El tiempo y la revolución científica. Tiempo, espacio y materia. Mecanicismo. Newton, Leibniz.
La noción del tiempo que se tenía en la Edad Media cambió radicalmente con la revolución científica que aporta el Renacimiento, cuando la Iglesia deja paulatinamente el oscurantismo impuesto a toda la sociedad europea, y cuando las mentes de genios como Galileo Galilei empiezan a descubrir una nueva concepción del universo.
Con los nuevos pensadores, el tiempo empieza a concebirse como algo abstracto, apartándose así de la mirada aristotélica de un universo estable y uniforme.
Galileo estudió la cuestión de la velocidad instantánea de un cuerpo en movimiento, y de ese modo dio un nuevo impulso a la comprensión de la noción del tiempo.
La física moderna, que debió enfrentar el problema del cálculo infinitesimal, producto de los mismos descubrimientos de Galileo, ha trabajado desde entonces sobre los conceptos de tiempo, espacio y materia. De estos estudios surgió el concepto de mecanicismo, con el cual se desvincula el tiempo de su relación con el alma y se enfoca desde una perspectiva física.
A pesar de estos avances, desde las épocas de Galileo se podía entender el tiempo de dos maneras distintas: como una realidad absoluta o como una relación.
Estas dos maneras de enfocar la cuestión del tiempo enfrentaron a otros dos grandes físicos que revolucionaron los conocimientos sobre el universo: Newton y Leibniz.
Newton consideraba al tiempo como absoluto, lo llamaba “sensorium Dei”, mientras que Leibniz lo entendía como una relación, un orden universal de cambios, u orden de sucesiones.
Con Newton, el tiempo pierde definitivamente su carácter trascendente y se convierte en una realidad; una realidad que posee entidad por sí misma y no mantiene su esencial solidaridad con el movimiento ni con un fin.
Este es el paso de una visión teológica del tiempo a una visión mecanicista.
“El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su naturaleza, fluye igualmente sin relación con nada externo. En el espacio absoluto, por su naturaleza, y sin relación con nada externo, permanece siempre semejante e inmóvil”, afirma Newton en su famoso tratado “Principios matemáticos de filosofía natural”.
Según Newton, el tiempo y el espacio no son un mero accidente de los cuerpos sino que son independientes de ellos, que están y se mueven en su seno.
De este modo quedó definido en la dinámica un único sistema de referencia para el reposo y el movimiento, pero que no está constituido por un cuerpo o un conjunto de cuerpos, de manera que los movimientos son relativos, pero el espacio y el tiempo, no.
Leibniz reaccionó contra esta concepción extremadamente realista del tiempo, y quiso recuperar un tiempo inseparable de las cosas: para ello lo pensó como una relación entre cosas no simultáneas; o sea como una ordenación entre las cosas según relaciones de “antes” y “después”.
Ambas concepciones, la de Newton, llamada “absolutista”, y la de Leibniz, la “relacional”, compartían, sin embargo, la creencia en una serie de propiedades del tiempo, porque ambas lo consideraban continuo, homogéneo, ilimitado, fluyente, único e isotrópico.
Una vez que se establece el mecanicismo, surgen otras teorías sobre la concepción del tiempo, especialmente aquellas que contemplan su carácter direccional.
Hay que aclarar que la concepción de Newton, al separar al tiempo del alma del hombre, termina con la tradición fundada por el padre de la Iglesia cristiana San Agustín, según el cual el tiempo, siendo un producto de dios, estaba íntimanente ligado al alma del hombre.
Volviendo a las otras teorías derivadas del mecanicismo, una de ellas es la llamada “la flecha del tiempo”, término acuñado por Eddington, según quien los fenómenos suceden según un orden que va del pasado al futuro, según una concepción lineal y unidimensional del tiempo.
Esta teoría diferencia al tiempo del concepto tridimensional del espacio, pero, unido a él, da como resultado el continuo espacio-temporal de 3 más 1 dimensiones.
Históricamente, la teoría de una dirección irreversible del tiempo es relativamente reciente. Antiguamente se concebía al tiempo con un carácter circular, relacionado con el carácter cíclico de las mareas, los solsticios y las estaciones. La experiencia del crecimiento, envejecimiento y muerte se situaba en el marco de un tiempo cíclico, por esta razón se consideraba la posibilidad de un retorno.
Como mencionamos en otra entrega, la expansión del judeo cristianismo terminó con esta concepción cíclica, en especial porque se basa en la idea de una creación inicial y de un final de los tiempos. La pasión y muerte de Jesucristo reafirma el carácter lineal e irreversible del tiempo, porque no sería concebible un eterno retorno, o sea una repetición al infinito de este hecho cardinal para el Cristianismo.
Sin embargo, en la física todas las ecuaciones son reversibles respecto del tiempo. O sea que en todas las ecuaciones de la física el tiempo puede ser entendido como una magnitud reversible.
Pero otros estudiosos, como Prigogine, sostienen el carácter esencialmente irreversible del tiempo. Según este físicoquímico, dicha irreversibilidad no depende de la posibilidad –que es ínfima- de que un hecho se produzca a la inversa en nuestro universo, sino que el carácter direccional del tiempo y su irreversibilidad le son inherentes.
En efecto, si bien en la física puede contemplarse el concepto de reversibilidad, desde la perspectiva biológica –que implica evolución, paso a lo complejo, creación de la cultura, aumento de la información, etc.- predomina la noción de irreversibilidad.
En este contexto se sitúan también las investigaciones sobre el caos, que permiten explicar fenómenos de autoorganización a partir de sistemas sin estructura aparentemente definida.
Por otra parte, sustenta también esta teoría la llamada “flecha psicológica del tiempo”, según la cual se puede recordar el pasado, pero no se tiene memoria del futuro.
Existen también otras concepciones del tiempo que no tienen matriz en la cultura europea, ni siquiera oriental, como es la concepción maya de la Ley del Tiempo, según la cual el tiempo es una frecuencia.
José y Lloydine Argüelles, estudiosos del calendario maya, llegaron a la conclusión de que la frecuencia natural del tiempo está expresada en la relación 13:20. Todo el universo estaría gobernado por esta relación que establece la sincronía cuatridimensional del orden de la realidad.
La expresión de esta Ley del Tiempo se expresa en la ecuación T.(E)= ARTE, o sea energía factorizada por tiempo es igual a arte.
Según estos estudiosos del calendario maya, el conocimiento del tiempo es una ciencia que se menciona como Holonómica, la ciencia del entero, el estudio de los sistemas totales.
El principio holonómico define al universo como un ser íntegro, cada una de cuyas partes es un reflejo de la totalidad. El término holonómico se asocia a lo holístico, es decir un conocimiento que es simultáneamente intuitivo y racional, científico y artístico.
Los estudios de esta índole sostienen que el tiempo es mental, vivir el aquí y el ahora es conocer el no-tiempo, y entrar en el no-tiempo es conectarse con la armonía de la totalidad, sentirse integrado con el universo, con la naturaleza.
Sin duda el avance de los estudios sobre el calendario maya seguirá dando un nuevo matiz a las distintas concepciones del tiempo, mientras que el hombre común se maneja entre todas estas teorías y sin embargo sigue tratando de desentrañar esa madeja invisible que lo aprisiona y a la vez lo sostiene, y que se llama tiempo.
Nos despedimos con una reflexión: “existen tantos tiempos como podamos imaginar, pero ninguno de ellos detiene el paso del sol por el cielo y la inevitable cita del hombre con su propio destino”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).