…crónicas de indias, al modo de aquellos curas que, con intenciones un poco más ambiguas, relataban su asombro. Sin tanto estilo, claro.
Hace dos días se cumplió medio siglo de aquel glorioso triunfo electoral en que nuestra generación -no sola, pero principalmente- abrió las puertas de la Patria para que volviera el General.
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Días de turismo puro y simple. Visita al Parque Los Chorros. Un paseo entre pequeñas cascadas, sólo peatonal, donde pueden bañarse sólo los niños. Algo así como el Cerro de la Gloria, pero con arroyo y a lo bestia. Se nos está ocurriendo que en el Caribe todo es así, vegetal, bellísimo, de hojas enormes, raíces de ceiba que desbordan la tierra como los pechos libres de las morenas.
Viaje a La Guaira, un estado costero que en pequeñas bahías contiene el puerto más importante, el aeropuerto más importante y varias playas muy populares, las más cercanas a Caracas. En una camioneta cerrada de hace más de veinte años, con asientos a lo largo de la caja -doce plazas- como esas de las documentales, rústica, dura y potente (deformación profesional inevitable, estudié en el Nogués: una Toyota Land Crusier, de seis cilindros en V, dos puertas y portón trasero de dos hojas, cinco velocidades, manual, doble tracción: la aventura caribeña del pibe) partimos temprano Jony el conductor, Arianny, guía diplomática turística, Marta y yo rumbo al mar. No creo que resulte novedoso que unos turistas se sorprendan, al menos eso intentan los nativos siempre. Pero no lo podemos evitar: La Guaira nos sorprendió, y mucho. Es una ciudad enorme, pues no al cuete tiene los puertos naval y aéreo, cosa que ya sabíamos. Pero verlo… Para quienes valoran el ancho de la franja de arena para freírse al sol en cueros, quizás no sean de las mejores del mundo. Pero considerando la creatividad de su toponimia, son inolvidables. Algunas son: playa Caribito, playa Caribe, playa El Culito, playa La Zorra, playa La Pantaleta, playa Los Corales.
Pero la sorpresa no termina allí, sigue en su historia reciente. El tramo que recorrimos en unas ocho o nueve horas es una muestra didáctica de lo que significó la tragedia del ’99. Todo lo que se ve es nuevo, pues gran parte de la ciudad debió ser reconstruida luego del aluvión de aquel año, al que llaman el deslave. La ladera abrupta al pie de la cual corre la avenida costera, está coronada para casas humildes amontonadas, colgadas de un barranco que mete miedo, todas nuevas, de la última década, pues las del ’99 fueron barridas, arrastradas al mar en una enorme masa de barro y piedras. Como un doloroso homenaje a las víctimas, en una plaza erigieron un arco, alto, de piedra y cemento, del que pende con cuatro cables de acero una enorme piedra, de dos metros de diámetro, separada del suelo unos cuatro o cinco metros… a esa altura llegó el barro que cubrió la ciudad. Nos quedamos espantados.
Pero lo que realmente emociona es comprobar que todo fue reconstruido en poco tiempo. Los enormes edificios de departamentos de la Misión Vivienda son una orgullosa exhibición de la política habitacional del Estado venezolano. La alegre avenida Costera, con sus cuatro vías, su vereda de veinte metros de ancho, sus puestos de comidas, bancos de cemento, toldos lecorbusianos, un avión cuatrimotor de los tiempos de la gran guerra europea convertido en restaurante y pintado como para un tablado de carnaval, el parque de diversiones con una descomunal Vuelta al Mundo a la que llaman El Ojo de La Guaira. Tan grande que, en lugar de sillas para dos personas, tiene cabinas cerradas y vidriadas. Se nos ocurre que casi nadie se animaría a subir a esas alturas si no fuera así. Colores, colores por todos lados, monumentos que parecen fragatas con sus velas de colores desplegadas. Y música, música a todo volumen en cada puesto de venta de algo, cachapas, perros calientes o bikinis.
Con los ojos llenos y la barriga a los gritos, nos sentamos a comer. Pargo frito, un pescado de medio metro de largo. Uno se siente el dueño del mar al comerlo.
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Entrevista con Lucrecia Hernández y Ana Zalazar, de la organización SURES, un organismo defensor de los Derechos Humanos cuyo principal trabajo, hasta donde sabemos, se centra en el derecho de los migrantes. Con ellas, más Eugenia de FUNDALATIN, y con el trabajo fundamental del Instituto Simón Bolívar para la Paz y la Solidaridad entre los Pueblos (cuyos puntales son Carmen Navas, Miralys Viscaya y Carlos Ron) se viene formando la Coordinadora por los Derechos de las Pueblos y Víctimas de la Prisión Política. Además de las compañeras y compañeros de Chile, Perú, Brasil, Bolivia, México y Estados Unidos (seguro se nos olvida alguien).
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Recorrida aérea al barrio San Agustín en el Metrocable. Quince minutos para ir y volver al cerro donde sólo subir llevaría media hora. Volar colgados en una cabinita para ocho personas por sobre los techos de todas las casas es sentirse de quince años. Y gratis, pues… tercera edad. Y conversar con dos pibas estudiantes de música, orgullosas de su escuela, una que toca el cello y el clarinete (¡!) piensa rendir para ingresar a la Orquesta Simón Bolívar; y la otra acciona la mandolina y el cuatro e integrará una orquesta que se llama Alma Llanera. Dos bellezas negras que hablaron todo el viaje y en la salida de la estación nos esperaban para saludarnos muy formalmente. Lindo día.
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Yendo a desayunar al café de siempre, nos cruzamos con una manifestación de unas quinientas personas. Campesinas y campesinos que reclamaban justicia por Cristóbal Bolívar, un dirigente agrario asesinado por guardias privados de terratenientes ¿Estos negros se les habrán escapado a los agentes de la dictadura de Maduro, violadores de los derechos humanos que señalaba la Bachelet? Los fotografiamos con mucho temor, porque atrás de ellos iban dos policías aburridos leyendo sus celulares. En el paredón de enfrente, un gran mural conmemorativo del aniversario de la Batalla de Leningrado. Gran jornada.
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El boncha boleao. Caracas es una gran ciudad, enorme e intrincada, y para demostrarlo me sometió a la prueba del gil.
Barracas.
“Era un boncha boleao, un chacarero/ que se piyó aquel 9 en el Retiro./ ¡Nunca vieron esparo ni lancero/ un gil a la acuarela más a tiro!/ Eran polenta el bobo y la marroca,/ y la empiedrada fule, un berretín./ De un grito una casimba daba boca,/ y un poco la orejeaba el chiquilín./ El ropaé que acusa ese laburo/ trabucó bien al boncha de culata,/ pero el lancer trabajó de apuro/ y de gil casi más mete la pata./ Era un bondi de línea requemada/ y guarda batidor, cara de rope…/ ¡Si no saltó cabrón por la mancada/ fue de chele nomás, de puro dope!”. Autor: Carlos De La Púa.
Si reemplazamos Barracas por Caracas, y el bobo por el celu, se comprenderá que ésta es una gran ciudad, que siempre encuentra un gil a la acuarela bien a tiro… Sí, me chorearon el celular en el subte.
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Hace unos días nos mudamos a un hotel más barato, de La Candelaria a Parque Central. En la avenida Lecuna, frente a lo que se conoce como las torres de Parque Central. Unos edificios-ciudades como los que nunca hemos visto.Con una extensión de toda la cuadra y treinta pisos de altura, en cuyos dos primeros niveles tiene locales comerciales que dan a inmensas galerías longitudinales y otras que salen a otra avenida paralela. Inmensos pasillos semi abandonados, con unos pocos negocios y algún cafecito oscuro. Rampas que se sumergen a estacionamientos subterráneos. Minga de pintura, sólo el gris del cemento… por las luces, desde la ventana de nuestra habitación en el octavo piso, creemos que gran parte de los departamentos están habitados. No pudimos saber qué error de teoría urbanística falló para que se encuentren en ese estado tan fantásticos edificios. A partir de las seis de la tarde, la zona se va vaciando de gente, hasta no quedar sino algunos policías, un tachero, y nadie más. La avenida parece una autopista del campo metida en el medio de una ciudad.
Martes 14 de marzo 2023
Columnista invitado
Fernando Rule Castro
Referente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos. Ex preso político de la dictadura cívico eclesiástico empresarial militar. Militante político. Escritor.


