5. Lectura en los cuarteles
Así como dice el poeta que “buscando el olvido se dio a la bebida, al mus, las quinielas… y en horas perdidas se leyó enterito a Don Marcial Lafuente”, el militar de nuestra historia, tratando de entender porqué dejaba Buenos Aire encontró unos libros de historia. Sentía que se aburría con esa lectura de lo que para él era politiquería y lo alejaba del rol del Ejército.
Por ejemplo, los capítulos en que se daba cuenta de la Doctrina de la Defensa Nacional que tomó impulso cuando apareció el Grupo de Oficiales Unidos -conocido como GOU-. Era una corriente interna del cuerpo que a través del golpe de Estado de 1943 puso fin a la Década Infame.
En ese momento cerró el libro y se acercó a la ventana. Desde la oficina que tenía en Campo de Mayo se podía ver los añosos eucaliptus que daban sombra a los cuidados jardines. Todo esa limpieza y orden lo mantenían los soldados que eran férreamente comandados por los oficiales que habían logrado sacarse de encima a Perón, uno de los referentes del GOU. Desde su punto de vista, políticos como esos ensuciaron el nombre del Ejército nacional.
Con ese preconcepto avanzó en la lectura: “… la Doctrina de la Defensa Nacional (DDN), basada en las ideas precursoras del industrialismo de oficiales de la década de los ’20, como Enrique Mosconi, primer presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) imponía el concepto de la «nación en armas», que implicaba la necesidad de un desarrollo industrial autónomo que asegurase la autarquía en materia de abastecimientos militares. Esta doctrina tuvo un amplio apoyo entre sectores nacionalistas que la aceptaban por su pertinencia militar: la congruencia entre concepción de la guerra y concepción de la nación requería de los militares simplemente identificaciones profesionales…”.
Todo lo que leía lo confundía en el entendimiento de la realidad. Aun así, con ese matete a cuestas marchó a su nuevo destino, a Córdoba.
La tarde antes de que partiera en caravana detrás del camión repleto de las cosas de la casa dio una vuelta por el barrio. Cuando volvió del trabajo en el cuartel pasó por la casa con la idea de dormir una ligera siesta, no esas largas y pesadas a que había sido obligado en su infancia y en la adolescencia en la casa de su hermano. Miró la cama, pensó que se iba a Córdoba y quizás como conjuro para no caer en el túnel del pasado, decidió salir. Se cambio la ropa y en el trajín de elegir la camisa, se cayó del ropero la caja donde guardaba la Beretta calibre 22.
Casi sin darse cuenta dejo la caja sobre la cama, terminó de acicalarse y calzó la sólida pistola en su cintura.
Salió a la calle, inhaló el aire del barrio, se subió a su auto y empezó a dar vueltas por las calles del barrio en el intento de fijar en su retina el ámbito que sentía como propio y los vecinos. Algunos pocos conocidos con quienes se juntaba en la misa del domingo. Otros con quienes coincidía en el negocio donde compraba el pan, a veces alguna botella de vino. No del bueno. Ese no se conseguía en el barrio, esas botellas se las traían de regalo en el cuartel quienes querían salir primeros en una licitación para la provisión de… de todo lo que se necesita o se puede justificar como necesario. Había muchos acuerdos de compras que no soportaban una auditoría seria. Allí los intermediarios se quedaban con parte del total, en contado, en billetes. Las botellas de vino o de wiski eran el dulce o la carnada que ocultaba el anzuelo.
Pasó también por su negocio preferido del lugar para despedirse de su socio y amigo, el carnicero. El joven oficial, ambicioso, tenía un ritual de cada fin de semana que incluía llegar caminando hasta el local, como cualquier vecino, correr la cortina “anti-moscas” que consistía en delgados trozos de aluminio multicolor enlazados con hilos que pendían del marco, pasaba el aire que las movía ligeramente y las moscas quedaban del lado de afuera tratando de llegar a los trozos de carne expuestos para elegir qué llevar para el ritual del asado; no las moscas, claro.
El joven oficial también pasaba algún día de la semana por la carnicería, a última hora, cuando ya a nadie se le ocurría ir a comprar carne y era entonces que el señor carnicero se ocupaba de limpiar bien todo con agua y jabón, para ahuyentar las moscas y las multas municipales.
A la hora en que todos los gatos son pardos, el oficial joven de mañas viejas llegaba con un par de grandes paquetes de carne vacuna de segunda. Era parte de lo que “sobraba” de la compra que se hacía para alimentar a los soldados que estaban haciendo el servicio militar obligatorio. De esta transacción recibía dinero que solventaba su vida holgada y la propina de buenos cortes de asado que pasaba cada domingo a retirar.
Hacía cinco años que venían repitiendo el ritual que en el último tiempo se había intensificado, quizás había menos colimbas o quizás comían menos carne, lo cierto es que recibía una buena cantidad de ayuda para sostener el negocio propio.
Cada vez repetía el ritual, dejaba el paquete de carne y después del abrazo se despedía con el consabido: “paso el domingo por el pedazo de vacío que me prometiste” subía a su auto y desaparecía al doblar una de las esquinas del barrio situado en las afueras de la Capital Federal.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.