La tortura no es un hecho aislado en el que un individuo o varios, provocan sufrimiento físico y/o psíquico a otro, es una sucesión de hechos que responden a una sistemática destinada a lograr un objetivo determinado, el quebrantamiento de la voluntad de la víctima, para conseguir información, obediencia o su destrucción psíquica. En todos los casos tiende a generar un proceso regresivo que apunta a lograr la destrucción del “yo” de la víctima.
Los humanos somos animales particularmente débiles, con largos procesos de crecimiento y maduración por lo que debemos ser necesariamente gregarios, el miedo nos agrupa y detrás o delante del miedo, sensación básica y primordial, nuestra primera herramienta de defensa que nos habilita para sobrevivir, se establecen profundos vínculos afectivos, mucho más poderosos y complejos que la conciencia que podamos tener de ellos; esto trae como consecuencia un entramado relacional intenso y vital que se resume en el sentimiento de pertenencia.
El humano, como especie, tiene problemas básicos que resolver, tres de ellos: comer, no ser comido, y responder a la pulsión sexual; por ellos puede poner su seguridad, su vida en juego, pero hay un cuarto elemento que también ameritará todo riesgo, la pertenencia al grupo, al sistema vital en el que interactúa. El grupo es su origen, su vínculo con la vida, porque la vida es necesariamente comunitaria. Yo, no soy sin el otro, el otro es la alteridad que confirma mi mismidad. Si no existiera un otro en el cual reflejarme, no me reconocería, no tendría lenguaje, no sería humano. Platón nos cuenta la elección de Sócrates, ante la disyuntiva del exilio o la cicuta, prefirió la muerte.
La formación de la personalidad del humano posiblemente acontezca entre los 0 y los 6 años. Esta será consecuencia de la articulación entre el intercambio afectivo con su grupo de pertenencia y la incorporación interactiva de significantes y conocimientos a partir de la vida con el grupo y de la mirada hacia el mundo exterior desde él. Así, una de las fuentes de ingreso de la información puede representarse como una cámara oscura que refleja el exterior de una caja a través de un orificio en una de sus paredes, los ojos, que reflejará la imagen del exterior en la pared contrapuesta. De tal manera que el niño incorpora imágenes y otras informaciones sensoriales, ligadas a las sensaciones y emociones que estas le provocan, como significantes, hasta la adquisición del lenguaje, aproximadamente a los 4 años, que le permitirá compartir significados con los demás integrantes de su grupo. Un grupo cada vez más ampliado, familia, escuela, amigos, etc, a través del sistema de simbolización altamente estructurado que es el lenguaje. Pero siempre, todo aprendizaje, toda adquisición de conocimiento, estará mediatizada por otros, será consecuencia de la relación con el otro, estará presidida en su forma por el vínculo, independiente del contenido de la información comunicada e incorporada. También, y fundamentalmente, incorporamos modelos vinculares.
En medio de este proceso, y como parte de él, comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos, a enterarnos que no somos parte del cuerpo de nuestra madre, que ella es un otro del cual dependemos; y poco a poco, a partir de la conciencia de mismidad, comenzamos a construir relaciones de pertenencia con las personas y los objetos, mi mamá, mi papá, mi mamadera, mis juguetes. Progresivamente, todos estos “mi”, constituyen el “yo”.
¿Dónde comienza la tortura?
La tortura comienza en el secuestro, primer paso. La detención, aunque sea un hecho desagradable y estresante, supone la existencia de estructuras legales, socialmente aceptadas, que tienen limitada su capacidad de daño a la integridad del detenido; en el secuestro no hay límites, es un mar sin orillas. Aquí comienza el despojo, se despoja al secuestrado del límite protector de la ley, no hay defensor, no hay habeas corpus, no hay contacto con familiares, es arrancado del cuerpo social.
¿Por qué de noche? Segundo paso.
Sabemos que en general los grupos de tareas operaban al amparo de la noche y esto no fue para nada un hecho casual. A pesar de tener todo el poder y la impunidad que no les habría impedido operar a la luz del día, el efecto terrorífico de la noche fue aprovechado por ellos para aterrorizar no solo a las víctimas directas sino a la población en general, el objetivo fue transformar al país en una suerte de Transilvania y ellos eran los vampiros. Provocar terror también es torturar, a tal punto lo lograron que el grueso de la población, aún sabiendo de los secuestros, evitaba mencionarlos y si podía, pensarlos, como el niño que ante la situación de temor cierra los ojos como una manera de conjurarla. El mecanismo era: el que teme huye, el que está aterrorizado esta inerme e inmovilizado, paralizado.
Por lo tanto ese era un objetivo para la dictadura cívico militar, inmovilizar por el terror, quitar todo voluntad de confrontar y hasta de pensar, generar un redil dócil para el que se elaboraba un discurso primario y obediente. No solo los secuestrados eran torturados, aún sin saberlo, la sociedad estaba siendo torturada.
Inmediatamente producido el secuestro, viene la capucha, tercer paso.
Alguien dijo que la capucha es la celda más pequeña, no tener la posibilidad de ver aumenta la sensación de indefensión. Se busca que la víctima este sola con su angustia y su pensamiento, con la mayor sensación de inseguridad posible. Hay que considerar que la angustia es, lo que no tiene nombre, lo que no tiene límites, es la incertidumbre. En esas condiciones cualquier cosa, el ruido (motores, golpes, gritos, detonaciones) o el silencio pueden ser lesivos, el sentimiento de vulnerabilidad crece.
La desnudez, cuarto paso.
Primero se despojó a la víctima de legalidad, luego de la posibilidad de moverse por las ataduras, en seguida de la visión, viene a continuación la desnudez. Dentro de nuestro paradigma cultural, la vestimenta es mucho más que un abrigo, es una armadura que nos protege no solo del frío o la lluvia, resguarda nuestro pudor, un impreciso valor aprendido desde nuestra infancia y que al margen de modas y vaivenes nos impulsa a cubrir nuestros cuerpos fuera de la intimidad.
En medio de esta extrema vulnerabilidad, gritos, amenazas y golpes son simplemente un condimento que confirma a cada instante a la víctima que está en manos de un victimario todopoderoso.
Hace entonces su aparición la picana, quinto paso.
Y por qué la picana y no otro método doloroso y mutilante. Porque la idea del torturador, o más bien del cerebro que planifica la tortura y está detrás del ejecutor, a veces bastante primario y tosco, es el daño calculado, que permita a la víctima mantener la esperanza de sobrevivir. Porque el círculo perverso de la tortura cierra con la destrucción del yo de la víctima, generando en ella sucesivas pérdidas y despojos para lograr el verdadero objetivo que es la ruptura del vínculo de pertenencia con sus afectos. Busca la concreción de un proceso regresivo en el que la persona sometida a tortura llegue a tener la fragilidad de un niño, y que ese daño calculado le informe al cerebro de la víctima que es posible que no sea asesinada, que sobreviva, de tal manera que la única posesión que le resta, la vida, se transforme en moneda de cambio por la información que el torturador quiere conseguir.
Según el mito griego, cuando Pandora abrió la caja (en realidad un ánfora) que contenía el conocimiento y todos los males, al tapar la boca del ánfora Prometeo, quedó en el fondo la esperanza. Independientemente del valor relativo que pueda tener la esperanza, según el contexto en que se considere, esta es una opción fundamentalmente pasiva, a contramano del deseo que es activo; para el torturador es importante mantener la esperanza de la víctima porque esta pasa a ser un herramienta de manipulación, si esta no existiera, la esperanza, se habría llegado a un punto de no retorno y la víctima podría simplemente aceptar la muerte o enfrentarla, porque no tendría nada para negociar.
En el mejor de los casos, luego de la picana, los golpes, el simulacro de fusilamiento, la asfixia por inmersión, en el caso del submarino, o por sofocación en el submarino seco, la violación sistemática de las mujeres y también de algunos hombres, los empalamientos, las quemaduras con cigarrillos; llegaba la cárcel, la sensación de protección detrás de una débil legalidad, la posibilidad de que algún organismo internacional de defensa de los derechos humanos pudiera tener la confirmación oficial de que el prisionero estaba vivo y en manos de quienes ejercían el poder del estado, aunque fuera de facto. No ocurría lo mismo con quienes tuvieron el infortunio de permanecer como desaparecidos, en ese oscuro limbo del que muy pocos sobrevivieron.
Así como el enfermo clínico o psiquiátrico se considera el emergente de la familia de la que proviene, también el torturado es la punta del iceberg. Los brazos de la tortura llegan a familiares, amigos y a todo el entramado laboral y social de la víctima de tortura. Cuando existe tortura, en muchos aspectos, la sociedad toda es torturada a través del ejercicio de la violencia más perversa.
Hoy vivimos una realidad en la que tenemos un gobierno que se solaza en la crueldad. con integrantes que reivindican a los asesinos y torturadores de la última dictadura cívico militar. El hambre, la miseria, la negación de atención médica son ejercicios de la tortura. La fabricación de posverdad a partir de discursos perversos provenientes de medios de comunicación hegemónicos como decir que Illia fue derrocado en 1955 por el peronismo, es una forma de tortura, ni que decir de infiltrar policías en las movilizaciones populares para justificar represiones, o directamente iniciar la represión cuando se produce la desconcentración protagonizando verdaderas cacerías de ciudadanos que han ejercido el derecho constitucional a protestar. Eso es tortura social.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.