Al aeropuerto de La Guaira nos fue a esperar nuestro amigo Juan Carlos Batista, taxista, ex funcionario de la Caja Penitenciaria, que fue quien nos abrió la puerta de la cárcel de mujeres de Los Teques, en 2017. Al día siguiente visitamos el local de Fundalatin donde nos atendió la monja Eugenia Russian, conectada con la Coordinadora Americana por los Derechos de los Pueblos.
La primera y fortísima impresión que tuvimos, fue en el mismísimo aeropuerto. Mucho más iluminado, lleno de gente, de carteles de propaganda de celulares, flores, fotos de Chávez. Aire acondicionado. Alegre. Ya en Caracas, mucha gente en las calles, difícil caminar por las veredas del centro, gente con apuro, haciendo colas para unos panchos, vendedores ambulantes. Una ciudad viva, nada de mala onda o tristezas como hace seis años.
Hace tres días que llegamos, luego de seis años de haber visitado esta ciudad por primera vez, y nos sigue sorprendiendo la organización urbanística: las calles no tienen nombre, o si lo tienen, figura en carteles colgados de los semáforos cada tantas cuadras, y casi nadie los conoce. Por ejemplo, recién por Google supe que la calle del hotel se llama “Av. Este 0” (supongo que es cero)… pero nadie lo sabe ni le llama así. La tarjeta oficial del hotel dice “Hotel Alex – Esq. Ferrequín a la Cruz, la Candelaria, Caracas”. Aunque las avenidas sí, Av. Urdaneta, o Universitaria. Claro que llaman avenida tanto a un bulevar, como a una gran avenida -como las llamamos los argentinos- o a una autopista. Pero eso sí… las casas no tienen número. De todos modos nadie se queja de este sistema. Se referencias por el nombre de las esquinas. Aunque eso de “esq. De Ferrequín a la Cruz” no lo menciona nadie, todos dice “Candelaria”, que abarca todo lo hay alrededor de la plaza.
Las plazas son el centro de la actividad social, como siempre. Ir a la plaza es una actividad como ir de paseo, o salir a tomar algo, o visitar amigos. En la plaza de La Candelaria -que toma su nombre por la iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria, que ocupa más de la mitad de manzana- se juega al ajedrez, al dominó (a veces por dinero), al tenis de mesa (que no pin pon, que es denominación casi peyorativa); hacen ejercicios con pesas, hombres y mujeres; se reúnen en grupos de jóvenes, de señoras a tomar café, niños en bicicletas, muchachos en patinetas. Llevan sus equipos de música (demasiado reguetón para nuestro gusto) y hablan muy fuerte, los muchachos lucen sus musculosos brazos tatuados y las muchachas sus caderas realzadas por las nuevas calzas de colores brillantes. Una moda, casi una obsesión colectiva que observamos ya en 2017, comentada incluso por jóvenes que la incentivan en sus esposas, es eso de operarse los pechos. Y así, como si estuvieran estas mujeres -jóvenes y no tanto- compelidas a amortizar el costo de la intervención quirúrgica, exhiben con gran orgullo unos escotes muy, pero muy caribeños.
Pero todo ha cambiado desde seis años atrás. Empezando por la economía. Ya nadie se queja de la falta de comida, aunque sí de su precio. La inflación sigue siendo un problema grave, aunque en estos años bajó del 1200 % al 300 %. Pero vale comparar: cotidianamente se compra y se vende tanto en bolívares como en dólares. Pero en el 2017 el dólar oficial estaba a 3000 bolívares, mientras el paralelo a 24.000 bolívares. Hoy el oficial está a 23,40 bolívares y el dólar paralelo a 24,50. Se nota en las calles de Caracas una gran actividad comercial, muchos nuevos negocios. Si hasta los comerciantes y taxistas, opositores por tradición al chavismo, se manifiestan muy conformes con la situación económica. En Caracas no había cafés. Al punto que Tomás Eloy Martínez, durante su exilio de los setenta, escribió que Caracas se parece mucho a Buenos Aires… sólo le faltan los cafés. ¡Pues ahora hay cafés, y muchos! Y locales pequeños para comidas rápidas con mesas y sillas. Restaurantes chinos, locales de cachapas (unas tortillas finas de choclo molido, que dobladas envolviendo una gran rebanada de queso con carne mechada de cerdo o una gran variedad de rellenos, son como sánguches pero más caribeños). En la Plaza de los Venezolanos hay “cafés del gobierno”, como algunos le llaman porque creo que son subsidiados, en donde además de varias formas de colar café, sirven unos exquisitos panecillos, facturas o nosecuánto se llaman, de un montón de formas y gustos.
En tres días vimos cuatro mendigos, y nadie durmiendo en la calle.
El comercio cierra a las seis de la tarde y los restaurantes y lugares de comida a las diez. A las once de la noche, los camiones de la basura, algún perro, una ambulancia con su sirena… y dos o tres noctámbulos en las calles solitarias, además de nosotros. En dos ocasiones, tarde, unos cirujas revolviendo la basura.
El boom de la telefonía celular. Propaganda por todos lados de los últimos modelos, en las plazas la mayoría de los jóvenes con sus celulares, leyendo, compartiendo imágenes en grupos (físicos reales y virtuales). En Sabana Grande hay un centro comercial de tres plantas, enorme, en donde sólo hay dos o tres negocios de zapatillas, dos farmacias y el resto de celulares y accesorios.
En fin, que luego de más de dos décadas de la Revolución Bolivariana, los venezolanos resisten y crecen. Maduro está más firme que nunca, a juzgar aún por los comentarios de los más acérrimos antichavistas. Parecería por demás tendencioso y subjetivo, pero vemos a la mayoría de la gente de buen humor y con cierto orgullo, esperanzados. Veremos qué seguiremos encontrando en los próximos días.
Rarezas, al menos para nosotros: un jeep pintado negro mate con la inscripción en letras blancas, en los costados y atrás, “SERVICIO DE CONTRAINTELIGENCIA DEL MINISTERIO DE SEGURIDAD INTERIOR DEL GOBIERNO DE LA REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA” (¿¡) nos recordó aquel chiste del que lo mandan a espiar y toca el timbre… Otra: un auto blanco con todos los vidrios polarizados, incluso el parabrisas, sin patente, se detiene y su conductor, con una pistola al cinto, baja y les entrega la vianda a los dos guardias privados de la seguridad del hotel.
Claro que tales cambios en la economía, tanto dólar, tiene su precio cultural. Los carteles que anuncian en la puerta de los negocios los panchos, cerveza, pantalones, remeras, lo que sea, tiene el precio en dólares, así como la boleta impresa en dólares y bolívares a la vez. Aunque siguen llamando a los panchos perros calientes y los carritos perrocalenteros, ya hay carteles electrónicos y móviles que anuncian hot dogs o burguers. Las camisetas para niños tienen inscripciones en el pecho que dicen love y las de los jóvenes dodgers o algo así. Parece que nos vamos a tener que comer nuestra jactancia de que aquí no se mencionan palabras en inglés.
Caracas, 25 de febrero de 2023, aniversario del nacimiento de José de San Martín y de Néstor Kirchner
Columnista invitado
Fernando Rule Castro
Referente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos. Ex preso político de la dictadura cívico eclesiástico empresarial militar. Militante político. Escritor.