El tiempo para las distintas culturas. El reloj y el calendario. El calendario gregoriano.
¿El Tiempo es uno para todas las culturas humanas? A lo largo de la Historia, ¿todas las grandes civilizaciones han vivido de igual manera este enigma constante que significa el Tiempo?
El Tiempo se originó con el nacimiento del universo, en el estallido primordial o Big Bang, hace unos 15 mil millones de años. Desde ese entonces, la expansión del universo ha dado lugar a la constante temporal, la flecha del tiempo hacia delante, a medida que todos los cuerpos celestes que conforman nuestro cosmos siguen alejándose indefectiblemente unos de otros.
Pero la constante e inaferrable materia que es el tiempo, ese pasar indefectible que obsesiona y fascina al hombre, ¿tiene distintas características para cada cultura humana? ¿O es uno e inmutable, como la idea de un dios creador?
Los antiguos egipcios, cuatro milenios antes de Cristo, ya concebían el año solar de 365 días, con doce meses de 30 días y 5 complementarios. El inicio del año estaba determinado por la primera aparición al amanecer de la estrella Sirius, acontecimiento que coincidía ordinariamente con la crecida del río Nilo.
Los relojes de arena y de agua datan de la época de los egipcios, y se utilizaban especialmente de noche, cuando no se podían hacer mediciones por la luz y la sombra.
Las primeras clepsidras consistían en una vasija de barro que contenía agua hasta cierta medida, con un orificio en la base de un tamaño suficiente para asegurar la salida del líquido a una velocidad determinada, y por lo tanto en un tiempo fijo.
El astrónomo babilonio Naburiano, 500 años antes de Cristo, calculó la duración de un año en 365 días, seis horas y quince minutos. De Babilonia hemos heredado la semana de siete días, la hora de sesenta minutos, y el minuto de sesenta segundos.
Los babilonios realizaban estos cálculos convirtiendo las sombras de las estacas en grados, minutos y segundos de ángulos.
Por su parte, legos establecieron en el año 776 antes de Cristo un calendario luni-solar que contaba con 12 meses de 29 y 30 días alternativamente. El tiempo, para los griegos, es representado por un río donde todo se halla sometido a un cambio constante, como enunció el filósofo Heráclito al comparar la existencia con un flujo en permanente movimiento.
En Roma el año luni-solar estaba dividido en 10 meses lunares, cada uno de ellos dedicado a un dios diferente, al igual que los días de la semana.
En el año 45 a.C., el emperador Julio César decidió corregir los errores del calendario romano, y encargó al astrónomo egipcio Sosígenes de Alejandría que confeccionase un nuevo calendario, introduciendo un día más cada cuatro años (año bisiesto).
El calendario judío es de tipo luni-solar, y tiene su origen, según Samuel, en la laceración del mundo, que habría tenido lugar en el 3761 antes de Cristo. Por lo tanto actualmente el calendario judío corresponde al año 5768 (N. de la R.: al momento de su edición).
El calendario musulmán, por su parte, tiene su origen en Hégira, y marca la huída de Mahoma de la Meca a Medina en el año 622 de la era Cristiana. Consta de 12 meses lunares de 29 y 31 días alternativamente. La misma palabra almanaque deriva del árabe al-manach, o círculo de los meses.
Los mayas, en el tercer milenio a.C. tuvieron un impresionante desarrollo astronómico, del cual se deriva la exacta posición de los planetas y la periodicidad de los eclipses. Por ejemplo observaron minuciosamente un eclipse lunar el 15 de febrero del 3379 a.C. El calendario maya, dividido en 365 días, inicia con el día cero, que de acuerdo con el cómputo occidental del tiempo, correspondería al 8 de junio del 8498 a.C.
Los aztecas, en cambio, tenían dos calendarios, uno de ellos determinaba las ceremonias religiosas. El más importante, que ha sido hallado tallado en piedra, consiste en la unión de una serie de veinte signos, con otra serie de 13 números, y la combinación de ambos suma 260 días.
Para los incas el año tenía 365 días, según se verifica en las anotaciones de los quipus, cordeles con nudos. También conocían la revolución de los planetas con gran exactitud.
Y para concluir esta rápida lista de los calendarios de la historia, nos despedimos con los últimos versos del poema Nevermore, del poeta francés Paul Verlaine:
“La Felicidad ha caminado codo a codo conmigo;
pero la fatalidad en absoluto conoce tregua:
el gusano está en el fruto, el despertar en el sueño,
y el remordimiento está en el amor: tal es la ley.
La felicidad ha caminado codo a codo conmigo”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).