6. Despedidas y encuentros
Aquella tarde en el barrio que sentía como propio y antes de partir a Córdoba también pasó por la Capilla. En el centro del sobrio diseño de barrio peronista, frente a la plaza, se erigía una pequeña iglesia de tipo alpina, con los techos que eran pared en la base, con capacidad para no más de 100 personas. Tampoco es que fuera esa cantidad de gente a la misa de los domingos.
El barrio de chalés tipo californiano, similar al que se podría ver en todas las ciudades de argentina, se había construido durante la última fase del gobierno peronista. Originalmente estaba dedicado a los trabajadores del aeropuerto. La Revolución Libertadora decidió que esos trabajadores no eran dignos de ese estándar de vida y re-adjudicó las viviendas a los militares que pudieran pagar las hipotecas. Había que sumar dos sueldos: el propio del militar y el de una esposa maestra y alguna entrada adicional, como hacerse amigo de algún carnicero, por ejemplo.
La capilla estaba bien cuidada, en manos de un cura que aún no llegaba a los cuarenta con quien había logrado una buena relación, ya que los sábados a la tarde iban juntos a ver los partidos de fútbol del ascenso. Era además el coordinador de la catequesis para niños y para matrimonios, a la cual lo había invitado a dar alguna charla de vida, por su carácter charlatán y entrador.
En las reuniones en la capilla fue que llegó a conocer a los seguidores del sacerdote Georges Grasset, un ex capellán del ejército francés en Argelia y guía espiritual de la OAS -en francés: L’Organisation de l’armée secrète-. Que a fines de los años cincuenta constituyó la Ciudad Católica en Argentina y fundó su órgano de difusión, la revista Verbo.
Muchos años después supo que la “Ciudad Católica” llegó a implantar numerosas células en el seno de las guarniciones militares a lo largo y ancho de toda la Argentina. Estos militares y civiles comenzaron a encontrarse en los llamados “cursillos de cristiandad” y se rumoreaba que hubo al menos tres generales que participaron de su creación: el que ideó la brutal represión conocida como La Noche de Los Bastones Largos al inicio de la dictadura de Onganía. Otro fue ministro del Interior y gobernador de la Provincia de Buenos Aires y un ex jefe del ejército. De haberlo sabido antes quizás hasta hubiera sido más puntual en llegar a las sesiones de los cursillos y hasta hubiera dejado de blasfemar en silencio a su esposa por llevarlo a la rastra a perder el tiempo las tardes de domingo. Es que lo único que quería en esos momentos de tranquilidad era limpiar su Beretta calibre 22.
Si bien era un soldado, no tenía relación con las armas de fuego, excepto con su Beretta calibre 22. Era parte del Ejército Argentino y como tal sabía que el primer golpe de Estado en Argentina fue el 6 de septiembre de 1930, cuando fuera derrocado al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, cerrado el Congreso Nacional y a destituidos doce de los catorce gobiernos provinciales, dando inicio al período conocido como “Década Infame” a partir de 1930. Todo este pasado ominoso no lo llegaba a conmover. A veces la ignorancia es una bendición, pensaba cuando leía sobre estos acontecimiento en los libros de historia.
Como soldado había esquivado el compromiso con algunas de las facciones del Ejercito que peleaban el liderazgo y querían el poder. Hasta que llegó el quinto golpe de Estado en 1966 que estuvo al mando del general Juan Carlos Onganía. El entonces presidente era un militar que había puesto en el gobierno a varios funcionarios de la extrema derecha católica. Poco tiempo después sabría que estos civiles y militares tenían sus raíces en el nacionalismo de los años treinta y cuarenta.
Aquella ultima tarde antes de partir a su nuevo destino, se cruzó en la capilla con algunos de los que participaban en los cursillos de cristiandad. Había un par de caras que no conocía. Fue presentado a ellos como uno de los más activos del grupo de “padres de familia” de buen ejemplo y buena labia, según dijo el sacerdote. “Está despidiéndose, se va a un nuevo destino, Córdoba lo espera”, terminó diciendo el cura.
Entonces sintió que alguien lo aferraba del brazo con fuerza, apenas giró la cabeza vio a un hombre de unos 50 años, calvo, de tez cuasi pálida y de gestos categóricos. Después supo que era el padre Grasset, quien venía de Entre Ríos, aunque era muy fácil reconocer en su forma de hablar el acento francés.
Le sostuvo el brazo con firmeza, pero con un aparente gesto amable mientras duró la conversación con el resto. En cuanto pudo lo sustrajo hacia un costado del salón, alejado de todos y se presentó simplemente con su nombre. Era tan creído de sí, que suponía que todos sabían quién era. Tenía su fama, pero no podía competir con Alain Delon.
Lo abrumó con palabras que seguirían resonando mientras lidiaba en el manejo de su viejo Chevrolet en la ruta. Seguirían resonando más allá del periplo desde la periferia de la ciudad de Buenos Aires a su nuevo hogar en el centro de Argentina.
Le dijo que se pondrían en contacto con él. Se refería a quienes en Córdoba estaban trabajando activamente y en la coordinación entre civiles y militares “para poner freno a la dialéctica marxista que busca enfrentar a jóvenes y padres, mujeres y hombres, azules y colorados, peronistas y antiperonistas”.
Fue lo último que le escuchó decir a Georges Grasset, nunca más lo vio, pero su influencia marcó el resto de su vida militar.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.