15. El golpe del ’76
La violencia de los primeros años setenta estaba instalada cómodamente en la vida de los argentinos, se movía a sus anchas de aquí para allá. Con expresiones de izquierda y de derecha. Atentados todos los días, a toda hora y en lugares impredecibles. Si el militar en ascenso se ponía a mirar del otro lado de las fronteras, encontraba cierto alivio en aquello de “mal de muchos…”.
En ese clima, le gustaba su apariencia de detective de serie de TV. Su rango militar le permitía usar todo tipo de armas y no había nadie que pudiera exigir lo contrario. A veces tenía que sentarse a negociar con los comerciantes cercanos al cuartel la compra de algunos insumos de última hora. Para asegurarse que la cuota que le tocaba nunca fuera menor del 20 %, solía acomodarse la chaqueta de manera tal que, como al descuido, dejara ver la Beretta calibre 22 calzada en el sobaco izquierdo. Un alarde innecesario, ya que todos sabían que era militar y que estaban en territorio dominado por uniformados.
Cuando tenía reuniones con el mayor Raúl en algún lugar del centro de la ciudad, prefería ir de civil y cuidaba de no mostrar el arma. Había aprendido que provocar un altercado cuando se trataba de negociar grandes cantidades de insumos era absolutamente contraindicado. Las armas con las armas, el dinero con el dinero. Cuando se mezclaban, tarde o temprano todo se derrumbaba. Pero de eso aún no se hablaba.
La fragilidad de la democracia argentina se palpaba en las calles. Cuando Cámpora fue presidente, se decía que los Montoneros lo tenían cooptado. Cuando asumió Lastiri, yerno de López Rega, era este último quien decidía. Finalmente, Perón llegó a la presidencia con más del 60 % de los votos. Era, claramente, quien colmaba las expectativas de los argentinos. Pero aun así había quienes le disputaban a Juan Domingo Perón su liderazgo democrático.
Para el militar en ascenso, esa realidad era indigesta, aunque no estaba solo en su rechazo. Durante 1974, mientras circulaba por las calles de la ciudad de Buenos Aires, no solo asistía a reuniones con futuros licitantes de obras del Batallón de Ingenieros, sino que Raúl también lo incluía en visitas a la sede del Ejército detrás de la Casa Rosada. A menudo deambulaba por los ministerios frente a la Plaza de Mayo y frecuentaba unas oficinas en la Avenida Callao y Viamonte, donde se movía con mucha soltura. Allí conoció más de cerca a los habitués de las prácticas de tiro, que se realizaban en los terrenos baldíos al costado de la vía del tren, cerca de su barrio.
Fue precisamente en ese ámbito de la calle Viamonte donde el militar en ascenso encontró una corriente fuerte de aprobación a sus comentarios, al principio tímidos y luego más enfáticos, sobre la necesidad de eliminar a Perón del tablero político argentino.
-Perón ha sido el germen de la destrucción de nuestros valores. Lo que yo nunca le voy a perdonar es que, durante su gobierno y después también, el cabecita negra que iba a pelear por el salario se atrevía a mirar a los ojos del patrón- citaba, inspirado por las palabras de un empresario azucarero opuesto al peronismo. La frase calzaba bien en ese entorno.
Tras la muerte de Perón asumió la presidencia quien seguía en la sucesión democrática: Isabel Martínez viuda de Perón. Imaginar una mujer y encima ¡viuda de Perón! era inaceptable en los círculos que frecuentaba con el mayor Raúl, pero especialmente en la calle Viamonte. Así fue como se volvió más sencillo convencer a la mayoría de que el peronismo debía desaparecer.
El golpe de Estado de 1976 no sorprendió a nadie. En el diario matutino Clarín, que se publicaba en la ciudad, aparecieron una serie de avisos a pie de página, inusuales tanto por su texto como por su disposición. El militar en ascenso le mostró uno de ellos al mayor Raúl:
-Mire lo que dice este: “Las ratas son las primeras en abandonar el barco cuando se está hundiendo”– la leyenda acompañaba un dibujo de un roedor encaramado en una tabla a la deriva, con un barco humeante hundiéndose de fondo.
-Y sí, así es. Junto con las ratas se van los cobardes. ¿No vio cómo los sindicalistas se están fugando con las valijas llenas de dólares? Está llegando el momento en que nosotros nos hagamos cargo. Vaya preparándose.
Nunca sabremos si la Beretta calibre 22 fue disparada en un pacto de sangre, porque el militar en ascenso lo guardó como un secreto. Su confesor decía que eran “cosas de Dios”. Ha habido muchas especulaciones, algunos testigos parciales, indicios fuertes.
Lo cierto es que, el poder de mando de los militares excedía el límite de los cuarteles; decidían sobre los bienes -es decir, las propiedades de los vecinos- y también sobre sus vidas. Si alguien se interponía, podía rápidamente ser señalado como subversivo y aparecía muerto.
Al día siguiente, un titular del matutino informaba que el subversivo había caído en un enfrentamiento con las fuerzas del orden. Pero ¿qué había sucedido antes? ¿Cómo se llega a esa situación? Quizás ocultaba que la víctima había sido arrancada de su casa, torturada hasta recitar de memoria los nombres de la guía telefónica y, luego de firmar la transferencia de sus bienes a un prestanombre, era ejecutada. Se oyó decir que los oficiales, en un pacto de sangre y sin testigos, faltaban a su promesa de no hacerle daño y disparaban al unísono sobre la víctima. Todos y ninguno específicamente.
Se hicieron tantas barbaridades, murió tanta gente, desaparecieron tantos, se arrebataron tantos niños de mujeres embarazadas, que muchos de los responsables terminaron viendo fantasmas que los perseguían.
Los dos primeros años del golpe, que encumbró a Jorge Rafael Videla en la presidencia, fueron de actividad frenética. Mientras, el militar salía temprano de su casa que estaba cerca de la autopista. Un soldado casi siempre manejando en un Ford Falcon, a veces verde, lo recogía cada mañana.
Iba ubicado en el asiento trasero del automóvil, la mano apretando la Beretta Calibre 22. El militar no podía evitar sentirse abrumado de a ratos por una ola de culpabilidad que lo asaltaba abruptamente. Sus ojos se clavaron en la ventana, observando la ciudad que pasaba, las calles llenas de gente que una vez juró proteger. Ahora iba mirando esquinas y calles con desconfianza, temiendo que algún sospechoso se transformara en un subversivo.
La imagen del rostro de la última víctima apareció en su mente, una madre embarazada que suplicó por su vida antes que el gatillo fuera apretado. Sus manos comenzaron a temblar. Al fin nadie disparó, la mujer fue llevada al rincón mugroso que era su celda y allí quedó. Hasta que dio a luz a su bebé, que a partir de ese momento ya no fue suyo, como su propia vida tampoco lo era. -¿Qué hemos estado haciendo?-, se preguntó. -¿Cuál es el precio de la paz de la Argentina que deseamos y soñamos? ¿En qué me he transformado, me he dejado llevar como una vaca al matadero?-. La metáfora no le sonó como la más indicada ya que los que morían eran los otros. En todo caso se sentía como uno más en la masa. -¿Estoy siguiendo lo que he buscado por más de 20 años?
En la noche, al volver a casa, intentaba borrar el rastro de la mugre acumulada en el día, pero su alma se enturbiaba más con cada jornada.
A finales de 1977 le sugirió a su esposa que podrían tener un bebé.
-¿Cómo se te ocurre? Yo tengo más de cuarenta. Es muy riesgoso-.
-Pero siempre quisimos tener una nena, ¿no te acordás?-.
-Buscar a esta edad una nena es casi imposible-.
La respuesta que él dio arrancó una sonrisa ingenua de su esposa, que no dimensionó la gravedad del comentario:
-Muchos bebés quedan en sus cunas cuando los guerrilleros escapan por los techos o caen muertos por nuestras balas. Si no los adoptamos nosotros, serán futuros terroristas.
-¿Vos podés elegir que sea una nena? Si fuera rubia, mejor-.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.


