En algún momento de nuestra historia argentina perdimos definitivamente la democracia. Las dictaduras militares la rompieron y la pisotearon repetidamente, pero la fuerza de un pueblo que se supo levantar después de cada caída restituyó los derechos humanos cada vez, y el país volvió a votar y a restablecer la Constitución.
Sin embargo, hay muchos síntomas de que la democracia se ha terminado, de que este sistema parlamentario no sólo es obsoleto sino hasta nocivo para el pueblo, y lo peor de todo es que aún no nos hemos dado cuenta, y hacen falta episodios como el suscitado por el anuncio de la venta y posible demolición del Teatro Mendoza para abrirnos los ojos.
¿En qué momento perdimos la democracia? No lo sabemos, pero podemos corroborar esta pérdida de manera concreta al comprobar que nuestros “representantes” por nosotros votados, no sólo no nos representan sino que se erigen contra la voluntad de la ciudadanía, la insultan y terminan haciendo sus propios intereses sin escuchar en absoluto la opinión pública, en una actitud autocrática y autoritaria que nada tiene que ver con un sistema democrático.
Episodios como los del presidente del Concejo Deliberante de la Municipalidad de la Capital, Guillermo Yazlli, hubieran sido no sólo inaceptables en tiempos de buena democracia, sino que el funcionario que se permitiera insultar a representantes de la comunidad ya hubiese debido disculparse públicamente y renunciar a su cargo, desapareciendo de la vida pública, en un país verdaderamente democrático.
Me pregunto como artista y como ciudadano por qué el pueblo que ha votado libremente, no puede decidir también la remoción de los políticos que no cumplen con las expectativas de la comunidad y toman decisiones repudiadas por ésta, o se permiten insultarla como si se tratara de una chusma que nada tiene que ver en la gestión del poder.
Qué lejos nos encontramos de la concepción social en la cual hundió sus raíces nuestro sistema, aquélla que acuñó “democracia” como “gobierno del pueblo”, y “político” como “miembro de la polis (ciudad)”. Qué olvidados quedaron conceptos como “bien común” y “cultura”. Pareciera que para nuestros dirigentes es igual un teatro a una playa de estacionamiento, tan extraviada ha quedado la esencia de la cultura, tan aplastados estamos por intereses que ni siquiera sabemos a quiénes responden, ni a quiénes están enriqueciendo.
Sin duda estamos sumergidos en el oscurantismo y la degradación social y cultural, en la cual el pueblo sólo es, con suerte y a veces, una tarjeta postal para mostrar al turismo, y una fuerza productiva y de consumo para enriquecer y dar poder a políticos. La venta de un teatro es el peor y más claro de los síntomas de esta enfermedad.
Que los teatros no se venden lo enseña y pregona la Historia, y lo han repetido ahora los representantes de las organizaciones artísticas mendocinas que luchan en esta batalla para salvar el Mendoza; pero que hemos perdido la democracia es hora de empezar a gritarlo bien fuerte, más allá del recinto de un teatro.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).