La casa de flores donde ví la luz y Perón comenzó su ascenso. Permanece allí -incólume-, a solo una cuadra de Rivadavia: José Martí 113. Cuando retornó al país tras diecisiete años, pidió verla.
Nací allí antes de la guerra, pero ya Perón era un asiduo concurrente. Conoció a mi padre en los últimos años de su joven vida (ya que partió el 16 de noviembre de 1940). En realidad, fue amigo de todos los familiares que la frecuentaban. Tal circunstancia causal, hizo posible que comenzara una estrecha amistad, que se prolongaría hasta la desaparición física del General, en el ’74 y en el primer día de julio, en que hasta las paredes lloraban desconsoladas.
Para no olvidarlo, quiero recordar que Perón me manifestó su afecto por Balbín -aunque estuvieran muy enfrentados-, antes de ser derrocado. Correría el ’53 y yo le había comentado que muchas veces supe comer con don Ricardo, al encontrarme con un grupo de amigos en el Centro Lucense, de Belgrano al 1800 -a metros de Entre Ríos-.
“Nunca dejes de frecuentar a tus amigos, mas allá de las diferencias que puedas tener, ya que la vida continúa y uno nunca sabe cual es su destino”. Lo menciono porque, en su larguísimo exilio, supo recordar nuestras conversaciones y siempre preguntarme por esos amigos -peronistas y no peronistas-, que conservara.
José Pereyro (Cacho, por entonces, Pepe y “el loco”, luego), quien fuera el secretario y custodio del senador radical Perkins, convirtiéndose -años después-, en un hombre muy cercano a Alfonsín, a quien quiso mucho. Fue legislador porteño y director de material rodante de la Municipalidad de Buenos Aires; no va a faltar oportunidad en que me refiera a el, por la extensa amistad que nos unió, desde Barracas -su barrio-, cuando Flores era el mío y ya Perón se había mudado.
Quería mucho esa casa, que le traía gratos recuerdos, incluso de sus visitas con Aurelia Tizón, su primera esposa. A su retorno del ’72 -previo al del ’73 y definitivo-, pidió ser llevado a aquella casa que fuera mi hogar primero y pudo ver su frente, conservado y testigo de mil encuentros.
Aquél joven oficial (el mas joven de los que concurrían a esas convocatorias), era desconocido, pero mi tío abuelo, el coronel Raúl Reyes, fundamental para él, tenía cifradas muy grandes esperanzas en ese joven camarada, manifestando que habría de llegar muy lejos.
Pienso que se refería a su carrera y a la posibilidad de que comandara el Ejército, no a que pudiera ser el mas grande líder popular, consagrándose Presidente de la República el 1946, por imposición de su pueblo -que era el nuestro-. Reyes, mi padrino y su padrino militar, no pudo verlo, ya que murió en el ’42, aun no realizada la revolución del 4 de junio del ’43, paso previo a su consagración.
Eran los años de la década infame (los del ’30 y hasta el ’43) y mas allá de las actividades nazifascistas auspiciadas, en principio, por Uriburu, a quien denominaban “von Pepe”, el grupo de militares y civiles que frecuentaban José Martí , no compartían tal desviación y llegaron a decirse “argentinistas”, ya que los llamados nacionalistas corrían por otro andarivel.
La visita a aquélla antigua casona -una mansión de dos pisos-, lo hizo muy feliz, me comentó. En silencio y en un momento, hizo un viaje emotivo, de regreso a un pasado inolvidable para él. No emití palabra -me dijo-, estaba conmovido y sus compañeros de recorrida tampoco preguntaron.
Flotó en el aire lo relevante de la contemplación muda del inmueble. Corrían los últimos años del ’30, cuando Perón me tuvo en sus brazos. Al fallecer mi padre, nadie me lo dijo, recuerdo que él, no sin angustia, me dijo, tu padre se ha ido de viaje, pero no te preocupes.
No entendí nada pero mi memoria registró sus palabras. Nuestra relación duró 36 años. Nadie estuvo a su lado -ni sus parientes-, por un período tan prolongado. Jamás le pedimos nada. Fueron muchas las noches en que dormí en aquélla residencia en que Eva dejó esta vida, inmensamente joven.
La oí sufrir y consumirse. Perón estaba agotado, pero me prestaba atención. Nunca callé mis críticas, por situaciones irregulares que sucedían. El aceptaba y me explicaba lo inexplicable. Pero me toleraba y era afectivo, aunque a veces me dijera: “son cosas que no deben importarte”.
“Los pibes tienen que pensar en otras cosas, tratá de disfrutar, mientras puedas”. Le gustaba tenerme cerca, siempre, aun en el exilio. Quédese tranquila, Lucía (mi madre), Carlos está conmigo, a la mañana lo hago acompañar a su casa. Solía saludar a doña María (mi abuela) y a Juan (un gran amigo y compañero, mi abuelo, fervoroso simpatizante de don Hipólito).
Con los años tuvo a su lado a dos de mis tíos y a la hermana menor de mamá, Angélica, que se veía a menudo con Evita, a quien acompañó hasta el aciago 26 de julio del ’52. Con el tiempo, Enrique “Quique” Pavón Pereyra, me preguntaría “por qué Perón te tolera cualquier cosa mientras echa a los que le hacen críticas de menor grado?”.
Supe explicarle. Eso motivó que escribiera apuntes para un libro que llamaría “El hijo que Perón no tuvo”, que no editó porque yo no entendí la enorme trascendencia de tales escritos -era muy joven- y le dije que yo padre había tenido y que era el único. Con los años comprendí el motivo que guiaba a Enrique y pensé que -por entonces-, me había equivocado.
Ya era tarde. Mi permanencia -junto a Perón-, como mis críticas (noblemente inspiradas), que entendió siempre. Con Apold fui inclemente -siempre-, con razón, aunque nos siguiéramos viendo. Permanentemente señalaba que yo era la mano siniestra (izquierda) de Perón, aunque, increíblemente, me contara cosas de su vida íntima, como cuando me dijo “sabes que Marcela no es mi ahijada, sino mi hija”. “Con Mirtha lo pasábamos muy bien y su marido se conformaba con los subsidios -para sus filmaciones-, que le daba”. Jamás le pedí tan íntimo dato, mas sentía necesidad de contarlo, mientras me hablaba de los amoríos de Juancito.
1 de noviembre de 2023
Columnista invitado
Carlos Valle
Docente, economista, historiador, periodista y escritor. Enlace de la Resistencia (1956). Presidente de la Asociación de Periodistas Latinoamericanos (1965-1976). Decano de los periodistas de Radio Nacional. Sindicalista y asesor gremial y político (CGT hasta 1991). Exiliado en 1962.


