Lo inevitable en el tiempo.
Hay algo sorprendente, o más precisamente inevitable en el tiempo. El pasado ha trascurrido y prueba de ello es la misma historia de la civilización humana. Sabemos que el imperio romano se formó, progresó, creció, se expandió, decayó y se desintegró. Como tal vez sucedió con otros imperios legendarios y menos conocidos del continente americano.
Por lo tanto el paso del tiempo se encuentra certificado, documentado, estudiado y analizado exhaustivamente.
Sin embargo, los hechos humanos escandidos por el tiempo no coinciden con una par evolución y cambio en el hombre, en su naturaleza, en su espíritu tan determinado por su origen animal y su inteligencia tan poco animal.
La vigencia del pasado, paradójicamente, nos ata y nos caracteriza como hombres y mujeres, inevitablemente, inexorablemente humanos.
Nada hay en el transcurso de los milenios que nos separan de Edipo, que nos diferencie de Edipo, más allá de las improntas culturales.
Nos preguntamos entonces cómo fueron los pasos de la evolución humana, y en qué momento se detuvo.
Naturalmente un cambio evolutivo lleva millones de años, o al menos tantos miles como para que la civilización que podemos documentar no pueda recordarlo.
Hasta el día de hoy, por ejemplo, la arqueología no encuentra explicación para la construcción de la Esfinge que custodia las grandes pirámides egipcias. Algunos dicen que fue construida en un período anterior al de todas las civilizaciones documentadas por nuestra historia, lo cual significaría que no conocemos qué sucedía con la raza humana antes de lo que nos permiten saber nuestros alcances técnicos para investigar el pasado.
Por eso hablamos de la conducta del hombre desde que la ciencia nos ha dicho que el hombre existe en la Tierra, y desde ese momento, el hombre ha demostrado que se maneja con los mismos idénticos parámetros de comportamiento.
En este caso, ¿qué ha sucedido con el tiempo? ¿Por qué el sucederse de la historia de la civilización no progresa junto con una evolución del ser humano como tal?
Los grandes logros humanos en cuanto a derechos del hombre, defensa de las libertades, etc., son producto solamente de una estructura social que los permite (aunque sólo sea para justificarse a sí misma), pero no significan un cambio en el cerebro del hombre.
Si el hombre fuera más inteligente, ¿sería más bueno? Decimos que los hombres prehistóricos eran violentos, pero no podemos decir que el hombre contemporáneo no lo sea. Por lo tanto, el hombre contemporáneo no es más inteligente que el hombre de la Prehistoria.
Ya que si se habla de bondad o mezquindad, ambas existieron siempre en la historia humana.
El tiempo, entonces, ¿de qué le sirve al hombre?
Como dicen unos versos del poeta Efraín Imandel,
“Envejecer tan solo,
Qué descuido el corazón, el alma, el cuerpo,
En este mi camino silencioso,
Últimos pasos,
Días últimos,
Últimos versos”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).