Siempre hubo una gran contradicción entre capitalismo y derechos sociales.
Desde tiempos remotos, cuando las ciudades/estado de la antigua mesopotamia se establecieron, unos 4000 años AC, hasta la actualidad, una constante se ha enseñoreado por sobre los valores éticos y morales de la humanidad: LA EXPLOTACIÓN DEL HOMBRE POR EL HOMBRE.
La necesidad capitalista de crear mayores utilidades que está insertada en la especie como uno de sus mayores objetivos, trajo por añadidura la existencia de innumerables variables ajenas al propio esfuerzo para lograr la superación, la obtención de fabulosas fortunas y la creación de imperios tan fastuosos como paupérrimos, vistos desde las misérrimas vidas de los últimos esclavos por nacer, hasta la grandeza omnipresente de los amos y señores.
Desde la salvaje esclavitud de los derrotados en las guerras de los albores de la historia, hasta las modernas técnicas de motivación y superación personal, hemos logrado superar con creces los más sofisticados métodos de explotación y sometimiento, hasta llegar al summum de la perversidad, la autoexplotación, como sinónimo de éxito y realización en la vida.
Dio la vida por la empresa, empeñó cada uno de sus días el lograr “el éxito”.
Con estos parámetros como ejemplo, el manejo psicológico de las masas se ha convertido en moneda común para lograr el disciplinamiento de las mayorías en pos de la quimera de la superación y el crecimiento.
Así han pasado siglos de lucha por los derechos de los explotados, de los trabajadores, de la Humanidad y del Hombre, para llegar a una contemporaneidad donde se ha convencido al homo sapiens de que TODA LUCHA SOCIAL ES FÚTIL, INNECESARIA Y RETRÓGRADA, arribándose así a un esperado período de explotación laboral a pleno VÍA DECRETO DE NECESIDAD Y URGENCIA, que implicará trabajo cuasi en negro aceptado, sin ningún derecho -de ser posible-, sin descuentos ni aportes, para “favorecer” las contrataciones informales, e ir regresando a las jornadas laborales de 12 y hasta 16 horas como en el pasado anterior a 1904, hoy con “cuentapropistas” o subempleados, que por codicia o meritocracia intentarán lograr la superación absoluta a costa de la autoesclavitud, o la simple esclavitud tercerizada.
El dicho “yo me rompo el alma trabajando” como justificación de ello, hace que el ser humano cada vez se bestialice más en lugar de superarse, crecer, cultivarse, siendo esclavo alienado de sí mismo para poder obtener la comodidad de los mayores adelantos que la ciencia y la técnica puede brindarle para tener más tiempo para sí mismo… e invertirlo en trabajar más.
Desde el inicio de los movimientos sindicales, en Inglaterra, durante la industrialización, allá por 1.780, o durante la Revolución Francesa, en otro plano, la defensa de los derechos de quienes no los tenían, impuso “contradisciplinar a los poderosos”, a la inversa de las usanzas, llámese capitalistas o patrones, llámese nobleza, o bien llámese explotadores colonialistas durante la revolución norteamericana de 1.776, impulsada por los ideólogos franceses, aún antes de la mismísima citada revolución.
Luego de siglos de lucha por la igualdad, la libertad y la fraternidad, históricamente, parece imposible que en pleno siglo XXI un “movimiento mayoritario electo” pueda agravar las condiciones y los derechos inalienables de las clases trabajadoras so pretexto de “que fueron elegidos” y hay que respetar la voluntad popular. El supuesto “salvajismo” que desde la sociedad de consumo y de mercado se quiere hoy disciplinar y someter, dejando desposeído de reacción al pueblo, entregándolo a la voluntad y conveniencia de los poderosos, establece “el orden” como ajuste y norma de comportamiento aceptado y hasta pregonado como necesario por sus propias víctimas.
Aún ante una mínima acción de resistencia y reclamo, la “sentencia de desaprobación popular” inducida y lograda por la propaganda cómplice, lleva al rebaño, a la manada, a elegir como ejemplo y síntesis de sus anhelos la proclama de un león, del mismísimo lobo que los guía hacia su propia desaparición como clase social , como sociedad organizada, por sobre lo que históricamente hubo de ocurrir en momentos similares a lo largo no sólo de nuestra historia, sino de la historia de la humanidad: la lucha por la dignidad.
Desde 1976 y la aparición concreta de la precarización laboral por la falta de empleo en el país, víctima de la destrucción de las industrias y de la venta, entrega y la expoliación de los recursos naturales que toda Nación desarrollada conserva para sí como motor de su autosuficiencia, soberanía económica y política, los popes del liberalismo han logrado que la masa trabajadora haya tendido a ir desapareciendo, deshumanizada, desclazada, autoconvencida que ya no lo es, para autoasumirse como “independiente y emprendedora clasemedia” que realiza aquellas mismas tareas protegidas por derechos sociales y leyes laborales explícitos que la defendían de la explotación patronal y empresarial en forma independiente y liberal, pero orgullosa de su sumisión individual desregulada -“libre de regulaciones”-, en desmedro de quienes van quedando en el camino, fuera de la matrix trituradora de voluntades, de la que pronto serán alimento.
ARGENTINA, EN MANOS DE LOS DUEÑOS DEL PODER, que se han ido reciclando por décadas como los “empresarios y empresas que quieren al país” de los ’70 y ’80, o los “capitanes de la industria” de Alfonsín, o el “gobierno de los mejores empresarios” del menemismo, o “los bancos y los muchachos de IDEA” de De la Rúa, hasta mutar en el “mejor equipo de los últimos 50 años” de Macri y el “gobierno de la motosierra” de Milei, ávidos siempre de reformas y leyes modernizantes, que ayudan y acompañan para acrecentar sus fortunas personales y multiplicarlas aún más al llevar a sus empresas al quebranto, liquidándolas y convirtiendo desde el gobierno en sobras sus deudas propias privadas con el exterior en DEUDA EXTERNA ARGENTINA que todos (nosotros, el pueblo, los habitantes, los ciudadanos, la masa) debemos honrar, para que ELLOS regresen luego, sabios, búhos e impolutos, más ricos y poderosos, para marcar nuevamente el orden económico correcto del que “nunca se debería haber salido”.
Así, el país pudo lograr con los años mutar en lo que hoy es, aquel sueño de Martínez de Hoz y Domingo Cavallo de convertirnos en “un país de servicios, que es lo que el mundo demanda”, frase que esconde con un sarcasmo maquiavélico la realidad de habernos convertido en un país de servidumbre de los poderosos, de aquí, y de sus AMOS Y SOCIOS DEL EXTERIOR, aquellos a los que el hoy presidente Milei encumbra desde sus falsas afirmaciones de que con ellos “fuimos la primer potencia mundial” hace cien años, y es hacia donde debemos volver, sugiriendo al pueblo “volver a la esclavitud desregulada, sin leyes laborales ni sociales” del siglo XIX, para con el trabajo, sacrificio y lágrimas del pueblo a destajo, recuperar los privilegios de la clase dominante, legítimamente.
La realidad de las últimas décadas
El maestro Ricardo Carpani, el artista de la resistencia sindical argentina, famoso por sus afiches y murales que reflejaban la lucha obrera de los ’60, al regresar del exilio, en 1992 citó: “Ya es prácticamente imposible dirigir mi obra hacia una clase obrera que por extinción natural, o por modernidad, ya no existe como tal” (Caras y Caretas, setiembre de 2017, Especial Carpani).
En una involución social histórica e inédita, no solo se ha ido precarizando casi todo en la situación laboral y previsional, sino también en lo cultural y social.
Cuando a mediados de los ’80 y luego en los ’90 la industria fue prácticamente exterminada, muchos sabíamos que la ruptura social estaba allí nomás, cercana, amenazando romper todos los diques de contención y que los parches con que los gobiernos trataban de suturar la herida, serían insuficientes.
Lo curioso es que justamente quienes produjeron este exterminio, quienes se enriquecieron con la patria financiera y la situación ambigua de vaciar sus empresas y que sus deudas luego incrementaran el pasivo del país, desangrándolo con sus quiebras fraudulentas, hoy (y casi siempre) han estado en el poder de una u otra forma, y hoy nuevamente acusan a sus víctimas (los ex trabajadores) de los resultados de sus tropelías.
La complicidad de la clase política de cada gobierno de turno, incluidos los “populares”, con más o menos connivencia y la autoconveniencia de muchos de quienes detentaron el poder, hicieron que paulatinamente nos convirtiéramos en lo que hoy mismo denostamos. Cuatro generaciones sin cultura de trabajo por no existir el mismo, generaciones que según el rock ochentista, se iban convirtiendo primero en “las bandas” y más tarde según la moda cibernética involucionaban en “tribus urbanas” anárquicamente despreocupadas de todo y de todos quienes no fueran ellos mismos.
Éstas tribus, prontamente fueron generando sus propias sub-culturas, con nuevos argots del bajo fondo, prontamente carcelarios y tumberos, casi de superviviencia, generando una nueva contracultura a lo largo del tiempo y de las formas. La proliferación de las tribus, y su paulatino aumento por la creciente precarización de todo, fue haciendo que al igual que sucediera con los pueblos autóctonos expoliados entre 1.650 y 1.880, aquellos “dueños de la tierra, de distintas culturas y costumbres”, éstos herederos de los primeros marginados y desposeídos de sus bienes, defendieran su derecho más primitivo que el pasado había signado, maloqueando.
Primero, fue la pequeña rapiña (existente desde tiempos inmemoriales en nuestra sociedad) luego, los pibes chorros, y más adelante, hasta casi hoy mismo, las bandas organizadas y las tribus, que resistieron, organizadas o no, desde el saqueo como expresión de desesperación; tal como antes los aborígenes maloqueaban en los poblados, o tomaban lo que estaba suelto en los campos, porque según su ley ancestral, todo era de todos.
La paz concertada y una cierta concordancia volvieron a esbozarse con la aparición de los Movimientos Sociales, y las prebendas que la sociedad política les otorgó para evitar el estallido social final, y una segura guerra civil en los primeros años del nuevo siglo. Hubo tiempo suficiente para reconvertir nuevamente al país en un sitio de paz y trabajo, más justo y soberano, pero los avatares del poder, los errores políticos, las indecisiones y nuevamente las conveniencias más humanas y menos patrióticas de muchos, nos dejaron en un mar de los sargazos, donde los piratas del poder, y sus usinas de “nuevas verdades sociales y las verdades televisivas, panelísticas y de redes sociales” causaron estragos en las frágiles mentes populares pauperizadas.
Indudablemente, para lograrlo, una parte de la sociedad, comercial y empresaria, financiera y timbera, se ha beneficiado con pingues ganancias en todo éste tiempo, generando los propios anticuerpos necesarios para establecerse en la cima del poder.
Y hoy son “gobierno legítimo”
La pregunta es: ¿que hará ese porcentaje pequeño de la sociedad cuando los excluidos se multipliquen por millones en las tolderías conurbanas, marchará a la conquista?
¿Qué ocurrirá cuando los parches de “yeguas, alcohol y vicios” para contener a la indiada no alcancen, o desaparezcan, en demanda de una “reforma urgente del Estado” para volver al sitial de gloria de 1.880?
¿Se los condenará con una nueva Campaña del Desierto, tomando al venerado mileiniano Julio Argentino Roca como bandera y ejemplo para enviarlos, a quienes queden con vida, a reducciones y reservaciones, o finalmente desterrarlos de por vida a la Antártida?
¿Qué harán los comerciantes de la nada cuando ya las masas no respondan al mando natural del dinero, porque éste perderá su condición y existencia, casi expulsado de las manos de las mayorías?
Las soluciones no son simples, y el equilibrio de tantos años de estropicio solo pueden augurar un final, cuando poco, oscuro. Y violento. Y no solo en éste país, sino en el “mundo globalizado” que poco a poco, va quedando devastado para los miles de millones de deshumanizados seres que lo habitamos.
Mientras tanto, los AMOS DEL MUNDO siguen con su plan de dominación, de guerras prefabricadas para imponer sus intereses comerciales imperiales, y piden reciprocidad a sus nuevos socios menores, estas bestias negras, oscuras y apátridas, creaciones frankensteinianas de algunos poderosos autóctonos, casi tras las sombras…
Columnista invitado
Juan Rozz
Historietista, guionista, cuentista, escritor. Columnista en Revista TUHUMOR, edición digital, colaborador en NAC & POP Red Nacional y Popular de Noticias. Autor del libro “Historias de Desaparecidos y Aparecidos”, Acercándonos Ediciones. Creador de “El Caburé Peña de Historietistas” y “El Caburé – Cooperativa Editorial”. Creador, productor radial y columnista de “Gorilas en La Plaza” – EfeEmeUnydos. Colaborador en “Rebrote de la Historieta Argentina”. Colaborador en “Web Guerrillero” – Periódico Digital Internacional. Colaborador en “Museo de la Palabra” – Fundación César Egidio Serrano.


