El tiempo a través de la literatura. Cómo el tiempo se puede manipular en un libro. Los niveles de manipulación temporal a través de la obra literaria. “La guerra del tiempo” de Alejo Carpentier. “El brujo postergado”, de Jorge Luis Borges.
El tiempo es ajeno al hombre, y sin embargo, el hombre vive en el tiempo, y por todos los medios trata de dominarlo. Muchos han sido los intentos de aferrar esta materia universal que denominamos tiempo, para prolongar la vida, para detener momentos de felicidad, para aferrarnos a personas o cosas que amamos. Pero ninguno de estos intentos parece haber tenido éxito.
El arte, que es la mayor expresión del espíritu del hombre, y el único producto humano que pone al hombre por encima de los demás seres del universo, no conoce el tiempo.
Porque el arte es una manipulación del tiempo. Si creemos que el espíritu humano es inmortal, y aceptamos que el arte es producto de lo más elevado del espíritu humano, entonces comprenderemos que el arte escapa a la frontera de la existencia humana, que impone a cada hombre un final irreversible.
En efecto el arte puede manipular al tiempo.
Y el ejemplo más consistente que podemos tomar para corroborar la máquina del tiempo que utiliza el arte, es la literatura.
La literatura manipula varias dimensiones temporales a la vez, valiéndose de su apariencia de ficción y de su fama de entretenimiento. Y esta manipulación no es negativa, sino por el contrario, positiva y hasta diría indispensable para la psiquis humana y su equilibrio en la sociedad. Una persona que no lee literatura no tiene acceso a las puertas temporales, no puede ejercitar su imaginación, y por lo tanto su observación de la realidad es chata e incolora, conoce una sola realidad, y es prisionera de las agujas del reloj. Es muy difícil que una persona que no lee literatura tenga acceso a la felicidad, porque su mundo va a ser tan pequeño que difícilmente podrá considerar en perspectiva los problemas y angustias que presenta la vida cotidiana.
La primera dimensión temporal que maneja la literatura es la capacidad de extraer al lector de la corriente del tiempo cotidiano, en la cual está aprisionado, para arrojarlo desde las primeras líneas en un tiempo distinto, creado, y por lo tanto lleno de posibilidades y puertas abiertas hacia la libertad, que utiliza a la imaginación como único timón.
La segunda dimensión temporal que maneja la obra literaria es la introducción de la mente del lector en la historia, o sea en un tiempo de “ficción”, un tiempo inventado por el escritor para construir el escenario de sus personajes y sus vivencias, en las cuales va a atrapar al lector.
Quien se sustrae al tiempo cotidiano, el tiempo escandido por los relojes, para introducirse en el tiempo de un libro, está ejerciendo poderes sobrenaturales que el hombre posee y no lo sabe; está defendiendo el derecho a la libertad de pensamiento, y está defendiendo la importancia de la imaginación por sobre todos los intereses de la sociedad materialista y consumista.
La persona que lee un libro, sea de cuentos, novela, poesía, obras teatrales, está reafirmando su condición de ser humano, está ejerciendo su derecho a la libertad, está superando su condición animal, y sobre todo, está derrotando al tiempo.
Pero aún hay otras dimensiones temporales con las que juega la literatura, o con las que manipula al tiempo.
Muchos autores escribieron acerca del tiempo, y experimentaron en esta pluridimensionalidad que les brindaba la literatura, con el mismo tema del tiempo.
Por ejemplo el escritor cubano Alejo Carpentier, en su libro “Guerra del tiempo”, incluye un cuento titulado “Viaje a la semilla”.
“Los cuadros de mármol, blancos y negros, volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras, con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las bisagras volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación. En los canteros muertos, levantados por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La estatua de Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas”.
Así describe Carpentier el retorno del tiempo en su relato, donde un viejo a punto de morir presencia impotente la demolición de su vieja casa. Pero en el segundo capítulo del cuento, en una inversión del tiempo, la casa empieza a reconstruirse, volviendo atrás en su demolición, y paralelamente el viejo empieza a retornar a su juventud.
Paulatinamente revive todas las etapas de su vida, junto a la renovación de su casa, hasta llegar al momento de su nacimiento, y de allí a su concepción. Marcial, que así se llamaba el protagonista, entra en este modo en el no tiempo de antes de su nacimiento, que tal vez en nada se diferencia del no tiempo de después de la muerte.
Con su relato, Carpentier nos demuestra cómo el hombre y su existencia son un vector en la línea larguísima del tiempo universal, y cómo la vida es recorrer ese vector de principio a fin, entre dos puntos que mucho se parecen, y que son el nacimiento y la muerte.
El escritor cubano hace una inversión del sentido positivo de la flecha del tiempo, y coloca la muerte como punto de partida, y el nacimiento como punto final. Somos nosotros quienes debemos preguntarnos, ¿existe alguna diferencia? ¿Hay algo antes o después de este tiempo, al que llamamos vida?
En su genial relato “El brujo postergado”, el escritor argentino Jorge Luis Borges pone en manos de un mago, don Illán de Toledo, el poder de manipular el tiempo hacia el pasado y el futuro. De este modo don Illán pone a prueba la honestidad y sinceridad de su aspirante a aprendiz, un deán de Santiago, quien le rogaba que le enseñase las artes mágicas. Don Illán manipula el tiempo haciendo pasar al deán por todas las etapas de su carrera hasta que se ve entronizado Papa, y en todas ellas el mago comprueba la ingratitud de su aprendiza, y su deshonestidad. Una vez realizada esta prueba, el mago regresa con el aprendiz al tiempo presente, en el momento en que el deán le ruega que le enseñe las artes mágicas, y lo despide con amabilidad. Don Illán se retira a comer la cena que había ordenado a su criada cuando el aprendiz tocó a su puerta, y todos los años que vivió con el deán en su carrera eclesiástica quedaron cancelados del tiempo, pero inscriptos en su mente y en la del aprendiz como recuerdos aleccionadores.
Borges juega con el tiempo, un juego que le gustaba jugar y que repite en numerosos cuentos y poemas, como un demiurgo que imita los poderes de dios podría hacerlo.
Esta capacidad de jugar con el tiempo la poseen los artistas, pero las personas comunes, aquéllos que somos capaces de leer, escuchar música o contemplar una escultura o una pintura, también podemos acceder a las dimensiones que nos propone la obra de arte. Basta tener el espíritu abierto, la mente sin prejuicios y la imaginación despierta.
Y para concluir esta entrega, y ya que hemos estado hablando de nuestro gran Jorge Luis Borges, voy a citar unos versos de su poema “El pasado”, del libro “El oro de los tigres”. Dice así:
“No hay otro tiempo que el ahora, este ápice
del ya será y del fue, de aquel instante
en que la gota cae en la clepsidra.
El ilusorio ayer es un recinto
De figuras inmóviles de cera
O de reminiscencias literarias
Que el tiempo irá perdiendo en sus espejos”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).