el equilibrio psíquico del hombre es tan indispensable el tiempo que se proyecta hacia el futuro como el que se proyecta hacia el pasado, ya que nuestra personalidad es una construcción de recuerdos sin los cuales nos derrumbaríamos como un cuerpo sin alma. Y éste también es un tema del que vamos a hablar en una entrega sucesiva.
Jorge Manrique, el poeta español de mediados del 1400, dice en sus coplas: “si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado”. Está refiriéndose a la fugacidad del tiempo del hombre, a la vida humana en relación con la corriente del tiempo.
Podemos deducir de Manrique una propuesta de vivir el eterno presente, como se supone que lo hacen los animales, en mayor medida de acuerdo con el desarrollo de sus cerebros. Parece que los perros tienen una memoria de pocas horas, y los pececitos rojos de pocos segundos. ¿Qué condena al hombre entonces a recordar durante años?
Hay un tiempo del universo y un tiempo del hombre, y cuando ambos tiempos no están en armonía, se produce un desequilibrio que lleva a la desazón, a la enfermedad, a la desarmonización del hombre consigo mismo, con los demás, y con todo lo que lo circunda.
Existen hombres que han vencido al tiempo, o mejor dicho, que han desarrollado maneras de insertarse en la corriente universal del tiempo, y de ese modo han podido dominarlo.
Los yoguis de la India pueden estar en estado de trance durante horas, días, semanas, suspendiendo sus funciones vitales al punto en que prácticamente no respiran, no tienen pulso y no necesitan alimentación. El tiempo de los relojes no existe para ellos, y logran dominar también el tiempo del día y la noche. Estas prácticas han sido llevadas a extremos que podemos considerar casi legendarios.
Hay animales que detienen sus funciones vitales no sólo durante el invierno, sino durante períodos indeterminados de tiempo, en espera de que las condiciones externas sean favorables para volver a ponerlos en funcionamiento.
¿Quiere decir esto que detienen el tiempo?
¿Puede detenerse el tiempo?
Lo que hacen estos animales, como lo que hacen los yoguis de la India y como lo que hicieron, en un sentido mucho más complejo, los egipcios de las pirámides, es manejar el movimiento para manipular el tiempo. Mientras más lentamente late el corazón, más lentas son las funciones vitales del organismo, y por lo tanto más larga será la vida.
Si nosotros no somos yoguis ni antiguos egipcios, ¿podemos hacer ejercicios para detener el tiempo? ¿O al menos para jugar con él?
Podemos experimentar, y los resultados van a ser únicos, válidos para nosotros, y tal vez….
Para emprender cualquier tipo de experimentación con el tiempo tenemos que aprender a concentrarnos: o sea liberar a la mente de todo pensamiento cotidiano, discursivo. Para eso es necesario colocarse en un ambiente libre de ruidos e interrupciones, ponernos en una posición cómoda, si es posible sentados en el suelo con las piernas cruzadas, o simplemente sentados. Cerrar los ojos y empezar a correr sobre nuestra mente un telón blanco.
Sobre este telón blanco empezamos a visualizarnos a nosotros mismos en la posición en que nos encontramos. Cada parte de nuestro cuerpo debe ser proyectada delante de nosotros, sobre el telón en blanco de nuestra mente, minuciosamente. Tenemos que dibujar cada detalle, hasta vernos completamente, como si nos hubiésemos clonado y delante de nosotros estuviéramos sentados nosotros mismos.
Cuando hayamos completado este proceso, y acordémonos de que este ejercicio debemos realizarlo tranquilos, sin límite de tiempo, entonces vamos a empezara trasladarnos mentalmente a la figura que hemos proyectado delante de nosotros. Parte por parte, llevamos con la mente el cuerpo que sentimos, el que está apoyado en el suelo, a la imagen que hemos proyectado delante.
Esa imagen será más liviana, estará purificada, y trasladarnos a ella nos provocará una sensación de bienestar y de liberación muy grandes.
Cuando hayamos completado el traspaso podemos abrir los ojos.
Si comprobamos en un reloj mecánico el tiempo convencional que hemos empleado para realizar este ejercicio, nos vamos a llevar una sorpresa. Especialmente porque nuestra energía renovada nos ha hecho rejuvenecer en una medida que no pueden establecer los relojes.
Nos despedimos con una frase para reflexionar: “El tiempo es el fuego en el que todos ardemos”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).