El universo en expansión y el envejecimiento. La contracción del universo y la intersección de las dimensiones. El principio de incertidumbre.
¿Por qué envejecemos? ¿Es el tiempo el verdadero responsable de la decadencia del cuerpo y la mente, o hay otros elementos en la naturaleza del universo que determinan esta inevitable evolución de todos los seres vivos?
Envejecer no es atributo del hombre. Todos los elementos que componen nuestro planeta, animales, vegetales e incluso minerales, están sometidos a un proceso que los lleva a la transformación constante, que en el caso de animales y hombres se evidencia más claramente como envejecimiento y muerte.
Pero también las montañas envejecen y se desgastan, aunque sus períodos sean infinitamente más largos que los de la vida humana.
Todos los cuerpos y elementos del universo están en movimiento, y es el mismo movimiento el que genera el tiempo, y es el tiempo el que determina la marcha irreversible hacia la transformación.
Y tenemos que tener en cuenta un hecho que la astronomía estudia a través de los siglos: todos los elementos del universo se mueven y evolucionan de acuerdo con leyes calculadas matemáticamente.
¿Eso quiere decir que nuestro envejecimiento está dentro de las leyes del universo? En un cierto sentido sí, porque como elementos que forman parte de un todo sometido a ciertas leyes generales, no podemos escapar a ellas.
Los científicos actuales describen el universo a través de dos teorías parciales: la teoría de la relatividad general y la mecánica cuántica.
La relatividad general describe la fuerza de gravedad y la estructura a gran escala del universo. La mecánica cuántica, por el contrario, se ocupa de los fenómenos a escalas extremadamente pequeñas, tales como una billonésima de centímetro. Desafortunadamente se sabe que estas dos teorías no pueden ser correctas a la vez, y el desafío de la física actualmente es lograr una teoría unificada que compatibilice a las dos: una teoría cuántica de la gravedad.
¿Qué tiene que ver el tiempo en estas teorías?
El tiempo habría comenzado a partir del Big Bang, el estallido primordial que dio origen al universo.
Al alejarse, las partículas que formarían el universo dieron lugar al tiempo. Ese movimiento de alejamiento fue creando los abismos que establecieron el tiempo. Según los astrónomos, el universo al cual pertenece nuestra galaxia y por lo tanto nuestro planeta, prosigue su expansión, o sea ese movimiento de alejamiento de los cuerpos celestes.
Y es ese alejamiento el que hace que el tiempo siga corriendo hacia delante, y que nosotros evolucionemos hacia la vejez y la muerte.
Aristóteles y Newton creían en el tiempo absoluto, o sea que pensaban que se podía medir el intervalo de tiempo entre dos sucesos sin ambigüedad. Para ellos el tiempo estaba totalmente separado del espacio y era independiente de éste.
Pero en 1676 el físico danés Christensen Roemer observó que la luz viaja a una velocidad finita, y que los tiempos en que las lunas de Júpiter parecían transitar por detrás de este planeta no estaban regularmente espaciados, como sería de esperar si las lunas giraran a espacios constantes. Roemer dedujo que la luz proveniente de estas lunas tardaba en llegar a nosotros cuanto más lejos de ellas estábamos.
La luz, por lo tanto, tarda en recorrer el espacio de modo mensurable, entonces se puede deducir el tiempo como resultado de esta medición.
Por lo tanto, haciendo un resumen un poco brutal de la teoría, podríamos decir que el espacio hace al tiempo.
Si pensamos que la única medición natural del tiempo en nuestro planeta es la sucesión del día y la noche, y sabemos que dicha sucesión se produce por el movimiento rotatorio del planeta sobre su eje y alrededor del sol, entonces sacaremos como conclusión que el tiempo depende del movimiento.
Entonces, si llegamos a un estado de inmovilidad absoluta, ¿podemos detener el tiempo?
Sin duda lograríamos un efecto sobre el tiempo, como lo logran los yoguis de la India y tal vez los momificados de Egipto, según los relatos de Paul Brunton, el esotérico inglés del que hemos hablado en otra entrega.
Pero no podríamos detener absolutamente el devenir temporal, porque estamos apoyados en un planeta que está en movimiento permanente, y se encuentra en una galaxia que se expande cada vez más lejos del centro del universo, el centro en el que hace unos diez mil millones de años se produjo el Big Bang.
¿Por qué pensamos que el universo prosigue su expansión y no hipotetizamos en cambio que ya se encuentra en un proceso de contracción?
Porque el tiempo corre hacia delante.
Si el universo estuviera contrayéndose, o sea en un proceso de acercamiento de los cuerpos celestes inverso al Big Bang originario que los alejó, el tiempo correría al revés, y todos los componentes del universo correrían hacia atrás.
Es difícil de imaginar, pero tal vez lo podríamos graficar con un vaso que se cae de la mesa y se rompe (este ejemplo lo da Stephen Hawking en su libro “Historia del tiempo”). En un universo en contracción veríamos al vaso trepar por la mesa y reconstituirse hasta quedar intacto, como en una película pasada al revés.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que vivamos en una zona “especial” del universo, una zona en que las condiciones uniformes permitan el cumplimiento de las leyes con las que los físicos han clasificado los fenómenos astronómicos. Esto se llama “principio antrópico”: vemos el universo en la forma en que es porque nosotros existimos.
Por otra parte, existe en astrofísica el “principio de incertidumbre”, o sea el reconocimiento científico de que a pesar de las leyes físicas existentes, no es posible predecir con exactitud los acontecimientos futuros, si ni siquiera se puede medir el universo de manera precisa.
“Dios no juega a los dados”, había afirmado Einstein al plantear su teoría de que el universo era absolutamente predecible, estático y sometido a leyes inmutables.
Si bien actualmente es indispensable creer que dios sí juega a los dados, también es necesario creer que lo hace según ciertos principios, y su juego tiene un margen de azar, pero es un juego reglamentado.
Porque si dentro de la física nos planteamos la existencia de dios, tenemos que plantearnos que dios ha creado el universo de un modo muy racional, conforme a constantes que se repiten y cuyo cumplimiento ha sido condición indispensable para el desarrollo de la vida y su evolución.
¿Hay modo de escapar de estas leyes universales? ¿De burlar al tiempo determinado por la expansión del universo? ¿Existen dimensiones paralelas a las que podríamos acceder para cambiar nuestro destino?
Según Hawking, la vida sería exactamente la misma para los habitantes de otro planeta que fuesen imágenes especulares de nosotros y que estuviesen hechos de antimateria en vez de materia. Las leyes de la ciencia no se modifican con el cambio de partículas por antipartículas, porque no distinguen entre pasado y futuro. Pero nunca podrían entrar en contacto materia y antimateria, porque se desintegrarían instantáneamente.
La distinción entre pasado y futuro la hacemos los seres humanos en virtud de nuestra conciencia, la acumuladora de recuerdos y la que construye nuestra personalidad, y por lo tanto determina las características de nuestra existencia. Los seres humanos recordamos el pasado y no el futuro, porque las tres flechas del tiempo –termodinámica, psicológica y cosmológica- coinciden en su dirección.
Por último, ¿por qué no notamos otras dimensiones, si están presentes, y vemos solamente tres?
Porque las otras dimensiones están curvadas en un espacio muy pequeño, algo como una billonésima de una billonésima de un centímetro. Según el principio antrópico que antes mencionamos, dos dimensiones no parecen ser suficientes para el desarrollo de seres complicados como nosotros, y más de tres dimensiones ocasionarían un desequilibrio en los movimientos orbitales de la tierra y el sol, que impedirían la existencia de la vida tal como la conocemos.
Para concluir, estamos sujetos a leyes universales, entre ellas el tiempo. Hay un margen de incertidumbre, pero tal vez sólo podamos concebirlo dentro de nosotros mismos.
Por eso concluímos esta entrega con una frase para reflexionar: “la única certidumbre absoluta para el hombre, es su segura derrota ante la embestida del tiempo”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).